Desde que se asomara la posibilidad de que Venezuela transitara el camino de la revolución mediante la elección de Hugo Chávez en 1998, los sectores reaccionarios del país se han dedicado a crearle miedos y prejuicios a la mayoría de los venezolanos, especialmente a quienes pertenecen a la llamada clase media. Todas las iniciativas chavistas para adentrar a los venezolanos en una sociedad de inclusión y justicia social, de diversificación de la economía, de nacionalismo y bolivarianismo en las Fuerzas Armadas, de respeto a la dignidad de nuestros aborígenes y otras tantas más que dibujan un país y una colectividad totalmente distintos, han sido satanizados de modo abierto y sostenido por aquellos que sienten que se les quitó algo que les pertenecía por derecho propio y divino: el poder. Desde entonces, han enfilado sus baterías contra Chávez y su amistad con Fidel Castro, utilizando los mismos falsos argumentos interesados de la clase política gringa, han denigrado del esfuerzo conjunto cubano-venezolano por llevar salud a los barrios más empobrecidos de la nación, lo mismo que respecto a las distintas Misiones educativas, dirigidas, sobre todo, a quienes nunca tuvieron la oportunidad de costearse sus estudios en un sistema excluyente y exclusivo. Total, han pintado escenarios apocalípticos que nos sitúan ante una inminente guerra civil de incalculables proporciones, cosa que ha distorsionado la apreciación de quienes nos observan desde afuera, sin pretender auscultar mejor las informaciones emitidas desde los diferentes medios de comunicación adversos al gobierno de Chávez.
Salvo el Golpe de Estado de 2002, el paro patronal del mismo año y comienzos de 2003, incluido el sabotaje a PDVSA, cuyos triunfos efímeros revelaron la catadura y la saña de los sectores oposicionistas reaccionarios, éstos no han podido provocar el caos que sus mentes idearon para recuperar el poder perdido. Lo mismo vale con el cúmulo de denuncias e informaciones sesgadas con que procuran desanimar a los millones de venezolanos y de venezolanas que siguen respaldando a Chávez y, por consiguiente, al proceso revolucionario bolivariano. Lo último que prueban es retomar las calles de manera similar al 2002, aprovechando que el gobierno nacional decidió no renovarle la concesión a uno de los medios televisivos más identificados con la reacción, RCTV. Por ello, echan mano a una infinidad de rumores tendenciosos, incluida la posibilidad de que Chávez elimine las toallas sanitarias utilizadas por las mujeres. Esto, añadido al hecho que se ha dejado colar en cuanto a la presencia de paramilitares colombianos en suelo venezolano con la intención de asesinar, simultáneamente, a connotados dirigentes chavistas y de oposición para suscitar una situación de violencia que amerite la intervención de los organismos internacionales y su máximo capó, el imperialismo yanqui.
Frente a todo este arsenal de guerra sicológica, el pueblo venezolano se mantiene un tanto impasible, aunque sin bajar la guardia. La experiencia de los sucesos de 2002 permanece fresca en la memoria de los sectores populares, no así -al parecer- entre los oposicionistas y reaccionarios. Esto sugiere que los mismos grupos ultraderechistas, ahora estimulados por el fanatismo antiizquierdista de Aznar y de la jerarquía católica, buscarán proseguir activos, tratando de que su mensaje tenga correspondencia en los cuarteles. Para nada harán algún tipo de acercamiento con los sectores populares que tanto desprecian y que representan el principal puntal de apoyo de lo que ellos llaman despectivamente régimen, igualando el término con dictadura para amedrentar a propios y extraños, dada la natural repulsa que sienten los venezolanos hacia este tipo de gobierno.
Lo cierto es que este apocalipsis delineado por la reacción sólo tiene eco entre si misma. Los logros alcanzados con el proceso revolucionario bolivariano son la principal barrera que impide que sus planes macabros tengan éxito, así le apunten a la cabeza a Chávez. Lo que no quieren entender quienes la componen es que este pueblo ya no es el mismo y quiere, definitiva y conscientemente, hacer la revolución y el socialismo para ocupar el espacio que sí le corresponde por derecho propio.