La revolución democrática que adelanta el pueblo bolivariano, alcanzará niveles óptimos de desarrollo y consolidación integral cuando logre materializar la incorporación constructiva de quienes no creen en ella. Todos los venezolanos, sin distingo ideológico, somos indispensables para la construcción de un nuevo país sobre pilares de justicia, paz y progreso.
La misión es compleja, si tomamos en cuenta que es contraria al interés de quienes apuestan a salidas “rápidas” financiadas con violencia y sangre inocente, más que a soluciones políticas consensuadas.
Resulta obvio que la estrategia trasnacional apunta al suicidio político opositor; cerrar las puertas del entendimiento entre gobierno y oposición es requisito previo e indispensable a las elites que acarician un estado de anarquía como argumento para asaltar las instituciones del poder popular. Cuentan con la tutela del amo imperial, han pactado con el la recuperación de antiguos privilegios a cambio de la entrega dócil de nuestros recursos energéticos y acuíferos.
Ante el empeño del gobierno en mantener los espacios abiertos, el “Tio Sam” y la oligarquía criolla optaron por destruir ellos mismos el patrimonio político de la oposición democrática. Le han dejado moribunda, cautiva de la cadena de fallidos sabotajes y conspiraciones realizadas en su nombre, para luego desecharla.
El elevado costo de tan errática conducta se evidencia, tras el fallido boicot alimentario de los oligopolios económicos, en la débil asistencia a recientes marchas y manifestaciones de protesta, cuyo colofón ha sido el patético fracaso de la “resistencia” en activar procesos revocatorios a gobernadores, alcaldes y diputados.
¿Cómo no contrastar la escuálida convocatoria opositora con los casi seis millones de aspirantes que respondimos al llamado militante de un partido socialista, aún sin nombre?
La derecha carece de potencial para revertir el legítimo proceso bolivariano, no sobrevivirían a la violencia, pero causan enormes daños a la nación con la fijación maniática de violar continuadamente los principios que enarbolan.
De modo que luce impostergable la construcción de un amplio proceso de interlocución capaz de incluir los sectores progresistas y nacionalistas no socialistas, en asuntos nacionales tan relevantes como el debate ideológico, la realización de propuestas viables de coparticipación en la solución de la problemática socioeconómica, la contraloría social y el combate a la corrupción, por citar algunas.
Convocar la experticia y talento de estos compatriotas al progreso de la patria de todos, es tarea harto difícil. Destruir es siempre más sencillo que construir, pero no podemos darnos el lujo de ceder sin exponernos a los horrores de una guerra civil que lamentaremos todos.
Solo promoviendo el surgimiento de una oposición política “buena”, podremos aislar la intolerancia radical y revertir los planes macabros de quienes apuestan cómodamente desde Miami, a un baño de sangre fraticida.
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