¡Cuándo en mis tiempos! Nosotros, los de la vieja cuerda representativa y parlamentaria, éramos unos tipos relancinos y de caché.
Hablaba el ex diputado Mac Pato, a una audiencia como él envinagrada. El escenario, una oficina amplia, llena de peretos distribuidos en el mayor desorden; con una biblioteca exageradamente elegante, llena de libros lujosamente encuadernados, comprados por encargo al metro cuadrado, bien alineados, nunca tocados después que allí fueron a parar.
Porque Mac Pato, no perdió tiempo en tonterías. Descubrió que lectores y escribientes se compran y pagan en el mismo mercado de baratijas. Él, se ufana en decirlo, las pocas veces que invierte el tiempo en lecturas y escrituras, es leyendo la cantidad de cheques que recibe, y firmando aquellos que paga en beneficio de sus prósperos negocios y los que ahora invierte no muy furtivamente para tumbar a Chàvez.
Estos diputados de ahora, dice a quienes le rodean, mientras levanta la copa llena de licor exquisito, como unos pocos de los de antes, son unos pendejos que no se percatan que los billetes corren libres por las calles y que, basta con ser servicial con quienes tienen en sus manos los tinglados del sistema y hacen fluir las mercancías, para que aquellos vengan facilito a los bolsillos de uno.
Nosotros, los de mi cuerda, nos hicimos unos verdaderos linces. Aquí estamos, como en los viejos tiempos, “jartos” de real, mujeres, aduladores y otras diversiones, sentenció el petulante.
Mac Pato fue escogido diputado por un dedo gordo y erecto, en pago de servicios íntimos prestados al gran jefe y por activista constante, aunque roñoso y lerdo. Para estrenar el cargo, limpió con gasolina el viejo traje, guardado en aquel escaparate destartalado que en su casa había. Y por tres dìas, se ejercitó en medio firmar. Por su proverbial desidia para estudiar, no completó el curso de ACUDE.
Después las cosas fueron más fáciles. Los reales que Mac Pato acopió, vacunando a la gente que a su influencia acudía; vendiendo contratos que por su condición de jefe le otorgaban y hasta chantajeando a todo aquel que en su camino se cruzaba, hicieron del diputado analfabeta, eructante vulgar, un dedo tan gordo y firme, como aquel que le dio el impulso inercial.
Pero hoy, Mac Pato se ufana de tener billetes como sorgo y que la jugosa jubilación que recibe, por haberse estado en veces, como un fardo en un oscuro rincón, otras mangoneando y engañando a medio mundo y de gritón de aliento pestilente, como treinta años, es una poca cosa que reparte entre gente que aún le aplaude y por él sale a guarimbear. El grueso de su renta proviene de, entre otras fuentes, aunque parezca absurdo, de los contratos que con este gobierno, por diferentes vías y empates, obtiene sin que su nombre para nada suene.
Nosotros, dice Mac Pato con firmeza y convicción, no nos andábamos con pendejadas. Gobernador que no nos diese una buena tajada del presupuesto de obras, tenía sus dìas contados en el cargo. En la calle, la gente sabía que así era y lejos de objetarnos, nos buscaba con ansiedad, aplaudía y sus votos nos daban en abundancia. ¡Y cuantos honores, medallas y hasta bendiciones!
¿Y por qué eso? Porque para fortuna nuestra aquella era otra Venezuela. La de la cuerda de Mac Pato.
Y menos mal, agrega para finalizar su conversación, ya bastante entrado en palos y abundoso en eructos, que nos quedó real de los buenos. Por eso podemos decirle a Chàvez, a voz en cuello, por intermedio de otros, como Ramón Martínez, si no echan para atrás la reforma esa, que amenaza a las buenas personas que todavía quedamos por culpa de CADIVI, “aquí se va a formar un vainero”. Y como el gordo Escarrà, quien a pleno sol y embadurnado de tocino, pasa de valiente y llama, uno no sabe a quién, pero lo hace, a rebelión contra los proyectos del loco de Sabaneta, mientras Ledezma, de los nuestros de siempre, disimula su esmirriada figura tras el abundoso exconstituyentista. Y hemos podido financiar o meter en la olla hasta a constitucionalistas y teóricos, como este Escarrà, Pompeyo, Teodoro y unos cuantos más que por allí se mueven, hablan y fumean de bajo perfil.
¿Y quién es Alberto Federico Ravell, el gran líder de la clase media alta y hasta parte de la baja y unos pocos que de cabeza allí se meten, del movimiento estudiantil patriota y abnegado; el hipnotizador insigne de Globovisiòn, el mismo que tan bien entrenado para la democracia está, que habla como capataz gomero? Pues, es bueno recordarlo, de los nuestros y a mucha honra. ¿Acaso un canal de televisión se funda sin real, sin el aval de quienes estas fortunas sacamos del sombrero de Houdini y la hemos sabido multiplicar con rapidez y sin jodernos mucho y el visto bueno de los que queremos que este paìs siga sirviendo para lo mismo?
Es decir, fuimos de lo mejor y seguimos siéndolo, porque nuestros reales, son ahora en gran medida, el dique que retiene las aguas pútridas del comunismo y las emanaciones de la chusma chavista. Esa que no sabe como se disfrutan las riquezas, sobre todo cuando uno nunca está cansado. Porque “el trabajo lo hizo Dios como castigo”, y esto, con orgullo lo digo, lo descubrimos nosotros.