Al curioso y hasta “jurisprudente” acto de graduación del bachiller Nixon Moreno, acudió el sacerdote Baltasar Porras. Y es natural que estuviese allí, porque su disposición solidaria con las justas causas emana, no sólo de su estado de autoridad eclesiástica, sino básicamente de su condición humana, siempre dispuesta al diálogo fecundo, abierto y respetuosa del pensamiento ajeno, sobre todo del de quienes de él discrepen y hasta pongan en peligro su inventario.
Y uno presiente que a Moreno se debe ese gesto hermoso del obispo de Mérida, de llamar a los venezolanos al diálogo y sobre todo a la reconciliación. En Mérida, dicen los periódicos, hay un proceso abierto contra el graduando, que por las razones que sean, pasó nueve meses sin acudir a clases, bajo la acusación de haber herido a un agente policial y por actos lascivos contra una dama, quien dice haberle reconocido. Los acusadores deben demostrar en las instancias judiciales la veracidad de lo que sustentan y Nixon, con sus abogados, probar lo contrario. Por lo menos eso es lo que se acostumbra y se hace por disposición de Ley, en cualquier sociedad civilizada. Quien esto escribe, no emite juicios sobre el fondo del asunto por obvias razones. Sería una imbecilidad y hasta una crueldad de nuestra parte, sin conocer el expediente ni estar informado por ninguna vía contundente, condenar o absolver al acusado. Pero si observa que èste, exaltado, elogiado y respaldado, no ha hecho algo elemental, presentarse a la justicia a demostrar su inocencia como mandan los cánones. Si así lo hiciese podríamos pensar de buena fe que hay un intento de diálogo y reconciliación de algún carácter.
Lo que si me llama poderosamente la atención, para decirlo con un lugar común, es que Baltasar Porras, hablase del deseo de buscar la reconciliación a través de “un verdadero diálogo”, como dijese a la prensa, avalando con su presencia un curioso acto de graduación, que más que eso es un gesto hecho como a la medida y al gusto mediático, precisamente para ahondar las diferencias entre los venezolanos, burlarse de la ley, las autoridades judiciales y juzgar sin expediente en la mano ni escuchar a las partes. Es decir llama a un diálogo de sordos, donde una parte la que el sacerdote encarna, no está dispuesto a atender ni que le hagan señas.
Pero Nixon logró el milagro, quizás influyó en ello su retiro espiritual en el recinto religioso donde ahora se encuentra, que un personaje nada apegado al entendimiento, al escuchar y admitir las ideas ajenas, poco dado a emitir juicios con el debido respeto a sus adversarios, como el cura merideño, ahora quiera que abramos un diálogo fructífero y hasta unificador. Más ternura y amplitud es inconcebible. Provoca tener todo el poder para sentarnos a intercambiar con él, por la certeza que infunde que llegaremos a acuerdos que beneficien a quienes pisados están y hermanen a los venezolanos.
Eso y sólo eso, ya provoca proponer a la ULA y al gobierno nacional que concilien y pongan en el pico Espejo una estatua de Nixon. Tronco de logro del muchacho; superior al de hacer que el Consejo Universitario se moviese, como un solo hombre hasta Caracas, entregarle el título, pese que los últimos nueve meses de sus 15 años (otros hablan de 17) inscritos en la universidad merideña, no asistió a clases, estando obligado a hacerlo por el régimen presencial.
Pero los méritos de Nixon allí no quedan. Y no estamos hablando de hipótesis, supuestos o acusaciones distintas a las arriba mencionadas y que se ventilan en los tribunales que también estarían por demostrar, sino a circunstancias admitidas, aceptadas y hasta divulgadas por las autoridades universitarias que le prejuzgan inocente víctima y le confirieron el título mediante procedimiento sin antecedente alguno. Nos referiremos a lo ya anunciado arriba. Nixon, no teniendo más nada que hacer, se tardó quince o diecisiete años, dos más o menos no cambian sustancialmente el asunto, para graduarse de politólogo. Seguro puede estar uno que esta actuación de Nixon no tiene precedente en la escuela que ahora le gradúa. Eso, como insinuase una de las autoridades de la ULA, es un mérito que lleva a esa institución toda a llenarse de orgullo.
Esto, sumado a lo anterior, fortalece la propuesta. Que en el pico Espejo, allá arriba en las nieves perpetuas, en los alrededores de las cinco águilas blancas, se eternice al muchacho. De esta manera el diálogo fructífero y la reconciliación que ansía el padre Porras, abrazarían a los venezolanos todos; hasta a los más renuentes.
Bienaventurados aquellos como Nixon, que tardan quince o más años en graduarse; a ellos se rendirán todos los honores de la ULA. ¡Qué meritorio es este politólogo! ¡Qué sensatez priva entre las autoridades de la universidad andina! ¡Cuánto deseo de diálogo anida en el alma de Baltasar Porras!
pacadomas1@cantv.net