El que la clase media se divierta, no es nuevo, aunque ahora lo haga con mayor frecuencia y con tecnología mejorada. Lo que sí es nuevo es que los sectores que ayer fueron excluidos, hoy tienen más acceso al consumo de mercancías para la diversión. De hecho, cualquiera que se pasee por un centro comercial puede observar que aquel que no está en la cola del cine, está comprando o alquilando una o varias películas. De igual forma, todo el que usa el metro puede darse cuenta de que en cada vagón viajan dos o tres jóvenes de clase media o baja escuchando música, la cual comparten con todos los pasajeros, quiéranlo o no. Y por cierto, tan mala es mi suerte que nunca me he sentado al lado de alguien que escuche a Alí Primera.
Hago una reflexión sobre este particular a propósito de una crítica que hizo Fidel Castro este jueves al sistema socialista mundial por no haber podido crear medios alternativos para paliar la "nociva influencia" de la "industria de la recreación" fabricada por Estados Unidos y en la cual invierten largas horas jóvenes y niños. [1]
Esta tarea revolucionaria que nos recuerda el comandante y que aun no termina de dar resultados alentadores en nuestro país, a pesar de los esfuerzos que se hacen en este sentido, no es otra cosa que transformar “la superestructura”. O sea, algo así como extraer los valores de competencia y del consumo que están enquistados en las mentes de los jóvenes y adultos de clase media y baja y sustituirlos por los valores humanos. En el caso particular de los niños y niñas, se trataría de protegerlos contra la ideologización a la que fueron sometidos sus padres. Esto es, protegerlos de las maestras y maestros reaccionarios, protegerlos de los canales de televisión “divertida”, y si las mamás y los papás lo permiten, también protegerlos de los clichés y comentarios alienantes que los mismos padres dicen de manera inconciente en el hogar. Todo lo anterior, con el firme propósito de darles la justa libertad para que se conozcan ellos mismos sin que pierdan su propia naturaleza humana, y puedan descubrir la verdad que a nosotros nos ocultaron.
No es tarea fácil, pero es vital para no caer en la mediocridad del reformismo inestable. La historia nos dice que la transformación de la superestructura es más lenta que la transformación de las estructuras. Pero no por ello debemos desmoralizarnos y abandonar la pelea. Nada hacemos con cambiar las estructuras económicas con el fin de redistribuir las riquezas, si al mismo tiempo se sigue promoviendo el consumismo. Eso es pan para hoy, y hambre para mañana. El consumo desordenado, aquel que alimenta la “felicidad” del cuerpo y la “felicidad” de la vanidad, siempre atentará contra la igualdad social. En otros términos, mientras habiten sobre la tierra personas alienadas, mitad animal mitad robot, siempre existirá el riesgo de la explotación del hombre por el hombre. Pero también es verdad que mientras exista sobre la tierra personas que hayan descubierto el goce intelectual, el goce del poder creativo, el goce espiritual, el goce moral, el goce emocional, en fin, la felicidad humanística, entonces habrá sueños, habrá esperanzas.
Sin embargo, cuando el peligro es inminente, no es suficiente soñar. Y es por ello que el comandante Fidel Castro hace un llamado al mundo para que apliquemos los principios socialistas “ya”, porque después sería “demasiado tarde”. [1] La preocupación aquí ya no es la desigualdad social, o la explotación del hombre por el hombre, sino la desaparición de la especie humana por causa de la destrucción del ambiente. El exceso de consumo nos extingue. Le robamos demasiado a la madre naturaleza y sólo le ofrendamos basura.
Pero eso no lo entienden los consumistas, porque ellos se están divirtiendo. Mientras más crece la economía venezolana, más se divierten, más consumen, y menos reflexionan. “La industria de la recreación” hace bien su trabajo. Es más eficiente que nosotros y hay que reconocerlo. Es una eficaz maquinaria de distractores de masas e ideologización sin par, que utilizan las corporaciones como herramienta de control social. Con ello logran aliviar el vacío espiritual, emocional, y el cansancio físico y mental que produce el trabajo repetitivo y mecanizado de los profesionales y trabajadores. Esto es tan así, que la ideologizada Real Academia de la Lengua Española lo reconoce en su diccionario cuando uno busca el término “recreación”. En su segunda acepción nos dice que la recreación es “Diversión para alivio del trabajo” [2]
Con ello nos recuerdan que el trabajo es malo, esclavizante, y no puede ser de otra manera. Para eso nos pagan. Si. Nos pagan para que vayamos a divertirnos, para que aliviemos un poco el dolor, y podamos soportar la faena del día siguiente. Siempre ha sido así. Adáptate o te verán como a un “bicho raro”.
La diversión se convirtió en una estafa para la felicidad. Con ello, así como te ideologizan mientras te diviertes, en términos de plusvalía ideológica, así mismo te hacen creer que aliviar el cansancio, aliviar la ansiedad, y evadir los pensamientos que te turban el sosiego es igual a “felicidad”. Pues no. No creo en nada de eso. Eso se llama terapia o “alivio para el malestar general” producido por los mejores laboratorios de fármacos del imperio.
Así como le hacen creer a los alienados, que el alivio es sinónimo de felicidad, también les hacen creer que "siempre" hubo, hay, y habrá ricos y pobres. El empleado no se siente esclavo. Pero el amo, aunque no tenga libertad de espíritu, sí se siente amo. Empresario y empleado, o amo y esclavo, es una misma cosa.
Al empleado le dieron la libertad para divertirse y se liberó de pensar en la resistencia. Por su parte, el empresario conquistó la libertad de explotarlos al tiempo que perdió su humanidad. Sin embargo, es bueno recordarles a los empleados y empresarios que se ufanan de ser hombres y mujeres libres, aquella famosa frase de Goethe que dice que “nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”.
De cualquier modo, mientras los empleados y los empresarios creen en el carácter ahistórico de la relación entre ricos y pobres, los humanistas entienden que solamente “ha habido”, hay, y deben desaparecer todos los amos y los esclavos para convertirse todas y todos en ciudadanas y ciudadanos libres del mundo. Los esclavos romperán las cadenas del trabajo repetitivo y agobiante, al tiempo que liberarán a sus amos de la obsesión y del cuidado del capital.
Pero como hemos observado, en Venezuela no es tarea fácil cuando se trata principalmente de la clase media —materialmente privilegiada, y socialmente miserable—, porque es precisamente este sector el que tiene los esquemas de la ideología capitalistas más rígidos en el coco. El bombardeo mediático de informaciones y de diversiones domesticadas los corrompe y los entontece al mismo tiempo. Vemos como en las películas y las telenovelas, la injusticia se hace divertida. Los que disfrutan de ella no alcanzan nunca lo que desean, y justamente con ello todos deben reír y contentarse.
Bajo el monopolio de “la industria de la recreación” la tiranía deja libre el cuerpo y embiste directamente contra el alma. Si no se piensa como los empresarios se corre el riesgo de no poder adquirir un vehículo último modelo. Y lo que es peor, se corre el riesgo de ser rechazado por las compañeras y compañeros que ya se han adaptado al trabajo forzado. Luego, te invade el miedo al rechazo, el miedo a la escasez, pierdes la manada, estás desprotegido, y allá desde las entrañas, te abraza el miedo a la muerte. Miedo que hoy día, por cierto, se encuentra bastante exagerado en los crédulos, precisamente por la promesa de “felicidad" que les ha ofrecido el capitalismo.
Los filósofos y sociólogos alemanes Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, en su libro “Dialéctica de la Ilustración” hacen un análisis sobre los efectos nocivos de “la industria de la recreación” a la que se refiere Fidel. Nos explican como se ideologiza y se engaña a las masas a través de la diversión, y nos cuentan como a través del mito del éxito, lograron esclavizarnos. Sobre esto último nos dicen:
“Los consumidores son los obreros y empleados, agricultores y pequeños burgueses. La producción capitalista los encadena de tal modo en cuerpo y alma, que se someten sin resistencia a todo lo que se les ofrece. Pero lo mismo que los dominados se han tomado la moral que les venía de los señores más en serio que esto últimos, así hoy las masas engañadas sucumben, más aún que los afortunados, al mito del éxito. Las masas tienen lo que desean y se aferran obstinadamente a la ideología mediante el cual se les esclaviza” [3]
Más que claro. Ahora bien. Así como ellos continúan empleando la reproducción audiovisual al servicio de la explotación, también corresponde a los revolucionarios continuar aprovechando esta misma técnica pero al servicio de la emancipación definitiva del trabajo explotador. Tal cual como lo entendió el filósofo estético alemán Walter Benjamín. En su libro “La obra de arte en la época de su reproductibilidad” nos hace referencia a lo efectivo que pueden resultar las películas sobre la historia de los pueblos. Estas modifican la percepción sensorial y la sensibilidad. [4] Esto es, se amplía la visión del mundo del alienado, se ensancha la perspectiva, y se contrarresta la manipulación que hace la clase alta sobre la clase media y baja.
Comandante: estamos en eso.
[1] http://www.aporrea.org/ideologia/n115440.html
[2] DRAE, vigésima segunda edición.
[3] Dialéctica de la Ilustración, de Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. Editorial Trotta,1997 Madrid, pág. 178.
[4] L’opera d’arte nell’epoca della sua riproducibilitá tecnica, de Walter Benjamín. Einaudi Editori 1966, 3ª ed., 1969, Torino, pág. 24.
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