Después de las Elecciones Regionales del 23 de noviembre del año en curso, ya usted ve como están las cosas: ni el chavismo duplicó siquiera a la oposición venezolana en cuanto a votos, después que la consigna esbozada fuera una "barrida"; ni la oposición, por su parte, logró colocarse siquiera sobre la mitad de las primeras catorce proyectadas gobernaciones a obtener. Ambas factorías tienen que andar saboreando un gusto a objetivos no cumplidos, para no hablar, amargamente, de derrotas. El caso opositor es tétrico, como veremos en breve, porque hay más de fachada que de fondo en la aparencial victoria obtenida sobre cuatro entidades: Zulia, Carabobo, Miranda y Alcaldía Metropolitana; y el caso del chavismo, especial, porque al arrasamiento que hizo por gobernaciones y municipios en todo el país no se le corresponde una suma de votos proporcional, que duplique o triplique el voto obtenido por la oposición.
En total, el primero sumó 6 millones 171 mil 382 votos, frente a los 5 millones 69 mil 602 de los segundo, incluyendo gobernaciones y las dos alcaldías más conspicuas del país en la sumatoria (Metropolitana y Libertador). Fuera de la consideración de si es o no una elección regional, con sus acostumbrados márgenes de baja participación, en comparación con la presidencial, la medición no deja de tener su significación dado que la participación popular rompió la marca histórica de participación y la ventaja del chavismo, en consecuencia, no tendría que haber permitido “huecos” de tantas gobernacionaciones fuera de control, aunque no perdidas, dado el hecho que internamente las dominan. Recuérdese que las elecciones fueron para elegir por voto a los estratos políticos de más cercana conexión con las comunidades, como alcaldes y concejales, y, si bien es cierto que en este plano el chavismo respondió a las expectativas generadas por el trabajo desplegado sobre las comunidades, el hecho de la pérdida de las gobernaciones (aunque sea de modo formal) constituye golpe efectista opositor de significativo peso.
Vistos así, los resultados evidencian una holgura de un millón de votos chavistas sobre opositores, mismos que se distribuyeron estratégicamente en el país, entidad por entidad, para rendir una espectacularidad de triunfo de 17 gobernaciones contra 5, de las 23 en juego, incluyendo a la Alcaldía Metropolitana. Sin embargo, desenmascarando la dulzura engañosa de las apariencias, hay que decir que lo que habría sido verdaderamente espectacular es que el chavismo hubiera duplicado o más al voto opositor, en ningún momento permitiéndole posesionarse de entidades demográficas que agrupadas acumulan más de un 40% de la población nacional (Miranda, Carabobo, Zulia, Distrito Federal, sumándole Nueva Esparta y Táchira).
Por supuesto, hay que realizar las respectivas salvedades que en cada una de esas entidades el chavismo tuvo una presencia casi igual a la del factor opositor triunfante, siendo las diferencias porcentuales muy pequeñas. De modo que la conclusión lógica, aunque la oposición haya quedado al frente gubernamental de la entidad, es que el chavismo está allí de manera significativa y hasta determinante, si se considera que arrasaron en los mandos locales del gobierno municipal: 13 de 19 alcaldías en Zulia, 11 de 13 en Carabobo, 15 de 20 en Miranda. Ello tiene que llevar a dejar sentado hasta este punto que ni tan derrota es la pérdida chavista de una gobernación, si la tiene tomada por dentro, como ni tan triunfo es la ganancia de ella por parte de la oposición, si la tiene perdida también por dentro. He allí el quid del asunto: simple juego de apariencias.
La oposición parece haber coronado un triunfo formal en tales entidades, con pérdida de sus contenidos, apenas ejerciendo gobierno real (sin ser oposición) en Nueva Esparta y Táchira, donde tomaron la gobernación y casi hasta la mitad de los municipios. De hecho, los números son fulminantes a nivel nacional, más allá de las 17 gobernaciones alcanzadas, penetrando en las honduras de los estados: de 321 alcaldías en juego, tomó el chavismo 263, y de 603 candidatos a cargos, 453. Algo así como un 75 a 80% del poder público nacional.
Mal podría, pues, hablar la oposición de triunfo, cuando internamente resultó arrasada en las gobernaciones ganadas, así como tampoco puede el chavismo hablar de arrasamiento cuando, a pesar de haber barrido formalmente en el número de entidades conquistadas, no logró doblar siquiera el voto opositor. Véase cómo se despliega el juego de las apariencias para un bando y otro: unos creyendo tener el poder en las entidades de más peso poblacional en el país (la oposición cuando dice gobernar en cinco estados y el Dtto. Capital) y otros (el chavismo) aduciendo arrasamiento por tener más entidades conquistadas a escala nacional, pero sin lograr doblar al contrario en votos.
Semejante recapitulación viene al pelo para caer reflexivamente sobre dos puntos fundamentales de la política actual venezolana:
(1) El presidente de la república, Hugo Chávez, requería de una mayor espectacularidad del reciente triunfo electoral para, en lo inmediato, sobre la ola de una alta autoestima política, promover la propuesta de la enmienda constitucional con miras a su reelección continua. La toma -formal, como dijimos- de los estados Zulia, Miranda, Alcaldía Metropolitana, Carabobo, por parte del sector opositor arruinó en significativo grado la emotividad expresa de la propuesta, teniendo que recurrir el chavismo a los recursos del análisis para explicarle al país que detrás de la aparente toma opositora de seis entidades lo que subyace es una fulgurante mayoría "roja rojita". Ello constituye un punto no tan favorable, sabida cuenta que en política, con su arte fundamental de la propaganda, lo expreso y fácil es ganancia. Será de muy dura lucha tener que confrontar la maquinaria opositora aduciéndole constantemente al país que controla casi su 50% por el hecho de "gobernar" las entidades más pobladas, tres o cuatro. Que no solamente poseen la calidad, sino la cantidad. Un juego de las apariencias que puede resultar crucial, pero que no impide al análisis (y al chavismo) proponer que existen condiciones de fondo definitivas para promover la enmienda constitucional con miras a implementar la reelección continua.
(2) El prurito victorioso de la oposición venezolana con la toma de cinco estados (tres de ellos densamente poblados, más la Alcaldía Metropolitana), que no se compadece con las realidades internas aquí desglosada, donde quedó demostrado que no se puede hablar con propiedad de triunfo efectivo electoral-popular; se perfila como factor clave en la erección de una oposición altamente desestabilizadora, si asumimos -como parece es la tónica- que después de los recientes comicios sigue siendo la misma franquicia política de siempre, conspiradora, aliada con países extranjero para derrocar al presidente constitucional de Venezuela, elitesca e irrespetuosa de la voluntad popular. Mejor explicado: si antes, con el sólo dominio político de Zulia y Nueva Esparta ya se hacía la idea mediática de que era dueña de Venezuela, ahora con seis entidades lo menos que puede aspirar es a un liderazgo regional, para exagerar un poco el asunto. Ello en la práctica, dueña del poder formal –no esencial, como dijimos-, y dotada también de apoyo popular -hay que reconocerlo-, más el dominio de los medios de comunicación de masa, se traducirá en breve en una franca puerta abierta a la injerencia extranjera con fines desestabilizadores. No hay por ningún lado ninguna paz asegurada para Venezuela, sumida en la discordia y la confrontación a la que apuntan estos signos, en la desestabilización e injerencia externa, si partimos del hecho conocido por todos: que el liderazgo opositor sigue viviendo a la usanza antigua: sin amar a su patria ni respetar las reglas de la convención democrática.
La toma o pérdida de poder por parte de uno de los bandos, aparencial o efectiva, tiene que traducirse necesariamente en una reflexión de país: el chavismo, con su propuesta revolucionaria, pensando en lo que está permitiendo avanzar desde el sector de la derecha política; y la oposición, con su propuesta conservadora, pensando en lo que está dejando de ganar como fuerza política leal a su país, de seguir incurriendo en la práctica de la violencia y el aventurerismo, permeándose a la injerencia extranjera. Los conatos fascistas y revanchistas en los que ha incurrido recientemente, en ocasión de la toma de las sedes conquistadas (persiguiendo y desalojando a la gente), no deja albergar gran esperanza respecto a la necesidad que tiene Venezuela de estrenarse una oposición leal y cónsona con los propósitos republicanos y soberanos de aquel concepto que denominamos patria.
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