Cambiar la realidad

 Como nunca antes las sociedades latinoamericanas están llegando a un nivel elevado de la percepción de la realidad. A través de luchas reales y la participación abierta de la población, se viene presionando por modelos democráticos y Estados al servicio de los grandes problemas de la gente; es decir gobiernos eficientes y participativos, que ayuden a recuperar esa realidad perdida en los laberintos de las democracias representativas, donde se simulaba ejercicio pleno de la democracia.

 Esa era una realidad inventada, forjada en el acuerdo y repartos entre las élites políticas, económicas y religiosas, que durante años, secuestraron el poder en casi todos los países de la región. Y de verdad, generaciones enteras aceptaron por muchos años que esa era  la democracia, que así eran los partidos políticos y que esos eran los liderazgos. América Latina vivió sus décadas perdidas en cuanto a la democracia. Las fachadas se pintaban de colores y los gobiernos de los mismos grupos se alternaban en el poder, en una especie de piñata democrática.

 En medio de esas realidades forjadas, los gobiernos fueron hundiendo sus raíces en la miseria y el dolor de la gente. En medio de un país de pocos ricos, personas poderosas, había una gran mayoría de pobres, excluidos de las políticas públicas de los gobiernos nacionales, que a su vez nombraban a dedo a sus gobernadores. En el caso venezolano, esa fue la Cuarta República, cuyo emblema principal fue la “mejor democracia del mundo”. Así la llegaron a calificar los doctos e intelectuales venezolanos, quienes abiertamente hablan de un consenso de las élites, cuya esencia era la alternabilidad de los partidos, elecciones cada cinco años y lideres inventados en el seno de las organizaciones partidistas. Se rasgaban las vestiduras por Lusinchi, Carlos Andrés Pérez, Caldera, Gonzalo Barrios y Blanca Ibañez; algunos ya fallecidos y otros ya borrados de la mente de los venezolanos por cuanto su obra de gobierno quedó enterrada por el tiempo del olvido. Hoy ya casi nadie se acuerda de ellos.

 Ni siquiera se acuerdan de los más recientes que, estando la memoria fresca, nadie los nombra, tal vez por vergüenza o por no sentirse comprometidos. Por ejemplo, quién se acuerda de Carmona Estanga, de Carlos Ortega, de Rosendo, de Molina Tamayo, de Juan Férnandez; inclusive quién se acuerda de Manuel Rosales o de Baduel. En verdad, yo diría que nadie, porque  hasta sus propios pares de la extrema derecha los han olvidado y ahora resulta que nadie es rosalista o baduelista. Ellos fueron utilizados e inventados por las élites y luego desechados. Formaron parte de una realidad forjada, con el solo pretexto de sacar del juego al comandante Hugo Chávez Frías, líder indiscutible del proceso revolucionario venezolano y referencia importante para el resto de los países de la región.

 No obstante, la realidad hoy en día es otra. Tenemos una revolución que  se fortalece cada vez más, abriendo los espacios a la verdadera participación, tanto en el sentido político como de lucha de las comunidades, quienes ahora manejan las posibilidades reales de solución de sus problemas. Así tiene que seguir la revolución venezolana, construyendo y cambiando realidades y de esa manera avanzar hacia la construcción del sistema socialista. 

 Politólogo. 

eduardojm51@yahoo.es    



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Eduardo Marapacuto


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