El adeco arrepentido

Crisanto Morgado, el adeco arrepentido, se asomó por la ventana del piso 20 de un edificio cercano a la avenida Bolívar. La brisa le hizo murmullo en los oídos mientras le besaba la cara llena de barros, pecas y espinillas. Era un adeco bien feo, mis queridos pitoquitos. Crisanto no supo de donde salió aquella mosca de terciopelo gris que se le posó sobre una de las venas de su mano derecha. Sin embargo no se inmutó. Sus ojos aguarapados no tenían otro objetivo que aquel largo gusano rojo que parecía interminable.

Sintió la alegría de la gente en la marcha. Muchas banderas, muchas imágenes del Libertador, muchos afiches, pancartas, sonidos musicales... ¡era verdaderamente formidable: era el pueblo. La mosca se despegó de su mano., Crisanto quiso irse con ella y posarse en aquel amor sonoro que producían los llamados chavistas. En verdad Crisanto era un adeco de esos que se hicieron seguidores de la socialdemocracia, porque sus padres fueron adecos. Pero en el fondo, no sabía nada de política. Su abuelo le había dicho que “adeco es adeco hasta que se muere” y listo. Sólo fanatismo, cero realidades.

Empero veía la diferencia entre los gobiernos de la Cuarta y el actual. En ese instante Crisanto se convirtió en un crítico de la señora Presidente de AD de apellido Carmona. Era ridículo decir que estaban en la “resistencia”, ¿cuál resistencia política puede tener una cúpula que vive holgadamente? ¡Era sinceramente una verdadera hipocresía pensante! Resistencia fue la que hicieron los adolescentes de los años sesenta contra Rómulo que los perseguía para matarlos, para torturarlos, para vejarlos. Resistencia fue la que los verdaderos revolucionarios le hicieron al gobierno “dispara primero y averigua después” de Rómulo para esquivar la tortura que desde la Digepol le aplicaba Posada Carriles en Los Chaguaramos. A Posada los trajo Rómulo Betancourt para asesinar a los enemigos políticos de su gobierno.

Crisanto trabajaba en un Ministerio del Estado revolucionario. De allí nadie lo había botado. Tenía cesta ticket, un salario holgado, bonos que llegaban de repente, seguro de hospitalización para su familia sus hijos iban a la escuela y no pagaba nada como en la Cuarta, por su casa habían Barrio Adentro, Comedor Popular para sus amigos ancianos y desempleados. Su esposa conseguía los productos de la dieta diaria más baratos en Mercal y él cuando tenía tiempo se acercaba a PDVAL. Eso nunca lo vio en la Cuarta.

Un hombre de boina rota gesticulaba en la distancia. Crisanto lo miró. La gente amaba a ese hombre. A ese hombre Crisanto nunca lo vio retratado en las páginas sociales de los periódicos brindando con la clase jai, consumiendo bebidas finas, ni retratado con duquesa y príncipes, condes y duquesas; era un hombre salido de la entrañas del pueblo. No era igual a la Cuarta cuando recordaba aquellos episodios de adulterios provocados por los mandatarios de su partido, por aquel presidente que se emborrachaba y se defecaba en los pantalones.

En ese instante, Crisanto observó que sobre una mesa estaba un larga vista. Lo tomó y lo graduó. Por extrañas circunstancias el primero objetivo que tuvo ante uno de sus ojos, Fue la figura de su hermana Gladis; ¡si era ella!, Gladis la que fue a Cuba a curarse de una grave enfermedad, la que estuvo en el Hospital Militar de donde salió con la vista bien clara gracias a la Misión Milagros, la madre de Eduardo y Julio Carlos que estaban estudiando en la UBV...eso nunca sucedió en la Cuarta. Entonces Crisanto bajó por la escalera del edificio velozmente y corrió hasta donde estaba la marcha y gritó: ¡Patria Socialista o Muerte! Se adosó a un hecho insólito de su pueblo...

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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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