La lengua absuelta

Libertad y compromiso

Gracias a ella puedo andar por una calle, una carretera, una playa o una montaña y respirar profundo, llenarme los pulmones de aire y recibir el día; puedo decidir qué hacer para mí y para los demás; puedo escribir, leer, pensar, ver cuanto ocurre sin que nada influencie mi pensamiento; gracias a ella he podido estudiar, aprender, decidir que voy a hacer y qué no, puedo elegir este camino o el otro aún a riesgo de equivocarme, pues la posibilidad de cometer errores también entra en esta apuesta infinita. Gracias a ella tengo derecho a la duda, a preguntarme de qué está hecho el mundo y cómo funciona, desde sus moléculas internas hasta su movimiento físico, su composición química, su dinámica biológica, su ordenamiento matemático, su movimiento estelar y su relación con astros y planetas; puedo averiguar qué ha hecho el hombre anteriormente en este mundo y conocer su historia; puedo observar las luchas de hombres y mujeres para ordenarse entre ellos y formar sociedades y hacer leyes y vivir en polis, esto es, en una relación productiva y de diálogo.

También puedo valorar la imaginación y la fantasía de los seres humanos, su creación y elevación espiritual y mental para construir obras literarias, artísticas, musicales, teatrales, cinematográficas, arquitectónicas. Sólo a través de ella puede producirse todo este enjambre de procesos y cosas, de objetos que nos hacen soñar, pensar, imaginar y trascender. Ella es única, irrepetible, y la que otorga sentido al ser y al estar. Tiene un nombre. Se llama libertad.

Ella me ha permitido escribir y construir mundos a través de las palabras, en un ambiente que, desde niño, siempre estuvo lleno de la magia infantil en el roce perpetuo con la gente sencilla de pueblos como Atarigua (donde nació mi padre) o San Felipe (donde nació mi madre) pueblos humildes donde en la infancia estuve en la cercanía de campesinos, labriegos, pulperos, artesanos, viajeros y comerciantes que iban edificando con sus manos diestras objetos y productos, cultivando los frutos de la tierra, desgranando la mazorca para la arepa, criando animales para el diario consumo, y haciendo sus casas y objetos utilitarios para constituir hogares, familias, escuelas, hospitales, comercios, y todo ello constituyendo a su vez una comunidad, una ciudad, un estado, un país.

Así he andado yo en mi país venezolano desde que tengo uso de razón: entre trabajadores, obreros y profesionales que a su vez eran podían ser músicos, artistas, poetas; abogados, maestros o médicos que a su vez son novelistas, bohemios, bandolinistas, guitarreros, escultores, editores, pintores o grandes conversadores. Desde mi infancia en Caracas, en Coche, El Silencio o La Pastora, Chacao, Chuao, La Candelaria; lo mismo en Caraballeda, Maiquetía o La Guaira junto a mis hermanos Ennio, Israel, Inmaculada, María Auxiliadora, Elisa Elena, Ermila y sus esposos y esposas, y luego con mis hijas Claudia y Ariadna y mis sobrinos, hemos sido una familia que ha estado siempre en contacto permanente con el arte, la poesía, la música, la ética, la filosofía del espíritu y del vivir.

Nuestras casas todas en Caracas, Caraballeda, San Felipe o Mérida se han abierto a los cuatro vientos y se han vuelto las casas de Trino Orozco, José Parra, Pedro Antonio Vásquez, Álvaro Montero, Tito Núñez, Marisela Gonzalo, Sael Ibáñez, Alirio Díaz, Meche Cordido, Rafael Zárraga; nuestras casas y nuestros solares se han desparramado por las calles de Carora, Coro, Barquisimeto, Valencia, Barinas, San Felipe o Mérida y han sido las casas de Salvador Garmendia, Luis Alberto Crespo, Víctor Valera Mora, Livio Delgado, Avilmark Franco, Omar Granados, Pedro Parayma, Enrique Hernández D`Jesús, León Alfonso Pino, Román Leonardo Picón, Bayardo Vera, Ángel Eduardo Acevedo, Ramón Palomares, Juan Calzadilla, casas donde hemos respirado poesía, arte, discusión cultural; casas como las de Carlos Contramaestre, Juan Sánchez Peláez, Vicente Gerbasi, Ramiro Najul, Eleazar León, Pepe Barroeta, el chino Hung, J. M. Briceño Guerrero, Gabriel Mantilla Chaparro: todas ellas han sido nuestras casas que hemos poblado de canciones y poemas, lucha política, adversidad social, sacrificio, donde hemos dado asilo a la alegría pero también el dolor (hasta el dolor tiene un lado creador), donde hemos dado asilo a perseguidos políticos, a disidentes y revolucionarios. Nuestras casas que son y han sido una sola están hechas para el entusiasmo constructivo y para las ganas de edificar; nunca serán espacio y pasto de burócratas o de oportunistas políticos.

En esa misma tónica he estado en casas lejanas de amigos en París, Londres, Cambridge, Madrid, Barcelona, Atenas, Nauplia Corinto, Argos, Salamanca, Granada, Sevilla, Córdoba, Nueva York, Ginebra, Berna, Bogotá, Quito, Roma; México, Lima, La Habana, Medellín, Cali, Cartagena, Barranquilla, Bucaramanga, Buenos Aires, Salta, Tucumán, Rosario, Santiago de Chile: casas de poetas amigos, artistas, cineastas, músicos que nos han recibido con algo que solo puede llamarse esplendidez. Tanto como las satisfacciones literarias de verse traducido a otros idiomas, incluido en diversas antologías de todo el mundo, de ser objeto de estudio en Universidades donde se han hecho tesis de grado sobre mi obra, las satisfacciones cotidianas quizá son mayores: como la de ver a una madre de pie en el metro de Caracas con su bebé colgado en su bolso canguro: ella con una mano acariciaba la cabeza de su bebé y en la otra sostenía…un libro mío que estaba leyendo! O de aquella madrugada donde un amigo mío y yo después de bebernos montañas de cervezas fuimos a comer arepas y descubrimos que no teníamos suficiente dinero y el vendedor me pregunta que si yo soy tal y tal y le contesto sí, y el me dice que entonces nos las brinda porque ahí en una lata cerca del mostrador tiene una colección de artículos de prensa míos y quiere que yo se los firme. Y al otro día le llevo un libro de obsequio. También un día me ocurrió que en una casa que visitaba por primera vez estaba en un marco un artículo mío sobre las cervezas; así como un poema que le escribí a la cerveza adorna la pared de una concurrida taguara de San Felipe que bautizamos “La bodeguita”.

He tenido la suerte de conocer a algunos de los más grandes artistas y escritores de nuestro tiempo como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Augusto Monterroso, Juan Liscano, Manuel Mejía Vallejo, Álvaro Mutis, Wole Soyinka, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Leroy Jones (Amiri Baraka), Allen Ginsberg, Gregory Corso, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, R.H. Moreno Durán, Jotamario Arbeláez, Eduardo Galeano, Juan Manuel Roca, Harold Alvarado Tenorio, Leopoldo Castilla, Esteban Moore, Ana María Shua y estado en las casas de muchos de ellos y ellos me han regalado y firmado sus obras, que atesoro junto a las de mi padre que están firmadas por Julio Garmendia, Antonio Arráiz, Mariano Picón Salas, Alejo Carpentier, entre otros.

De regreso de algunos de estos países puedo sentarme en un escalón de acera, banco público o barra a compartir palabras y cervezas con vendedores ambulantes, obreros, trabajadores, estudiantes o amigos de la calle con el mismo desenfado. Sin poses ni arrogancias ni ínfulas de gerente cultural, y mucho menos de burócrata creído. Esa también ha sido mi actitud mientras ejercí responsabilidades en la gestión pública de la cultura: hacer de vaso comunicante, de puente para resolver situaciones; nunca para imponer ideas o lineamientos. Porque ahora la cultura se ha poblado de asaltantes de cargos y de puestos, se ha convertido en arena de revanchistas políticos y reposeros profesionales, de pescadores de cargos: anote usted el nombre de la persona y anote al lado su cargo; después borre o tache el cargo y no quedará nada de la persona.

Pero estos revanchistas no pisarán más nuestro afecto; no habrá para ellos ni agua ni café y mucho menos gestos de generosidad. Ya nuestro corazón identificó el mal abono de donde provienen, la escuela del resentimiento donde han crecido y la hipocresía y las manipulaciones que han movido para conseguir sus objetivos. Mi compromiso ha sido y será siempre con la gente sencilla y sincera, con el lector, cultor, artista espontáneo e inteligente, que mantiene dentro de sí un ansia de conocimiento.

-¡Poeta!- me gritan cuando voy por la calle. Y me siento a hablar con ellos el tiempo que desee y comparto anécdotas, historias, chistes, proyectos, cervezas. Es la gente de verdad. La gente del pueblo. La gente digna que trabaja, se sacrifica, consigue sus metas con esfuerzo y lucha continua. Con ellos he compartido talleres, charlas, clases, ideas, reuniones de lectura. Ellos son los receptores y a la vez los transmisores de cultura. Ellos son la cultura. No les hacen falta largos currículos ni certificados pomposos. Con ellos es el compromiso de muchos artistas y poetas de siempre, como los que he citado en esta crónica. Mi compromiso cultural, humano y profesional es con la lucha de la gente que quiere superarse y que trabaja desde abajo, desde la comunidad organizada que tiene claridad política en la cabeza, y requiere de cambios justamente porque ellos han venido cambiando el estado de las cosas, y no necesitan de intelectualoides populistas que les vengan a imponer modelos teóricos trasnochados ni a darles clases de política, porque ya han adquirido una conciencia de clase gracias al actual proceso que vivimos hacia un orden diferente y socialista.

gjimenezeman@gmail.com


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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

 gjimenezeman@gmail.com

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