Como dijese Rilke, sí, ese mismitico, el de los Sonetos de Orfeo, aunque en otra ocasión, que nada es tan ineficaz como abordar una obra de arte con las palabras de la crítica.
Pero el jueves de la semana santa contemplamos, con desbordada fruición -en la Avenida 4 de Mayo de Porlamar- una magnífica exhibición del arte en la estatua viva de un “Pescador Margariteño”.
Ahí en plena acera estaban no una sino dos estatuas vivas, porque al lado del uno estaba una jovencita también, haciendo de levitante. Cuando nos aproximamos, mi chofera divisó el tumulto y fue quien advirtió de que se trataba, por lo que se puso alante (adelante), me dijo que observara bien pero que “tú no me hagas coger rabia, no te pongas de necio a perturbar” y, por añadidura, que “yo te conozco a ti”.
Ella entro a la tienda mientras me quedé como un pajarito al que le abren la puerta de la jaula, sin celuloko y sin nadie que me diese pisotón sobre el callo y eventualmente un discreto codazo por las costillas, a menos que un pellizcón en el brazo de lanzar.
¡Tamaña expresión de arte! A tres o cuatro metros de distancia yo pensé por un instante, seriamente, que se trataba de una figura de bronce, algo fantástico a sabiendas de que era una persona porque de otra manera no hubiera habido tumulto alrededor ya que ninguna propiamente estatua contempla la salida del Sol ni la gente se le arremolina.
Así que me aproximé de a poco, sin prisa, y contemplé sin prejuicio y sin intención de intervenir de modo alguno, pero, la obra me sedujo; y como bien dijera Borges, argentino inmortal -valga la hipérbole-, que “No se puede contemplar sin pasión. Quien contempla desapasionadamente, no contempla”.
A veces la palabra adquiere gran fuerza de acuerdo al momento, es lo que sé, por lo cual habría sido imprudente perturbar tan sagrada solemnidad del arte; sé también que la presencia de canas no implica más prudencia, así que fui seguro a lo que la pasión de contemplar me empujó y como un niño dispuse jorungar, eché bromas tras bromas para sacar de quicio a la imperturbable estatua viviente para ver si pestañaba o siquiera se movía perceptible, y nada que nada; pero menos mal que la autoridad nada que salía del hipermercado, así que andaba yo realengo, andaba y desandaba la acera y volvía a la carga con esmerada discreción.
Y, afortunadamente ¡oh! que una deslumbrante mulata de fuego apareció ataviada con un camisoncito de espanto y brinco y se plantó ahí para que una señora le tomara una foto, y seguramente el artista pestañó por fin ya que ¿quién no se deslumbra? Y, luego que la luz del mediodía se apagó yo volví a la carga y le pregunté ¿qué te pareció esa barbaridad? y ahí largó el artista una sonrisota, al tiempo que me dedicó una venia quitándose su sombrero a modo aprobación.
Tuve la certeza de la autenticidad del artista porque su arte me conmovió de veras, y para más, tal vez porque yo me vi representado en él.
Mas, pocas veces omito cotejar la realidad y esta vez no fue excepción. El contraste indica, por una parte, que un pescador nuca anda inmóvil sino todo lo contrario; en cambio, mediante expresión de arte se hace mostrar inmóvil. Y ahí parece haber una clave: La separatidad entre la realidad y su representación.
¿Qué es el amor al arte? ¿Dónde, por qué y cómo comienza y/o termina?
¿Es el arte un trabajo, puede definirse como tal?
Pienso que una cosa es el artista y otra cosa es su arte, pero cuando un artista se funde y se confunde con su obra ésta se revela verdaderamente conmovedora; en cambio, cuando el artista va por un lado y su obra por otro, ésta decae y pierde sentido.
A mi modo de ver una obra de arte es magnífica sí sensibiliza al hombre.
“Estatua de bronce: Pescador margariteño” y “Estatua levitando” una y otra obra en conjunto constituyen instrumentos de paz.
Hay que sacar el arte de la pasividad del apolillado museo y exhibirlo en las calles como eficaz instrumento de paz y de justicia, y quiero que otros irreverentes me tomen la palabra y hagan suya esta idea y la enriquezcan porque la paz, independientemente de quien la proclame, es indispensable para forjar los desarrollos democráticos.
La autoridad, chofera, secretaria pública y privada (y etc) de éste que soy, yo mismitico, convicto y sinfeso, por mera suerte halló la puerta de salida del establecimiento y pudo admirar en detalle todo lo que era admirable, a la vez que corroboró mi apreciación.
Acto seguido entrompamos vía Juan Griego; las calles de Porlamar lucían relativamente desiertas, de vez en cuando avistábamos grupitos de gente vestidas de morado, indicios de que había una iglesia cercana a la que ir a cumplir con el culto religioso, lo que no era conmigo, lo que yo quería era divisar un bodegón abierto para buscar ahí cierta cuestión, mas, no fue posible, todo estaba cerrado.
Pero nunca falta en la vía una taguarita y así fue, para refrescarnos.
Tarde nos percatamos de que había que surtir gasolina urgentemente por lo que nos desviamos hacia “El Espinal”, donde tuvimos suerte; la señora que nos atendió en la bomba se explayó conmigo a pura risa creyendo que yo era el Doctor Lupa, honor que me hizo, pero ignoré el porqué. Luego proseguimos hasta llegar a nuestro maravilloso destino.
Es que ir a Margarita, tan solo a conversar con el margariteño de pura cepa, es extraordinario. ¡Qué gentilicio autóctono!
Abracé y besé a mi sobrino preferido -“Gordinflón”- antes que a nadie ya que él tiene la llave de “San Simón” pero tuve que regañarlo también por si las moscas.
_Tío, la vaina que me ocurrió, me tomé unos traguitos y me ajumé, así que vine y me eché en esa hamaca y a la madrugadita me paré a mear y cuando veo pa´l cielo, coooñññooo, una tronco e´luna rojita…me cagué.
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