El poeta Ramón Palomares me solicita tan afectuosamente, tan amorosamente como es él y tan sensible como es él con el paisaje de este país nuestro, el paisaje de esta patria bolivariana tan nuestra, tan única, tan amenazada por la arrogancia imperial de los Estados Unidos, un paseo para presenciar las playas y las montañas, las colinas y los valles, las costas y el oleaje con sus copos blancos, los pájaros y el sol, el gran sol de la isla de Margarita; y ciertamente pasamos tres días yendo de un lado a otro.
Antes recorrimos la Península de Macanao —donde los versos de Luis Alberto Crespo y su prosa sabia y sonora han ofrendado no pocas líneas de impecable belleza—, acompañados del poeta hermano Gustavo Pereira, a propósito de cumplir sus 75 años, visitando el Museo Marino y el astillero de Chacachacare, la laguna de La Restinga y el monumento natural denominado por picaresca criolla Las Tetas de María Guevara. Antes también nos deleitamos con el crepúsculo de Juangriego después de saborear una cazuela de erizos, acompañados de Juan y Rafael Pereira, hermanos del poeta Gustavo, de Gustavo Pereira hijo y su madre hermosa, Mauren Pacheco de Pereira, nativa precisamente de Juangriego; de Ofelia García de Malaver, viuda del inolvidable escultor Valentín Malaver, y del maestro escultor Oswaldo “Docha” Gutiérrez.
El recorrido nos llevó por toda la costa nueva de Playa Agua y el poeta Palomares se sintió extrañado de aquella belleza oculta entre cocotales y olas de blancura impoluta porque aún están ahí las máquinas y los camiones limpiando los restos de esos ranchos del ayer que invadieron la playa para convertirse en espantoso remedos de restaurantes, de discotecas mundanas con orgías de medianoche, de consumo de drogas, de prostitución, de famosas despedidas de solteros y solteras que sin pudor devenían en descalabro y desfachatez, entre otros tantos vicios nocturnos. La cara diurna de esos comercios no se contrabalanceaba con la locura de la noche. Por ello resulta acertada, oportuna y plausible la medida de desalojo de esa monstruosa arquitectura postiza sobre el paisaje natural que a gritos ya solicitaba su espacio original. Desde luego, esta medida ha causado escozor, ha lastimado bolsillos, ha propiciado alharacas, ha generado quejas y quizás chantajes y resentimientos pero la isla de Margarita agradece al gobierno nacional la medida. Es justa y necesaria. Por lo tanto, el nuevo proyecto debe ser un modelo para el resto del estado Nueva Esparta.
La seguridad, el mantenimiento (servicios de baños y duchas, el aseo y la limpieza), la iluminación y las caminerías, entre otros aspectos deben estar a la altura de otros reconocidos destinos turísticos. El pueblo debe apoyar este tipo de conquistas del espacio abierto, decoroso y puro de sus costas. En tal sentido, urge aplicar un plan similar en Playa Guacuco, en el municipio Arismendi. Esta playa carece de baños públicos y representa un peligro después de las seis de la tarde. Hay que aplicar un proyecto de reordenamiento de los comercios, dotarla de caminerías e iluminación, estacionamientos seguros y vigilancia permanente para que los asuntinos y turistas tengan donde disfrutar la noche frente al mar y la luna, de manera sana y decorosa. Así sumamos puntos al turismo insular y nuestros visitantes tendrán esa misma grata impresión que tuvo el poeta Ramón Palomares en Playa El Agua. Ya me había dicho que de aquella isla que él conoció entre 1958 y 1960 cuando vivió en Porlamar para ejercer la docencia, quedaba muy poco que comparar con el presente. Ni la bahía de Guaraguao, ni El Morro ni la bahía de Pampatar son las mismas. Sin embargo, se puede hacer un gran esfuerzo por salvar lo que queda. Ahí está el detalle, como decía Cantinflas. Ahí esta el detalle camarada gobernador Carlos Mata Figueroa. Proceda. ¡APROBADO!
Isla de Margarita, marzo de 2015
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