Mucha extrañeza me produjo la información de que un grupo de poetas de la Mesa de Guanipa ha sido vetado de los espacios de la Librería del Sur de mi ciudad natal El Tigre, capital del municipio Simón Rodríguez.
La extrañeza es doble por cuanto resulta impensable que tal cosa ocurra en el marco de una revolución bolivariana inclusiva, que visibiliza a los pueblos marginados, que promueve el libro y la lectura como nunca antes se hizo, que pondera al cultor popular desasistido de todo bien y de todo protagonismo; que consagra en el texto constitucional los derechos inherentes a la cultura, que privilegia la cosmovisión y hábitat de los pueblos originarios, que intenta rescatar y sumar —no hundir ni desaparecer— los vestigios ancestrales, que invita a otras naciones a ser testigo de un amanecer socio-político bruñido de socialismo nuevomilenario; en fin, que enarbola como esencia de la identidad nacional el valor de sus hombres, de su historia, de sus costumbres y de su patrimonio tangible e intangible, sumado todo esto a sus riquezas y recursos naturales como parte indisolubles del concepto patria.
La razón de tal agravio deviene de la aparente motivación anti gobierno del grupo de poetas que frecuenta la Librería del Sur para compartir sus textos, trabajos de talleres, experiencias grupales y realizaciones de actividades con niños y adultos. Esto me produce una extrañeza mayor, pues hasta donde sé ninguno de estos creadores hace proselitismo político, ni pertenece a partido alguno de la oposición, ni intenta derrocar a Maduro, ni le limpia las botas a Donald Trump o le anda haciendo el juego a Bolsonaro, a Macri o a Iván Duque. Por el contrario, estos artistas, estos poetas del pueblo, tienen más de treinta años forjando con las uñas, con las herramientas de la moral, con la valentía de la constancia y el pulmón de la sabana, un trabajo serio, estable, constante y muy representativo, prácticamente al margen de las instituciones culturales del estado Anzoátegui, para no ir más lejos.
Todo su quehacer cultural lo realizan a expensas de sus propios medios de sobrevivencia, sin andar adulando ni mendigando apoyos a medios públicos ni privados. No conozco un grupo de soñadores más altivos en este esfuerzo que ese grupo de poetas de El Tigre. Todo lo hacen sobre la base de los sueños y el amor al arte, que es como decir, el amor propio.
El Complejo Cultural Simón Rodríguez, El Ateneo de El Tigre, la Casa de la Cultura de El Tigre, La Escuela Libre de Arte, el farallón de Chimire, las plazoletas de las comunidades indígenas de Kashaama y Tascabaña, los márgenes del río Tigre y del río Guanipa; la plaza Bolívar de El Tigre, la placita Martí, la plaza España, la plaza Lisboa, la plaza Revenga, la plaza Miranda, la plaza Luis Beltrán Prieto Figueroa, la plaza Simón Rodríguez, el geriátrico conocido como La Montonera, el casco histórico y los antiguos cines, así como casas de familia, conucos, escuelas, liceos, emisoras de radios y los desaparecidos periódicos impresos Antorcha, Guanipa y Mundo Oriental, les han servido de escenario para dejar oír el cuatro y la copla, montar los atriles para derramar el color, maquillar la ciudad con poemas, pájaros y alambres de púa; celebrar el galerón y el joropo, los toros coleados y el lazo a punta de soga, la cruz de mayo y el día de la Virgen del Valle; el Akaatompo y el encuentro con Kaaputano; para dar la bienvenida a Gustavo Pereira, a Earle Herrera, a Tarek William Saab, a mi persona, a Fidel Flores, a tantos más. Siempre solidarios y afectuosos, siempre como gente de bien.
Estos poetas, hoy extrañamente vetados por inquieta directriz institucional o caprichosa y malintencionada artimaña doméstica o caraqueña, no se merecen tal desazón. No porque les resulte indispensable la Librería del Sur para realizar sus encuentros, porque no es así en lo absoluto, sino por cuanto se hiere el corazón de un progresivo y patrimonial ejercicio del quehacer cultural, representado con dignidad y sacrificio por encima de toda argucia política, de toda egoísta execración; de toda manera civilizada de abordar confrontaciones y divergencias, si las hubiere. Como cabe pensarlo en medio de un clima de sensatez, si antes no priman el desorden, el abuso o la arrogancia. Y tal no es el caso.
El hecho se magnificó cuando la funcionaria actual de la Librería del Sur les espetó que necesitaba sus nombres para enviarlos a Caracas, desde donde fueron requeridos, puesto que hay la orden implícita de negarles su ingreso a la Librería del Sur "por escuálidos". Válgame Dios. Después de pasarme cuatro años en Mérida y 26 años en la isla de Margarita percibiendo los hechos culturales y los regionalismos de ambos terruños venezolanos, presenciando desplantes y animadversiones, primando encuentros y no desencuentros, intentando abordar siempre su comprensión y valoración; me sustrae la incordura de una patraña semejante en mi lar natal.
Ninguno de estos poetas ha denostado contra Maduro o Chávez el ánimo inemistoso, el documento flirteador con el imperialismo, el razonamiento derechista capaz de derrocar los caros valores del Estado actual, sino que por el contrario, suman sus voces y sus obras para darle sentido de persistencia a una zona geográfica excluida del programa cultural nacional, pues ni la Feria Internacional del Libro, ni el Festival Mundial de Poesía, ni el Festival Internacional de Teatro o alguna otra rimbombante jornada gubernamental ha prestado hasta ahora su gloria a esta parcela ampliamente reconocida por su invaluable semillero del talento cultural, tanto como la miel del mastranto, el prodigio semillero del sorgo o la bondad aceitosa del maní, como ocurrió en otrora.
De derechas y de izquierdas han sido los hombres y mujeres nacidos en El Tigre, criados en El Tigre, muertos en El Tigre, ligados a su diario vivir desde la diáspora, desde Enzo Hernández hasta Ramón Cabrera, desde Gualberto Ibarreto hasta Sir Augusto Ramírez; desde Gustavo Pereira (quien ejerció de juez en su juventud en esta ciudad) hasta Efraín Subero; desde Miguel Otero Silva hasta Néstor Rojas, desde Enrique Hidalgo hasta Emir Sucre, desde Hernán Gamboa hasta Dennys Bolívar; desde Helí Colombani hasta Luis Octavio Bedoya, desde Luciano D`Alessandro hasta Juan Manuel Muñoz "Moriche", desde Ruddy Rodríguez y Yajaira Salazar hasta Pedro Durán, por decir lo menos; sin que sus credos religiosos, políticos y tipos de razas hayan mermado su valor moral, de crecimiento personal y de obra creadora. Deportes, teatro, cine, televisión, pintura, música, literatura, danza y más, tienen nombres grabados en la venezolanidad con la bendición terrena de la Mesa de Guanipa.
Pero si a alguien satisface la censura, la desfachatez de rango en un cargo de poder, la crápula de una lengua difamadora o correveidiles de oficio castrador, me tomo la libertad de hacer públicos los nombres de lo agraviados, de manera que todo el país se entere que nuestra querida y amada Librería del Sur, casa mayor del libro que camina por los rincones de Venezuela, que acerca la palabra al viento, al polvo, a las olas, a la bruma y a la soledumbre nacional, se hace eco de algún antojo quebradizo de su esencia institucional para negar la poesía en su profunda expresión del gentilicio y los sueños.
Los poetas y poetisas en lista fúnebre ominosa son Carlos San Diego (de cuya trayectoria y alto valor humano dan cuenta nos pocos ensayos de reconocidos creadores como Luis Alberto Crespo, Roger Herrera, William Osuna o Gustavo Pereira), América Brito, Leonardo Alfonzo, Stivaly Maestre, Javier Carias, Rosario González, Leonardo León, Leyda Páez, Maribel Bermúdez y Nora Alvarado. Los escritores del veto carcelario son Saúl Figueroa, Mariela Ramírez y José Vicente Jiménez. Los cuentacuentos Gladys González y Pedro Jiménez también están en la sentencia. Los artistas plásticos Carlos Malavé y Andrés Villarroel, el fotógrafo profesional Antonio Hernández y Morelis Hernández (despedida de su cargo de promotora cultural kariña, a pesar de ser fiel expresión de sus raíces originarias, por parte del Ministerio Popular de la Cultura desde junio de 2018, sin justificación alguna ni arreglo de prestaciones sociales, sin que hasta la fecha reciba una respuesta coherente ni legal, al respecto); completan la nombradía del vejamen, al cual no llamaremos atropello por ahora, con la fe puesta en la buena voluntad de las autoridades centrales.
Frente a la presupuesta afrenta que implica una tertulia literaria abierta al público en un espacio de leer, en una rincón del libro, en una pared para la palabra, tiene mayor peso en gramas de oro cochino (que no cochano), el bochorno recientemente protagonizado por tres concejales del Partido Socialista Unido de Venezuela Seccional El Tigre, quienes le partieron la cara a golpes al coordinador municipal del Psuv porque éste no les garantizaba puestos victoriosos en las próximas elecciones de concejales del 9 de diciembre de 2018. Eso sí es bochornoso y anti revolucionario. ¿Lo supo la directiva nacional del Psuv? ¿Lo supo la directiva de la Librería del Sur? ¿Lo supo el ministro de Cultura? ¿Lo sabe la revolución socia-lista? Hay listas, por ende, que no se caracterizan precisamente por el carácter primario de lo social, ni en la poesía ni en la política, pero no hay que confundir las aguas. La de los pozos van a sus afluentes naturales, y las de los albañales se pudren en sus propias emposaduras.
La más reciente actividad del grupo de poetas mencionados se tituló "Mestizaje, temática indígena y afro", y la realizaron en la Octava Carrera de Pueblo Nuevo Norte, a mediados de octubre, acto al cual estuve invitado pero no pude asistir, para que jóvenes kariñas mostraran sus danzas y representaciones teatrales, oyeran la palabra cantada y el verso libre, cercanos a la humareda de un paloapique a leñas, forrados por la sombra de un viejo árbol de caro, como antes lo fue un cotoperiz, con un aro de sol ardiente centelleante de claridad y tibieza como para rajar a cualquier cráneo de acero.
Siempre en la búsqueda de espacios alternativos no convencionales dentro una ciudad gregaria, de más de cien barrios, descuidados de todo decoro urbano, deficitarios de todo servicio público, carcomidos por el barro y el polvo, engreñados por la maleza copiosa, aullados por perros flacos y hambrientos que intentan ahuyentar hampones y malechores, con escaso y a veces nulo servicio de transporte público. Una ciudad heterogénea que no deja de parecernos extraña y familiar, a ratos como campo industrial y minero, a ratos como enjambre de ranchos entre los surcos de la brisa sabanera, pero siempre como una ventana enorme para fundirse hacia Guayana, hacia el mar Caribe o hacia los llanos de sainos y rucios moros, peloeguamas y queseras, corríos y quitapesares.
Como una fogata viva, sus poetas, sus artistas, las páginas borrosas de Oficina Nº 1, sus antorchas y sus püddais elevan el espíritu de su nombre fiero, más allá del clamor de la luna y la apoteosis de los soles veraneros. Más allá de las intempestivas garúas y las furias de los remolinos vuelatechos. Más allá de toda borradura y mezquina diatriba. Por eso recurro de manera pública a la directiva de las Librerías del Sur a pergeñar la sindéresis y evitar confusas decisiones, porque el Centro Nacional del Libro, como la Fundación Editorial El Perro y La Rana, como la fundación Editorial Biblioteca Ayacucho, Monte Ávila Editores, el Centro Nacional de Cine, el Centro Nacional de Historia, Compañía Nacional de Danza, la Red de Bibliotecas Públicas y la Biblioteca Nacional, como la Casa Nacional de Las Letras Andrés Bello, la Fundación Distribuidora Venezolana de la Cultura, la Villa del Cine, entre otras tantas dependencias culturales del país, realizan su mayores esfuerzos para hacer de nuestro país, un país de lectores, de investigadores, de creadores, de promotores, se sensibilidades ganadas para la lucha y la preservación de nuestra cara identidad. En fin, para sumar, no para restar. Para ser, no para dejar de ser.
Siempre como hermanos. Como venezolanos. Como hijos de Bolívar.