El cacao merideño, fruto de excelente calidad histórica en el contexto venezolano y mundial, ya se daba en abundancia en el periodo prehispánico de lo que hoy es el estado Mérida, en especial en las tierras bajas y cálidas del sur del Lago de Maracaibo, donde ya reinaba el posteriormente famoso cacao porcelana. Y para los antiguos pobladores merideños esta especie representaba en primer lugar un importante alimento; consumido como bebida derivada de su cocimiento, se llamaba chorote y por lo general no era edulcorada ni llevaba aditamentos, al contrario de lo que ocurrió luego del arribo de los colonizadores españoles, cuando a esa bebida, conocida como chocolate, incluso se le comenzó a agregar leche de vaca y de otros mamíferos.
Ahora bien, además de alimento el cacao significó para los habitantes prehispánicos de "Mérida" un elemento de importancia mágico-religiosa, en el sentido que la incineración de la grasa del fruto era una ofrenda a ciertas entidades sobrenaturales, que se creía moraban en ciertos lugares considerados sagrados y les protegían:
"Hemos dicho que el cacao era planta ritual de los indígenas de la cordillera de los Andes, tanto cuicas como Mucus; extraíanle la manteca que quemaban en honor de sus divinidades en vasijas de barro cocido, de forma especial, pebeteros o trípodes con caprichosas figuras talladas algunas veces, otras simples gachas o depósitos llamados chorotes por los españoles. Molido y cocido extraíanle al cacao la grasa, (Simón) que como lo mejor que tenían los indígenas consagrábanla a sus dioses, por intermedio de sus mojanes; costumbre peculiar de todas las tribus andinas, aún de los mucuchíes y otras, que por vivir en los puntos más altos tenían que adquirir por comercio el cacao que necesitaban para sus ritos". Julio César Salas. Etnografía de Venezuela. Mérida: Academia de Mérida; Ediciones del Rectorado, p. 81.