Como ya lo he expresado, en esta etapa de necesaria pausa y reposo en este diario de cuarentena, se alternará con los análisis políticos y la humanidad. Hoy lunes 18 de enero, le toca dar paso a la humanidad en esta columna.
Como ya muchos de ustedes queridos lectores y queridas lectoras, desde horas de la noche del día lunes 11 de enero de 2021, me encuentro en la Ciudad Guayana de mis amores y afectos. La ciudad que durante 35 años fue testigo de mi crecimiento y de las múltiples vidas que me han tocado en estos últimos tiempos.
Y si tomo las palabras que expresó Hugo Chávez un 10 de enero de 2007, la ciudad de todos mis amores y de todos mis dolores también.
Ciertamente, en los primeros cuatro días han sido para compensar la ya muy larga exposición a la calle que tuve por espacio de 295 días si las cuentas no me fallan, laborando en un sector estratégico exceptuado de la cuarentena decretada por el Ejecutivo Nacional. Una vez más, agradezco las preocupaciones y oraciones de tantas personas que en conversaciones telefónicas y platicas manifestaban preocupación por mi salud, la cual, afortunadamente está excelente física, mental y podría decirse que espiritualmente también.
Pero, como era lógico suponer, luego de 10 meses de trabajo ininterrumpido y dedicado, en medio de exposiciones y la adrenalina, mi cuerpo al llegar a la necesaria paz que desde hace meses necesitaba, entrara en una modorra y agotamiento que le reclamara acatar las instrucciones del Ejecutivo Nacional y, aun siendo la semana de flexibilización económica, permaneciera confinado en casa.
No obstante, mi querido hermano menor, Edgar José se llama, quien en su corazón estaba muy contento por mi llegada y la de mi hermana menor, Damaris, después de más de un año que no nos veíamos. E indudablemente me señaló que para el sábado 16 de enero (casualmente cumpleaños de mi tío Hernán, que Dios lo tenga en su santa gloria) nos convidó para un almuerzo en su casa junto a su compañera y mi querida sobrinita Natalia próximamente a cumplir 4 años.
Finalmente llegó la fecha de la invitación hecha por mi hermano, y al buscarme, previo a la adquisición de unas cervezas con la que procedimos a un primer brindis, tuve mi reencuentro con la Guayana de mis amores. Y obviamente el cumulo de sentimientos, por momentos contradictorios, se anidaban en mi pecho y no podía por momentos asomarse las lágrimas en mis ojos.
Parte por la vida que uno dejó aquí, y que de alguna manera en ese recorrido uno fue recogiendo luego de 17 meses de largo fragor en la batalla. Lo primero que me dejó impactado fue constatar el terrible estado de abandono de una ciudad que en otro momento fue ejemplo por la organización y la pulcritud que le caracterizaron. Ahora se ve muy descuidada, sucia pero sobre todo muy abandonada. Me confieso enemigo acérrimo de la indolencia y el minimalismo, incluso en contra de personas que desde el punto de vista burocrático podría decirse que son mis jefes.
Aprovecho esta oportunidad que tengo de escribir estas líneas, para pedir a las autoridades a que de verdad tengamos un cariñito por Ciudad Guayana. Que el tema de la pandemia y el bloqueo sean la excusa para no velar por el ornato y la pulcritud de esta pujante región, sino todo lo contrario.
Pero, volviendo a lo que nos ocupa, no sólo mis ojos contemplaban el abandono de Ciudad Guayana, sino que por el trayecto que mi hermano seguía, pasé por lugares y caminos que tenía más de año y medio que no transcurría, y ahí es en donde la señora nostalgia hizo su aparición acompañada de los recuerdos.
Afloraron las memorias, los afectos, los amores y desamores. Afloró aquel corazón macizo guayanés de esa persona que sin duda marcó mi vida, y lo señalo en el buen sentido de la palabra. Y aunque uno en su trayecto vital tiene muchos amores, al que me refiero en estas líneas, guarda un lugar muy especial en mi corazón y alma.
Y aprovechó la oportunidad de que, si estas líneas pueden llegar a ti, pues desearte lo mejor del mundo y que puedas ser muy feliz, y que todos tus sueños y metas puedan cumplirse.
Sin embargo, y si algo me ha enseñado la vida, y sobre todo porque también he podido comprobar que tengo una sobrina (Luisa se llama, pero cariñosamente la llamamos Lumi) quien además de buena dibujante me ha salido poetisa la muchacha, con esa poesía que le caracteriza su ingenuidad y juventud, a veces nada es lo que parece y la ilusión puede aparecer o desaparecer en un abrir y cerrar de ojos como los mejores trucos de magia. Gracias sobrina por regalarnos a través de ese verso una gran verdad.
Pero no todo ha sido nostálgico en ese recorrido, porque acá es en donde viene la mejor parte de este diario que me permito compartir con todos y todas ustedes.
Al llegar a la casa de mi hermano, fue algo muy hermoso porque se dio otro hermoso reencuentro con mi querida sobrina Natalia como ya lo indiqué. Que grato encontrarla tan grandota, despierta, bonita, alegre pero sobre todo tan cariñosa. Pese al momento triste de constatar el abandono de Ciudad Guayana o la transición hacia la nostalgia por la cita con los recuerdos que sin llamarlos aparecieron, ahora se daba paso a la alegría.
Igual fue el recibimiento con mi querida cuñada, Silbellys, quien me ha honrado con la deferencia de considerarme su cuñado favorito. Yo (y me disculpan la alusión en primera persona) que a veces no soy dado con todo el mundo, no pude dejar de darle un gran beso y un abrazo a mi querida cuñada. Al carajo las normas de bioseguridad cuando se trata del amor y el afecto familiar.
Pero no había reparado de un cambio físico que presentaba mi querida cuñada y que mi hermano Edgar nos haría notar a todos los presentes unos pocos minutos después.
Luego de habernos instalado en casa de mi hermano, procedido al lavado de manos y cumplido el protocolo de bioseguridad con posterioridad a los saludos y abrazos previos y de haber bajado dos botellas de whisky que tendrían un motivo especial para el brindis que haríamos, ahí entendimos del almuerzo y compartir de mi hermano, y que iban mucho más allá del reencuentro conmigo y con mi hermana, lo cual alegraría más la tarde de ese sábado 16 de enero.
Cuando pude alzar mi vaso y escuchar las palabras de mi hermano quien estaba muy alegre por el reencuentro familiar, ahí de frente pude ver que mi cuñada presentaba un abultamiento en su vientre. Al percatarme de ese detalle, en fracciones de segundos, mi hermano Edgar nos hacía coparticipes de su alegría al informarnos que sería nuevamente papá y nosotros tíos, y mi madre abuela.
Pero, no conforme con ello, es probable que mi querida cuñada Silbellys no sólo sea madre por segunda ocasión, sino que además de gemelos. Alegría doble pues.
Lógicamente que al enterarnos de esto, todos nos alegramos y chocamos las copas. Y luego almorzamos muy alegres y felices ante tan extraordinaria noticia.
El único error imperdonable que cometimos fue el no haber tomado la foto familiar que hubiese sido maravillosa para ilustrar este diario profundamente lleno de amor, afecto y humanidad. Pero, como dentro de 15 días nos confirmarían si el embarazo de Silbellys mi cuñada es de gemelos o no, y seguramente haremos otra reunión familiar para celebrarlo, ahí si espero compartir las gráficas de tan magna alegría.
Si algo me ha enseñado la pandemia, en la que a veces nos centramos sólo en la incertidumbre o en lo negativo, es que hay momentos para la felicidad y la alegría. Y es esto lo que me permito compartir en estas líneas de hoy con todos y todas ustedes.
Y hasta mi tío Hernán, desde el cielo, y que un día como mañana, 19 de enero se cumplirán seis años de su cambio de paisaje, desde el cielo nos envía sus bendiciones y creo que también celebró la vida junto a nosotros por esa noticia que nos dieron ya hace 48 horas. Realmente creo que me hacia falta este viaje para el reencuentro con lo bueno, con lo bonito.
Me disculpan mis lectores y lectoras que en esta entrega no haga otro análisis político al que les tengo acostumbrados, pero quise permitirme compartir este fragmento de mi alma y que me acompañarán a brindar por la vida y la alegría en perfecta lucha contra la tristeza y la muerte, como lo dijo Argimiro Gabaldón en alguna oportunidad.
Que esta pandemia nos recuerde, una vez más que el vacío se está apoderando de la humanidad, y que sólo el amor la podrá salvar, como lo escribió en alguna oportunidad mi hermano de vida, el marabino Amílcar Briceño