No es cierto que un pueblo más culto y más sabio sea más productivo y libre. De hecho existen instituciones como el BID que suelen vendernos la idea que la mejor inversión es la realizada en educación. También damos por sentado el carácter imprescindible de la educación universitaria y la investigación científica para el desarrollo económico. Empero estas no son más que creencias con poco o ningún soporte. La extensión de los servicios educativos y el crecimiento en la investigación científica suelen ser resultados, efectos, mas no causas del desarrollo económico. Son una forma de distribuir la riqueza, pero no de generarla. Y en cuanto a la libertad, basta recordar que Alemania el pueblo más culto de Europa, fue precisamente el que abrazó con más fuerzas las cadenas del fascismo. Fenómeno que también se reproduce en Venezuela, con una burguesía aparentemente instruida, pero enamorada del totalitarismo.
La innovación se realiza principalmente por las organizaciones o ramas empresariales desde la cadena productiva, mientras que el aporte de las universidades o centros de investigación científica públicos es marginal. Una lectura de los procesos de industrialización en el mundo entero, desde la revolución industrial holandesa y británica a fines del siglo XVIII, pasando por la alemana y de los EEUU de mediados del siglo XIX, y las más recientes del sudeste asiático y china, lo confirman. Las innovaciones tecnológicas provienen de emprendimientos de innovadores que pueden tener o no formación universitaria. Y en las empresas transnacionales, sus innovaciones, pese a disponer de grandes centros de investigación (Monsanto tiene casi tantos doctores como toda Venezuela), son más resultados del mejoramiento continuo, a través del aporte diario de sus propios trabajadores e ingenieros a nivel de fábrica. Estas evidencias contradicen la creencia tradicional de los “grandes descubrimientos e innovaciones”, que suelen vendernos los medios de comunicación y en general la historiografía “épica” de la ciencia y tecnología. Razón tenía Karl Marx cuando decía en El Manifiesto Comunista, que la burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y esto lo hace desde sus empresas y no desde universidades o centros de investigación públicos.
El reconocimiento de estos hechos obligan a repensar las políticas públicas, en las cuales prela un dirigismo que aspira de manera explícita y a contracorriente de las lecciones de la historia, colocar la investigación al servicio de la producción, cuando estos procesos ocurren justamente al revés. Es la necesidad de mejorar procesos y técnicas lo que lleva a la innovación y esta se gesta justamente por los propios operarios en las plantas.
En cuanto a la promoción del Estado de la actividad científica y tecnológica, la realidad histórica y actual, es que su efecto positivo es prácticamente nulo en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas. Es una ciencia de oropel, por lo general costosa y desvinculada de la actividad productiva. Y no por que exista algo erróneo en la actividad científica que se realiza, sino que la proyección de la misma sobre el conjunto de la sociedad es mínima.
En Venezuela existe creatividad y hay investigación de calidad, el problema es que no existen en el país procesos autosostenibles que permitan traducir estos avances sobre el conjunto social. Ideas y descubrimientos que se realizan en nuestros centros de investigación públicos y universidades, tan solo engordan la bibliografía científica y los estantes de las bibliotecas, en formas de miles de artículos, ponencias, informes y tesis de grado, que casi nadie lee, excepto una minoría de académicos o estudiantes que alguna vez las hojean. Pero no debemos creer que esto ocurre solo en nuestro país, es un fenómeno común en otras latitudes que también se refleja en las miles de patentes que languidecen en todo el mundo, mientras que las realmente valiosas son escasas y casi siempre pertenecen a las transnacionales.
El problema es que nuestra visión de la actividad científica y tecnológica, está montada sobre el modelo lineal de Francis Bacon del siglo XVI, para el cual la actividad científica debía ser promovida por el Estado, y luego traducida en investigación aplicada o innovación tecnológica y finalmente utilizada por el sector productivo. Pero el mecanismo real es que las empresas innovan constantemente en la propia línea de producción por el aporte de obreros e ingenieros. En las empresas pequeñas y medianas la innovación es realizada por los emprendedores para mantenerse a flote y en las grandes, se despliegan laboratorios y talleres donde se realizan las llamadas actividades de investigación y desarrollo. Las empresas aún más grandes, financian centros de investigación de alto nivel e incluso instituciones académicas, de manera directa o indirecta a través de “fundaciones”.
Los avances que se obtienen de dichas investigaciones se traducen en nuevos productos y servicios porque las empresas tienen la capacidad y la infraestructura para traducir ideas e innovaciones y realizar los estudios y actividades de desarrollo, producción y mercadeo, que permiten finalmente incorporarlos en el tejido social. Aún así, esto no implica un éxito garantizado, es una actividad riesgosa, porque de los miles o tal vez millones de productos novedosos, muy pocos llegan a ser rentables. Por otra parte esta “investigación aplicada” conduce a su vez a la llamada “investigación básica”, siendo muy borrosa o inexistente la separación entre una y otra.
Continuaremos abordando este tema muy ligado a lo económico en un próximo artículo, siempre en el marco de la construcción del socialismo. Nuestra intención es aportar ideas para salir del corset intelectual e impedir que nos sigan llevando como borregos a beber al agua envenenada de los lugares comunes y del pensamiento lineal dominante en la gestión de gobierno.