El optimismo en torno a la Inteligencia Artificial (IA) y sus repercusiones en la vida cotidiana de las personas distrae la atención sobre otros asuntos que son vitales para la humanidad; como por ejemplo, su impacto en el ambiente y, específicamente, en el calentamiento global que ya en 2024 alcanzó su alza más importante desde que se tengan registros.
Los aportes de la IA para perfeccionar sistemas de medición y monitoreo son, sin duda alguna, valiosos. No obstante, aún no está claro si su impacto en el planeta deje un saldo positivo o más bien, contribuye a la aceleración de procesos de destrucción de ecosistemas y aumento de las temperaturas.
En un informe titulado Inteligencia Artificial (IA) de extremo a extremo (septiembre de 2024), el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) identificó cuatro aspectos problemáticos del ciclo de desarrollo de la IA para el ambiente.
En primer lugar está la cuestión del alojamiento de estas tecnologías. Las implementaciones de IA se almacenan en centros de datos que demandan de una potente infraestructura: «Los productos electrónicos que albergan dependen de una cantidad asombrosa de molienda: fabricar una computadora de 2 kg requiere 800 kg de materias primas», explica el informe del PNUMA.
Por si esto fuera poco, los propios centros de datos ya cuentan con su huella propia de carbono pues la energía que utilizan proviene de fósiles. De hecho, de acuerdo a investigaciones especializadas en la materia, los centros de datos son responsables de 2% de las emisiones globales de dióxido de carbono.
«Además, los microchips que alimentan la IA necesitan elementos de tierras raras, que a menudo se extraen de formas destructivas para el medio ambiente»,agrega el documento de Naciones Unidas.
El segundo problema identificado por el organismo multilateral es que los centros de datos «producen residuos eléctricos y electrónicos, que a menudo contienen sustancias peligrosas, como mercurio y plomo». Tales sustancias contaminan aguas y atmósfera; y son un grave riesgo para la salud. Por ejemplo, actualmente se estima que la cantidad de mercurio en la atmósfera es 500% superior a las emisiones naturales de este elemento químico.
La tercera cuestión es el uso de agua, no solo para la construcción de los centros de datos que alojan la IA, sino para su funcionamiento y para enfriar los componentes eléctricos que utiliza.
De acuerdo a estudios citados por el PNUMA, la infraestructura vinculada a este tipo de tecnologías podría consumir a nivel global, para 2027, «seis veces más agua que Dinamarca, un país de 6 millones de habitantes».
Esta «huella hídrica» de la IA es alarmante en un mundo en el que la cuarta parte de la población no cuenta con acceso a agua potable y casi la mitad carece de servicios de saneamiento gestionados de forma segura.
En cuarto lugar, «para alimentar su compleja electrónica, los centros de datos que albergan la tecnología de IA necesitan mucha energía, que en la mayoría de los lugares sigue proviniendo de la quema de combustibles fósiles, lo que produce gases de efecto invernadero que calientan el planeta».
Un dato final para ejemplificar esto en la vida cotidiana es el uso de ChatGPT. De acuerdo a la Agencia Internacional de la Energía (AIE), una conversación con este popular asistente virtual consume 10 veces más electricidad que una búsqueda en Google.