El viernes 8 de enero despertamos con una noticia que alarmó a un sector de la población: a partir del 8 de febrero del 2021, WhatsApp (WA) haría una toma y uso todavía más libres, indiscriminados y sin condiciones de nuestra privacidad, compartiéndola, además, abiertamente con Facebook (FB). En caso de no estar de acuerdo con las nuevas medidas arbitrarias y dictatoriales, nos da la opción de cerrar nuestra cuenta: “o me das todo o te quedas sin nada”. Así, surgieron algunas voces de duda, inconformidad y protesta; bien que, a la inmensa mayoría, le tuvo sin cuidado.
Que WA y FB (entre otros) se beban a diario nuestros datos personales no es una novedad; en todo caso, alarma el descaro; tampoco sorprende que la mayoría de nosotros lo ha aceptado sin la más mínima preocupación o resistencia, mas en ello recae lo interesante: como dijo Zuckerberg en 2004 ante el hecho de que los usuarios de FB le dieran sus datos tan fácil y abiertamente: “no sé por qué [me dan su información privada]”, “confían en mí”, “malditos idiotas”.
Ya es de sumo llamativo seguir usando el servicio de un empresario que considera a sus clientes unos “malditos idiotas”, sin embargo, tiene razón. ¿Carecemos de dignidad o el sistema se ha empeñado en hacernos sentir que sin ellos (FB, WA y compañía,) no somos nada?, dicho de otra forma, ¿acaso nos han convencido de que somos sí y sólo sí usamos estos – y no otros – medios de comunicación, al grado de estar dispuestos a pagar el más alto precio (nuestras vidas)? Son las dos cosas. Las sociedades son cada vez más vacías y superfluas, por ende, más vulnerables y apáticas; con todo, el problema no deja de ser escalofriante.
Si intentaran quitarle su ropa para verlo desnudo y violarlo, es presumible que se opondría para defenderse; no obstante, si estuviera encañonado, es posible que se quite la ropa “voluntariamente” en aras de sobrevivir; incluso, sería posible que prefiriera morir en lugar de ver transgredida su integridad: ni FB ni WA nos encañonan, acto que entraña el más fino secreto de su inconmensurable y casi indestructible poderío, pero, nos quitamos la ropa a voluntad, se la damos, permanecemos desnudos y cedemos a ser violados sistemáticamente. ¿Por qué? La respuesta a esa pregunta descubre por qué el ser humano es tan penosamente controlable; manipulable; débil: el abuso y la domesticación nos gustan a cambio de banalidades como recibir “likes”, hacer partícipe a los demás de nuestra vida perfecta por medio de fotos bien seleccionadas, enterarnos de las vidas perfectas de los otros y de una, ¿comunicación efectiva?, pero WA y FB están lejos de superar los impactos en el espíritu de una conversación íntima entre personas que al mismo tiempo podrían tocarse.
Siendo el caso, nos vemos tentados a pensar que, específicamente en este caso, la expresión “nos violan porque nos gusta” es verdadera. La pregunta es, ¿por qué nos gusta? Algunos le llamarían: “Síndrome de Estocolmo”: estos monopolios se ostentan con valores de libertad y pluralidad que no tienen: son totalitaristas; sus valores son fascistas, de manipulación, coerción y censura; nos maltratan; nos mienten, nos roban descaradamente, ¿y nosotros?, los adoramos, dándoles todo nuestro ser.
Aunque desde la superficie creamos que nos damos voluntariamente, en realidad lo hacemos porque no comprendemos las implicaciones de un mundo permanentemente vigilado, monitorizado y esclavizado, en donde te ofrecen recursos que fundamentalmente fomentan valores como el apego, la superficialidad, el ego, el ocio y la ignorancia, a cambio de lo más preciado: el ser que eres. He estado en discusiones en donde el contra argumento estrella dice: “los datos personales importan si son de gente realmente valiosa, como artistas, políticos o millonarios; nuestra información privada es irrelevante porque nosotros no somos nadie; a nadie le importa lo que un simple X o Y haga con su todavía más irrelevante vida”. Pese a lo inteligente que pudiera parecer esta idea, es relativamente fácil de rebatir: ¿si la vida privada de los don nadie (todos nosotros) no fuera importante, ¿por qué la querrían con tanta avidez y genio?, ¿por qué quieren todavía más?, ¿por qué lo que ya tienen no es suficiente?, ¿por qué los gobiernos podrían desatar guerras con tal de obtenerla o no perderla?, ¿por qué el dueño de esa información se volvió más poderoso que el presidente de los Estados Unidos? Quien controla a las masas, tiene al mundo en la palma de su mano; no es trivial que gobiernos del tamaño de China y Rusia los tengan prohibidos e incluso hayan creado los propios. Piense en esto: lo que realmente no es importante, se nota en las acciones de los que pueden cambiar el rumbo de las cosas: la oligarquía mundial invierte una parte inmensa de su capacidad intelectual y económica para lograr saber más del ciudadano promedio que en erradicar el hambre, la pobreza o el calentamiento global. Esto es así porque, paradójicamente, sólo el pueblo es más poderoso que cualquier negocio o gobierno, por ende, lo vale todo. Eso lo saben ellos, nosotros, no.
¿Qué hacer? Un sabio cercano mío me respondió ante la misma pregunta: “resistir; lo que toca es la resistencia”. Y sumaría: luchar contra la indiferencia y el conformismo. 1) Lo que realmente evitará los problemas que se derivan de esta situación, es que usted cierre estos medios; 2) si no lo hace, evite, por lo menos, hablar de aspectos que revelen quién es, empero, pronto descubrirá que es imposible; 3) no importan los cuentos que se cuente: sí lo están viendo, sí lo están escuchando y su información privada vale muchísimo dinero y poder; 4) si quiere hacer partícipe a otros de sus actividades, abra su propia página de Internet; ninguna persona, gobierno, medio o institución que maneje información que considere valiosa debería usar WA y FB; 5) nos han hecho creer que sólo éstos son los mejores, es mentira: busque Mastodon, Conversations, Signal, Telegram, etc., se sorprenderá de lo buenos que son; 6) lo que ocurre es un problema serio; investigue; no tema oponerse o diferenciarse; sea creativo en la búsqueda de alternativas… Ninguno de estos pasos es la solución absoluta, empero, es parte de la resistencia: no importa lo que le digan, nada puede valer más que su libertad y autonomía.