He aquí lo que escribió Antonio Pascuali un artículo publicado en el semanario “La Razón”, en febrero de 1999 sobre la perversión mercantilista de la iglesia actual y que seguramente hoy estará tratando de eliminar de sus trabajos periodísticos. Decía Pasquali: “La prensa europea trae ahora frecuentes grandes comerciales de la iglesia, invitando a más limosnas o a enviar contribuciones, con anexa ficha de desgravamen fiscal. La desdemonización del “Marketing” es tomada en ocasiones demasiado a la letra: El cardenal de Nápoles es investigado por usura; a un prefecto alemán y otro irlandés de la Biblioteca Vaticana les espera un proceso ante una corte federal norteamericana por cesiones “non sanctae” de derechos de una empresa californiana, y pérdidas de decenas de millones de dólares; los cardenales Sodano y Ruini se enfrenta en Roma por una tarjeta de crédito de 10 mil US$, obligatoria para todo peregrino de Año Santo 2000, sin la cual los feligreses no podrán entrar ni en San Pedro. Hasta el punchum dolens de las relaciones estado-iglesia: el capítulo escolar, ha sido reabierto y no en nombre de solemne principios, sino de conquibus. Los colegios católicos italianos, papado a la cabeza, exigen ahora con manifestaciones callejeras (suscitadoras de contra-manifestaciones laicas) que el coste de las escuelas confesionales corra totalmente por cuenta del Estado...
“Para el obispado latinoamericano, más necesitado y de entorno más insensible (nuestra disparidad ricos/pobres es la peor del globo) la apertura al libre mercado significó principalmente arrojarse en brazos de la publicidad comercial pura y dura; lo que ha hecho con general falta de estilo y métodos poco “católicos”.
Insólitamente, la Conferencia Episcopal Venezolana, financió la visita del Santo Padre de 1996 negociando la franquicia papa en condiciones de pesada irreverencia a la sacralidad (recordemos aquella doble página con mensaje bajando de los cielos como una voz divina: “Dos papas llegan a Venezuela”, referido – páginas interiores- a dos nuevas papas fritas “con sabor divino” y “hechas como Dios manda”).
El ejemplo que Caracas dio se hizo escuela. El año siguiente, el cardenal de Sao Paulo declaraba triunfalmente: “Hemos financiado totalmente la visita del Santo Padre, con 8.5 millones de dólares, vendiéndole su imagen a todos los publicitarios que las pagaron, con la sola excepción de alcoholes y preservativos”. En enero de 1999, los arzobispos mexicanos remataron la convergencia final de “Papa” con “papa”, permitiendo a cambio de dólares la introducción de la imagen del sumo pontífice directamente en la bolsita de papa frita”.
Pero a los dicho por el señor Pasquali, le agregamos lo siguiente: Cuando nuestros “salvajes” recibieron de españoles sus cruces y sus “vírgenes”, comenzó a instituirse una religión al servicio de la dominación. Hernán Cortés, furioso, echó por tierra el señorío de Campoala, y en su lugar pusieron imágenes de la Virgen María y de nuestro Señor Jesucristo.
¡Cuánto habría de costar a la dicha de los salvajes, a su reposo, el conocimiento de las corrupciones, de las que nacerá su ruina! (tristes de ellos que, dejándose engañar del ansia de novedades, abandonaron su dulce ciclo para ver el nuestro). Aquellos conquistadores, en lo más profundo de si, eran hijos de la cultura impuesta por la Inquisición. En América eran más libres de hacer cuanto les viniera en gana. Con Dios por delante, y en su nombre, se formaban estados tiránicos, con esclavos, trata de negros, el brutal sentido de que esta tierra era un botín, por lo cual ella debía ser esquilmada sin consideración. Este criterio se generalizó en nosotros de modo tal, que aún vamos por esta tierra cómo gente de paso. Nada noble pareciera perecedero entre nosotros, y es la razón de esa corrupción aupada de manera sádica por algunos extranjeros, por apresurar el expolio y el despojo.
De este laberinto de conquistas, el Papa, como hemos dicho, recibía su parte y callaba; ¡qué bueno era Dios, que aumentaba el esplendor de sus templos, de su bienestar, de su vanidad, con el suplicio de indios indefensos! Calló por tanto tiempo...
En los actos de posesión de la tierra, de ajusticiamiento de los nativos y de satisfacciones abominables, había un sacerdote o un obispo que bendecía la causa del rey, y en nombre de Dios. Y nuestros indios, temerosos, siempre dispuestos a creer, terminaron convertidos al catolicismo y se volvieron opacos, distantes, callados y “mentirosos”. El fanatismo en los sometidos correría por su sangre o por su alma –que se entregaron con pasmosa obediencia a los nuevos dioses que les dominaban.
Así, los naturales acabaron serviles a las causas más funestas. Llegaba algún general y gritaba: “¡En nombre de nuestra Señora de Guadalupe!” y se obligaba a los indios a unírsele fervientemente con sus dientes, flechas y lanzas. “¡En nombre del Rey y de Nuestra Santa Religión tal y tal ...” y salían con sus cantos guerreros para arrollar a sus “enemigos”. Religión era guerra, destrucción, tortura, muerte, sangre, demonios.
Los serviles al nuevo Dios, respaldados por la voz de la civilización europea, la voz del Papa, engendraron una de las peores y larvadas sociedades del planeta.
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