(ENSARTAOS-COM.VE) Una de las tragedias de nuestra nación tiene que ver con la ignorancia de muchos de nuestros dirigentes "políticos". Notables "dirigentes" que en sus casas no tienen siquiera un libro; que desconocen la historia de nuestro país, y que creen que cuanto tenemos se ha formado sólo en estos últimos 50 años.
· Todavía hay quienes se precian de su ignorancia, y hacen alarde de ella.
· En realidad cuanto está matando a esta nación es la falta de conocimiento de nuestra historia. Aquí, a pesar de los grandes esfuerzos que diariamente trata de hacer el Presidente Chávez, no se lee a Bolívar; no se siente al Libertador. Es raro al venezolano que al comentar algún segmento de la obra del Padre de la Patria lo veamos conmoverse. Un día conversando con el escritor Ramón J. Sender, y al mencionar al Libertador, detuvo se preguntó: "- ¿Qué sería ustedes sin Bolívar; de la misma manera: qué sería de España sin Don Quijote?"
· La carga de nuestro pasado es inmensa. Los residuos morales de nuestra historia son terribles como para ignorarlos. Cuando se cumplen 180 años de la muerte de Sucre y vemos un poco hacia atrás, podemos entender el por qué de nuestras complejidades morales. La pesadez de este ambiente; la reincidencia de las abominables contradicciones que nos limitan y destrozan.
· Pero vayamos conociendo el alma miserable de ciertos padres putativos de nuestras instituciones: ¿Sabían ustedes, que cuando murió Sucre, el gobierno venezolano, presidido por el general Páez, ni siquiera expidió una nota de duelo, por tan espantoso asesinato? Ni siquiera una misa (de ésas que no se le niegan a cualquier ladrón, a cualquier abominable facineroso), registra la historia que se hubiera realizado al conocerse su muerte, en alguna capilla de este país.
· Para el general Bermúdez y para casi toda la crema de la oficialidad venezolana, Sucre era simplemente un despreciable afeminado; se asombraban que hubiera gente capaz de creer sobre las hazañas que de él se comentaban. "- ¿Cómo serán esos realistas del Perú, que hasta Toñito gana batallas", comentaba despectivamente el terrible Bermúdez. Parte de esa brutal envidia que todavía causa estragos entre nosotros.
· El hombre que había triunfado en Pichincha y que con la batalla de Ayacucho sellaba trescientos años de dominio español en América, era vilmente despreciado por la canalla que detentaba el poder en Venezuela. De allí venimos nosotros, señores. Y con estos residuos morales conformamos los actuales partidos que nos gobiernan. No podemos negarlo.
· Resulta, que poco antes de asesinar a Sucre, la moda triunfante en nuestros líderes, eran el sensualismo y utilitarismo de Bentham. El virus ideológico que infeccionó la mente de nuestros "pensadores", y que acabó por conformar el movimiento liberal, del cual hoy reeditamos algunos pasos.
· Los "liberales" de aquella época se desvivían por salir de Bolívar y Sucre, y crearon en las principales ciudades de la Nueva Granada, círculos cuyo fin era planear asesinatos contra quienes nos habían dado patria.
· El Gran Mariscal de Ayacucho, había llegado a la capital, de una comisión a la frontera con Venezuela, el 5 de mayo, cuando ya las sesiones del Congreso estaban a punto de concluir. Bolívar no estaba en Bogotá, por supuesto. Aquella ciudad le pareció desierto, un pueblo fantasma, de una desolación insondable. No supo porque al entrar a ella, su corazón le dijo que ya todo se había consumado. No obstante corrió a casa del general Caicedo quien le confirmo lo del partida del Padre de la patria.
· Fue brutal aquella evidencia más del gris destino que esperaba a Colombia. Sabía que Bolívar no tenía a dónde ir. Vuelto sobre sus paso, al alzar la mirada y ver el cielo enturbiado por las lágrimas de su corazón, comprendió que él tampoco tenía a dónde ir. Pensó que su maestro, sin embargo, donde estuviese sería capaz de elevar alguna esperanza como en los días gloriosos, aunque él no tuviera ninguna para sí; "pero yo, sin él, Colombia sin él, ¿qué hacer?". Por otro lado, también intuía que el "viejo" al carecer de patria por la cual luchar, moriría de inanición moral, pues recordaba que él solía curarse de los grandes males bregando en medio de las terribles tempestades. Postrado, con la mirada brillante por las fiebres que le acosaban, le escuchó decir más de una vez: "- Yo siempre me he recuperado montando sobre mi caballo; señalando con mi espada el horizonte de mis porfías".
· Recordaba Sucre, dirigiendo ahora sus pasos hacia el convento de San Francisco, que una vez había dicho a Bolívar que estaba cansado de todo mando y puesto público; que una repugnancia invencible tendía a alejarlo de los empleos y que con tal espíritu era casi imposible hacer nada bueno ni eficientemente.
· Aquellas palabras volvieron a retumbar con una clarividencia que lo fatigó. No podía ser asunto de un grupo muy pequeño de hombres el controlar el pavoroso incendio que envolvía a Colombia por los cuatro costados.
· En medio de aquellas borrascas, Sucre vacila. Al menos tienen el refugio de un hogar, cosa que no tenía el Libertador. No obstante, tal consuelo no es suficiente para tranquilizarlo. Sabe que no puede desentenderse tan fácilmente de los compromisos contraídos con Colombia. Busca un lugar para su alma y, va y se coloca en un estrecho y oscuro rincón de la iglesia de San Francisco.
· Los periódicos y panfletos liberales, van anunciando que hay que hacer Sucre lo que no hizo con Bolívar. Que ejecutor de este "sublime" mandato será el general José María Obando.
· Cuando Sucre, en su viaje a Ecuador llega a Neiva, se aloja en la guarida del lobo: en casa del coronel José Hilario López, de los artífices del Crimen de Berruecos, futuro presidente de la Nueva Granada.
· Postas van y viene a los largo de las infernales cornisas que se extienden desde Popayán hasta Pasto; van anunciando los pasos del Mariscal.
· Cuando a Sucre lo asesinan, la mañana del 4 de junio de 1830, Juan Gregorio Sarria (uno de los comprometidos en el complot), lleva la mala nueva a Popayán. José Rafael Mosquera hizo un llamado para vestir ocho días de riguroso luto por la muerte de tan eminente hombre; entonces José Hilario López (quien se encontraba en Popayán), ofendido por tan insólita invitación, pidió a sus partidarios "liberales", que encasquetaran un luto por la muerte del general José María Córdova, a quien hacía poco él había denunciado, por humillar a una cuñada, en una miserable representación ante el gobierno del general Urdaneta. Sugirió López que en realidad no era momento de llorar sino de celebrar.
· Cuando el general Santander regresó de su dorado exilio y gobernó como quiso a la Nueva Granada, jamás hizo un solo gesto recordatorio para con las inmensos méritos que adornaban a Sucre. Se impuso contra la opinión de muchos meritorios miembros de su partido, imponiendo el famoso "olvido legal" para los comprometidos en el Crimen de Berruecos, porque según él era necesario ser "consecuente". En efecto, este asesinato quedó impune y fue causa de terribles guerras civiles. Y para reafirmarlo, Santander propuso como sucesor en la presidencia a José María Obando, el brazo militar del incipiente partido liberal, y sin el cual no habría existido república de la Nueva Granada ni Santander en la presidencia. Es insólito cómo las bases institucionales de esta nación se encuentran forjadas sobre un asesinato tan espantoso. He allí los verdaderos orígenes de la violencia colombiana.
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