En esto días, el buen amigo y compañero Wladimir Acosta, decía –con la pasión y claridad con que suele hacerlo- que estamos equivocando la estrategia en el enfrentamiento con esos traidores a las ideas de Jesús de Nazareth representados en la jerarquía de la Iglesia Católica. Nosotros, que coincidimos en que es un error plantear el conflicto con la falsía en el ámbito de sus enredos, queremos sin embargo hacer un aporte por –para decirlo con palabras de nuestro pueblo- latirle en la cueva a estos judas de todos los tiempos. Todo esto porque estamos persuadidos de que es, no sólo posible sino necesario, demostrar –con pruebas irrefutables- la estafa histórica de esa jerarquía de la Iglesia Católica a las ideas de Jesús, el proclamado fundador de su Iglesia, esa organización de poder que poco o nada tiene que ver con la Eclessia (Asamblea del pueblo) predicada por Jesús. Queremos atrevernos –y en efecto nos atrevemos- a demostrarle a nuestro pueblo que, por fidelidad y amor a Jesús, a su sacrificio y sus ideas, es obligatorio condenar a estos personajes históricamente dedicados a colocar las ideas de Jesús al servicio de los poderosos autores de su propia muerte de cruz y la esclavización del pueblo.
Nietzsche afirmaba que, “la falta de sentido histórico es el
pecado original de todos los filósofos”. No estoy seguro de si el “todos” por
él utilizado para el enunciado no responde acaso a su conocida radicalidad, de
lo que sí estoy persuadido es de que, la falta de sentido histórico es un grave
error para la interpretación de cualquier tiempo histórico. Esto se evidencia
en la entrega acrítica que se observa en la recurrencia placentera al
simbolismo vacío de signos vitales usados por esta caterva de bandidos, logrando que los objetos de lo religioso, lo
moral o lo estético corresponda a lo meramente superficial. De este modo han
logrado que el hombre termine por creer que su idea de estos símbolos toca el
corazón mismo de todo conocimiento. Así, el hombre se forja ilusiones porque
estas le causan felicidad, tranquilidad o ausencia de desafío, eludiendo de este
modo el doloroso desafío que supondría la confrontación de los distintos
contextos con su propia circunstancia.
No es extraño pues, que hoy muchas personas se supongan a sí mismas cristianas,
renacentistas, republicanas o bolivarianas llevados de la mano de la simbología
porque es fácil, muy fácil, adherir los símbolos, particularmente cuando estos
se corresponden a otro tiempo y espacio distinto al que protagonizan. Por
ejemplo: ¿en qué lugar estarían hoy la inmensa mayoría de estos jerarcas si
colocados en el contexto histórico, les correspondiese elegir entre las
propuestas revolucionarias, peligrosas, comprometidas, antiimperialistas,
subversivas, turbulentas y revoltosas de ese oscuro, loco, excéntrico, herético
e insólito personajillo, para colmo pobre, sin currículo aceptable e hijo de un
carpintero, que proclamaba la falsedad de la jerarquía eclesiástica, el poder
económico y las estructuras de opresión?, ¿acaso secundarían las “alocadas”
luchas por la verdad de Galileo, aún en contra de la inquisición, el inmenso
poder del estatus y la felicidad de la “verdad” aceptada?, ¿por ventura
acompañarían a la chusma en sus luchas a muerte contra la elegancia, la finura,
la exquisitez, el poder establecido, la “verdad divina” enunciada y la fuerza de las costumbres representada por
la aristocracia?, ¿O quizás acompañarían al loco y aventurero caraqueño de
comienzos del siglo XVIII, enfrentado a todas las costumbres, por la libertad,
la justicia, la igualdad y la patria contra el inmenso poder español y la aplastante fuerza moral de su tiempo? La respuesta a estas interrogantes no la
hallaremos nunca en las declaraciones, los actos rituales fuera de contexto y
ni siquiera en los más exclusivos espacios reservados al rito a ratos y sin
retos. La respuesta la proporciona el
ejercicio del sentido histórico, la circunstancia contextualizada y la
comparación crítica. Eso nos dará la respuesta a estas interrogantes: donde
están hoy, con quién están hoy, que proclaman hoy y sabremos donde y con quién
estarían en ese otro tiempo y espacio.
Veamos entonces el tiempo de Jesús y su contexto:
Palestina, habitada por un pueblo arisco, áspero y hosco, se encuentra dominada
por el todo poderoso Imperio Romano, el cual, ducho en las artes del dominio y
control de sus provincias dedicaba sus mejores esfuerzos por pacificar un
territorio que, por la vía de la fuerza podía fácilmente ser conquistado pero trabajosamente
ocupado. A este fin hizo concesiones especiales a las clases dominantes y en
forma muy particular a la clase clerical garante de la tranquilidad en el
ámbito de las procelosas aguas de las creencias religiosas. A los primeros les
permitía comerciar con cierto grado de libertad aún en el corazón mismo del
Imperio, -Roma estaba habitada por innumerables comerciantes judíos que
prosperaban a la sombra de su entrega apátrida al imperio- y en cuanto a la
clase clerical, le permitía la existencia de su culto, -incluso a extremos
impensables para los romanos, como abstenerse de pisar la casa de un judío
porque la contaminaban- centro y esencia de todo el poder del clero sobre un
pueblo que debía asistir, al menos una vez al año, al Templo a ofrecer culto a
Dios, siendo éste el único lugar para hacerlo pues allí, bajo la custodia de
los sacerdotes, se encontraba el Arca de la Alianza.
En este marco histórico nace Jesús de Nazareth y a la edad
de treinta años comienza su prédica del Evangelio de liberación, salvación y
vida. Esa sociedad estaba formada por grupos marcadamente diferenciados y con
cuotas variadas de influencia y poder. Veamos:
EL CLERO O SACERDOTES
Este era el grupo más poderoso dada las características teocéntricas y
teocráticas del pueblo de Israel. Comandaba una especie de Asamblea Nacional
llamada el Sanedrín, lugar donde se ventilaban las cosas más importantes para
la vida común. Poseían, en forma absoluta, el control sobre el Templo lugar al
que, como se ha dicho, debía concurrir todo judío a rendir culto a Dios y
ofrecer sus dones y sacrificios. Para estos fines poseían un eficaz sistema de
mercaderes y cambistas colocados allí para, en un caso vender los animales que
serían sacrificados por los sacerdotes y en el otro servir como casas de cambio
de las monedas que traían desde todos los lugares del mundo los judíos en su
peregrinación, por las monedas exclusivamente aceptadas por los sacerdotes. En
ambos casos las ganancias eran escandalosas y groseras. Es a estos mercaderes a
quienes Jesús saca del Templo con un látigo en el momento en el cual, -escribió
su sentencia de muerte según recoge el mismo Evangelio- cuando destrozó el
negocio de los sacerdotes y los denunció llamándolos “raza de víboras, que
habéis convertido la casa de mi Padre, casa de oración, en cueva de ladrones”.
Es evidente que el peligro de este Jesús, con el cual habían convivido hasta
por tres años sin mayores problemas, se hace insoportable cuando amenaza su
negocio, incluso cuando denuncia el pecado de una intermediación usurpada y
deciden su muerte con estas palabras: “Es preferible que muera un solo hombre a
que se pierda la nación”. Dos cosas interesantes: el disparador de la
conspiración está asociado directamente con el negocio amenazado y éste, -el
negocio- es para ellos “la nación”. ¿No guarda cierto parecido con la
“peligrosidad” de Bolívar al decretar la liberación de los esclavos y la
repartición de la tierra mediante el Decreto de Confiscaciones?, ¿No guarda
cierto parecido con las prisas por “salir” de Chávez, justamente al instante en
que éste aprueba las 49 leyes habilitantes allá por el año 2001?
LOS FARISEOS
Estos son los más estrictos cumplidores de la Ley de Dios. Algo así como los
mejores ciudadanos de una nación. La gente de bien. Los chéveres. Los finos y
cultos. Al grado de que, sectorizados internamente en distintos grupos o
niveles, eran encabezados por los “Irreprensibles”, un grupo que se jactaba de
no merecer la reprensión de nadie, a tal punto alardeaban del cumplimiento de
la Ley. Sólo que, como Jesús les enrostrará, habían convertido la Ley sencilla
de Dios, que cabe en dos Mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todas las
fuerzas de tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo” en un complicado amasijo
de preceptos, absolutamente obligatorios para “demostrar” ese amor a Dios, que
llegó a alcanzar hasta 635. Siendo, como es de suponer, más difícil conocerlos
que cumplirlos, pero que, desde luego, lograba su objetivo: Echar un manto
oscuro sobre la fuerza vital de los dos mandamientos verdaderos hasta hacerlos
invisibles en medio de aquel artilugio de preceptos anodinos. Con ellos es
particularmente duro Jesús, pues no se cansa de llamarlos hipócritas,
criminales, cínicos y sepulcros blanqueados, con la misma fuerza que llamó al
grupo de sacerdotes, ladrones, bandidos y salteadores.
LOS SADUCEOS
Estos estaban formados por los pudientes, hacendados y
banqueros. Como es de esperarse las exigencias farisaicas les resultaban
incómodas. De modo que, amén de otras diferencias doctrinales, se caracterizaban
por una visión más “abierta” del mundo y los negocios, siendo por ello menos
influyentes en el ámbito religioso, pero más poderosos en el mundo mercantil.
LOS ZELOTES
Este grupo lo conformaba el brazo armado y rebelde de la resistencia contra el
imperio. A este grupo pertenecía precisamente aquél a quién el pueblo prefirió
a Jesús: Barrabás. Un grupo que, aunque desde luego muy incómodo e indeseable
para el imperio, era penosamente controlado por las fuerzas de ocupación
romanas que se veían agredidas y diezmadas por las técnicas de guerrillas
utilizadas por ellos.
LOS SÁTRAPAS
La culta y eficaz Roma había descubierto desde tiempo atrás que, la mejor forma
de sostener la conquista de una nación no era la fuerza, muy útil para la
conquista pero infructífera la ocupación de largo tiempo, sino la perfección
estratégica consistente en horadar la cultura, costumbres e idiosincrasia del
pueblo dominado, hasta lograr que el pueblo dominado llegue a admirar al
dominador al punto de aceptarlo y hasta desear con todas sus fuerzas parecerse
a él. Esa estrategia que hemos visto después aplicada en distintos escenarios
de dominación y exterminio en el mundo, como los indígenas vestidos como
hombres blancos y trabajando contra su propio pueblo para ellos, estaba
convenientemente representada en Herodes y su corte. Allí se le
enseñaba al pueblo judío como se vivía al “romano way of life”. Cuantos
adelantos, exquisiteces y comodidades podrían tener si adoptaban el modo de
vida romano. No muy distante, por cierto, de los pitiyankis que darían la vida
por alcanzar las bondades del “american way of life” aún a costa de la
esclavitud de sí mismos y su patria.
EL IMPERIO
Como todo Imperio estaba presente con un fin predeterminado:
El cobro de los impuestos para Roma, la garantía del control geopolítico y la
conservación de sus estructuras imperiales. Para ello se valía del mismo
argumento que todos los de su naturaleza: La fuerza representada en sus
legiones pero a las que prefería no recurrir, dejando el menester cotidiano a
los sectores sociales del espacio bajo tutela que, ayer como hoy, estaban
siempre prestos a pedir el auxilio imperial ante cualquier peligro de
conmoción. Véase que la ejecución de Jesús es urdida por los poderosos
vernáculos pero ejecutada por los romanos. Ninguna novedad en el frente, las
cosas, en su esencia, cambian poco.
Bien, quedan otra serie de aspectos que no se tocarán dado el carácter de este
trabajito. Pero, invito a regresar a las preguntas que han originado esta
explicación: ¿Dónde habrían estado y con quién los distintos sectores y
personajes de nuestra Venezuela actual?, ¿Quién es quién hoy?, ¿Quiénes son
cada uno de ellos y quienes eran?, creo que la respuesta no debo darla yo
porque ha de surgir como la luz al amanecer del ejercicio de reflexión que se
ha propuesto.
PATRIA SOCIALISTA O MUERTE
¡VENCEREMOS!
martinguedez@gmail.com