La clase parasitaria del Gran Capital que tiene secuestrada a la humanidad, festeja los milagros del mercado. En medio de la peor crisis capitalista mundial desde la Gran Depresión de 1929-32, en el año 2009, sus exclusivas filas crecieron en un 17 por ciento y su riqueza colectiva en un 19 por ciento, equivalente a 39 billones de dólares. Hoy día, así reporta el The 14th Annual World Wealth Report 2010, de Merrill Lynch-Capgemini, la especie de los plutócratas en el Planeta Azul ha alcanzado los diez millones: en Estados Unidos habitan 2.87 millones; en Japón, 1.65 millones; en Alemania, 861,000 y, en China, 477,000. Suiza tiene la densidad demográfica más alta de esa fauna: casi 35 millonarios por cada 1000 adultos.
De los 39 billones de dólares (trillion en inglés), la fortuna de los millonarios norteamericanos abarca $10.7 billones, la de los asiáticos $9.7 billones y la de los europeos, $9.5 billones. Si se calcula el Producto Bruto Mundial (PBM) con el método de los market exchange rates (tasas de cambio), las fortunas de esa clase equivalen casi al 70 por ciento de todo lo que la humanidad produce en un año.
Que esa plutocracia haya prosperado en la profunda crisis capitalista actual, mientras cientos de millones de personas ven arruinadas sus existencias, no sorprende. Ellos son la nomenclatura que maneja el sistema y lo hace, por supuesto, en beneficio propio. Tiene un doble velo de teflón para protegerse de las masas y de las responsabilidades. Estatalmente teledirigen el sistema a través de sus lobbyistas y peleles políticos en gobiernos y parlamentos; económicamente se ocultan en el anonimato del mercado mundial.
El mercado mundial o el mercado a secas, no es más que un código lingüístico para escamotear al sujeto social responsable de la economía de mercado capitalista. Es propaganda pura que pretende ocultar que esa plutocraciaes el mercado mundial, porque son sus decisiones de inversión y ganancia que determinan el bienestar y la miseria de los pueblos. Por eso es tan ridícula la farsa de Bill Gates y consortes con su philanthropic wealth management, la “gerencia de la riqueza con fines filantrópicos”. Lo que hacía el latifundista señorial, “dueño de vidas y haciendas”, en su microcosmos, lo hace esa megaburguesía a nivel planetario, reclamando como el Dios cristiano la inimputabilidad ante sus actos de destrucción.
Simon Johnson, ex economista en jefe del FMI, constató el 16 de abril del año en curso, que “seis megabancos estadounidenses tienen activos que son equivalentes al sesenta por ciento del Producto Nacional Bruto de Estados Unidos”. A mediados de los años noventa esa proporción era “solamente del veinte por ciento”. Dos años después de la terrible crisis financiera, afirma el economista del establishment mundial, esa “oligarquía…es más grande, más lucrativa y más resistente contra reformas que en cualquier momento anterior”.
La comprensión de Johnson acerca del sistema oligárquico de Estados Unidos, es decir, la dominación política de la élite económica, le llega tarde. La mayoría de los “founding fathers” tenía claro que no quería una democracia real, sino una poliarquía de los adinerados. James Madison, el principal autor de la Constitución, formuló el axioma con claridad: “La principal responsabilidad del gobierno consiste en proteger a la minoría de los ricos, de las mayorías.” John Jay, el Presidente del Congreso Continental, coincidía: “La gente que posee el país, debe gobernarlo”. Alexander Hamilton, el primer Secretario de Hacienda, no se quedó atrás: “La gente (the people) son “una gran bestia” que tiene que ser domesticada, decía. Por eso, la Constitución estadounidense es esencialmente un documento aristocrático diseñado para evitar la soberanía popular y la democracia participativa.
Lo que Johnson deplora no es una desviación del diseño original del sistema estadounidense, sino la evolución lógica de su carácter de clase burgués: la crematística de mercado. Por eso, hoy día el 68 por ciento de los miembros del Senado son millonarios (2008), al igual que el 30 por ciento de los diputados de la Cámara.
Ese sistema plutocrático y su poder nuclear es la cabeza de lanza del “mercado mundial”, es decir, de los diez millones de plutócratas que desgobiernan al Planeta Azul. La gran tarea de la humanidad, si quiere salvarse a sí mismo y a la tierra, consiste en acabar con el sistema crematístico que genera la plaga, democratizar la fortuna de la plutocracia global y resocializar los diez millones de sus miembros para que puedan reintegrarse en la sociedad humana como seres humanos.