Todos los imperios a lo largo de la historia han sabido de la importancia que tiene para sus planes colonizadores la destrucción de la cultura de los pueblos conquistados. La experiencia les demostró que una cosa es la conquista y otra la colonización. La lección más reciente la ha recibido en Iraq, apenas unos meses después de la invasión, el vaquero borrachín George W. Bush, gritaba exultante al mundo desde la cubierta de un portaviones “Misión cumplida”, ¡todavía no hallan como salir del pantanal en el que se metieron! Para conquistar sólo es necesaria la fuerza, ocupar y colonizar exige un clima de convivencia con el pueblo colonizado, sólo alcanzable cuando el choque de culturas desaparece para dar paso al establecimiento de la nueva cultura, la del colonizador.
No en vano, la colonización y evangelización de América fueron siempre de la mano. Junto a la ocupación de las tierras conquistadas se hacia presente, -las dos ligaditas- la destrucción de la cultura nativa y su sustitución por la cultura imperial. La cruz y la espada actuaron al unísono. Detrás de la cruz siempre estuvo y continua estando la espada, incluso en la inmensa mayoría de los casos esta actuaba como segura "evangelizadora" cuando la compleja trama de la alienación espiritual no daba adecuados resultados. Ahí está como ejemplo del horror el Requerimiento, aplicado a nuestros aborígenes para “salvarles” el alma.
Más atrás, en la historia antigua encontramos la práctica de la satrapía. No sólo en la forma del establecimiento de un reyezuelo títere al servicio del verdadero rey, sino en la más sutil y letal de la imposición de modelos culturales, formas de vida y demás elementos propios de la cultura colonizadora a través de espejos modélicos. No otra cosa era, por ejemplo, el rey Herodes en el corazón del levantisco y resistente pueblo judío. Herodes estaba allí más que para asegurar la autoridad de Roma, -para eso tenían sus legiones y sus gobernadores imperiales- para contaminar con el "modo de vida romano" la dura resistencia cultural de ese pueblo.
Dos acciones paralelas, la primera destinada a la destrucción de la cultura nativa, sin miramientos ni escrúpulos se va desmontando y derribando todo vestigio de cultura en la que pueda abrevar la identidad del pueblo colonizado junto a la sustitución de la cultura destrozada por el modelo cultural conquistador. No hay que ir muy lejos, hoy estamos viendo el culturicidio que soldados invasores y "contratistas civiles" vienen practicando sobre la cuna de la civilización en Iraq. También allí, junto a la imposición de un gobierno más que dócil, absoluto imitador de los modos políticos del invasor, la destrucción de la milenaria cultura va acompañada de los nuevos iconos culturales: Macdonalds, Coca Cola, Rock, etc.
En Venezuela, de eso debemos tomar conciencia todos los venezolanos, el proyecto de conquista y colonización transita por esos caminos. No les resulta suficiente con la colonización del sistema educativo, los medios de comunicación de masas y el financiamiento de sus propios aspirantes a sátrapas herodianos. Aún perciben suficientes signos de identidad en nuestro pueblo como para imaginar que no les sería muy sencilla la colonización posterior a la conquista. Requieren ahora del desmontaje progresivo de la identidad nacional en el corazón mismo de nuestro pueblo, y en eso están antes de pasar a otra fase. El imperio debe garantizarse que no habrá resistencia; debe garantizarse un pueblo que al modo en que lo haría buena parte de nuestra clase media, ya ampliamente desnacionalizada y transculturizada, salga a recibirlos con banderitas del tío Sam, en medio de un éxtasis orgásmico.
En esa línea se inscribe la cotidiana presencia de los billetes verdes acompañando y financiando organizaciones cipayas como Redes Populares, Primero Justicia, Voluntad Popular, Radar de los Barrios, etc., etc. Un desliz de Carlos Ocariz develó con claridad el propósito de estos planes "debemos llevar a nuestro pueblo pobre hasta el espíritu de superación que tiene la clase media", dijo el alcaldito cipayo. Está clarito, se trata de llevar hasta nuestro pueblo el espíritu de competencia, egoísmo, individualismo, consumismo y pitiyankismo apátrida que tan bien florece entre las llamadas clases medias, esos mismos sectores que por lo mismo, le son tan dóciles, entusiastas y admiradores.
Los venezolanos debemos saber que, por ahora, el desmontaje de nuestra identidad pasa por estos modos "civilizados" pero que una vez emprendida la conquista, lo que hoy vemos en Iraq será pálido comparado con lo que harán con lo que quede del alma nacional. De momento el objetivo imperial se concentra en la conquista de espacios en la Asamblea Nacional, desde allí, de lograrlo –supuesto negado-, emprenderían la siguiente fase de destrucción del alma nacional. Resistir a esta sorda conquista es prioridad absoluta, poner en marcha la Misión Conciencia, proporcionarle profundidad y apoyo debe estar entre las primeras obligaciones de la Revolución y de todos los revolucionarios. En la identidad nacional, en nuestras raíces está nuestra fuerza y a ellas debemos aferrarnos. Esto me trae a la memoria el Tercer Motor “Moral y Luces”, al frente de la cual, en el Estado Mérida, cumplió una tan hermosa como truncada labor el camarada Gilberto Perdomo. Pudo más “el vil egoísmo que otra vez triunfó” ¡Que no triunfe más!, ¡que triunfe la moral y las luces de la Patria!
¡PATRIA SOCIALISTA… O MUERTE!
¡ESTAMOS VENCIENDO!
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