La globalización económica y las normas de guerra impuestas por las grandes potencias, sobre todo, de parte de Estados Unidos, han logrado que una multiplicidad de grupos y movimientos sociales y políticos del mundo entero comiencen a generar un alerta sobre el grave peligro de extinción que pende sobre la humanidad y, especialmente, sobre la pluralidad cultural, que es amenazada por la instauración de un pensamiento único.
En nuestra América y el Caribe, tal amenaza se ha estado expandiendo y profundizando, sin cesar, desde las últimas décadas del siglo XX; lo que se ha traduce en el reforzamiento de algunos patrones de dominación que le conceden a Estados Unidos la supremacía política, económica, militar y cultural sobre nuestros pueblos, avalada por las elites gobernantes. Esto ha permitido que se adopten automáticamente los modelos de conducta “made in USA”, reproducidos tanto en el cine, como en la televisión y la música, en lo que constituye un verdadero bombardeo ideológico que pervierte nuestras identidades nacionales y le abren el camino a una dominación neocolonialista más efectiva y evidente.
Esto se palpa, por ejemplo, al dar por sentado que las diferentes informaciones provenientes de las grandes agencias norteamericanas de noticias son imparciales y objetivas, especialmente en las que Washington tiene un mayor interés, resultando evidente la manipulación Sin embargo, esto no ocurre al disponer de agencias noticiosas alternativas que nos descubren cuál es la situación real. De este modo, la invasión y ocupación territorial de Irak y Afganistán por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña se convierte, por obra y gracia de las grandes agencias informativas, en una justificada “lucha contra el terrorismo internacional”. Es la visión unilateral de un problema complejo que obedece a la línea de forzar la idea de que nadie podrá oponerse, sin consecuencias, al imperialismo yanqui. Pero, nadie habla, en este caso, de la autocensura de los medios de comunicación en Estados Unidos, ni de cómo se acosa a un grupo de periodistas norteamericanos para que revelen sus fuentes. Ni qué decir de los vejámenes sufridos por los cinco cubanos presos en La Florida, sin beneficios legales de ninguna índole, ni de los talibanes prisioneros en Guantánamo, ni de las torturas infligidas a los militantes de la resistencia iraquí. En cambio, sí es un escándalo la Ley de Responsabilidad Social de la Radio y la Televisión en Venezuela.
La imposición de este pensamiento único, patrocinado por Estados Unidos, principalmente, por ser su mayor beneficiario, y reforzado por las elites, los grandes medios de comunicación y la burocracia cultural de nuestros países; tiene, sin embargo, un foco de resistencia en la iniciativa popular que trata de dar a conocer, entre las nuevas generaciones, los valores culturales esenciales de nuestros pueblos. En él tiene cabida la rica historia de luchas, esperanzas y desilusiones protagonizada, desde siempre, por nuestros pueblos. Hoy constituye la mejor herramienta que se le puede oponer a ese pensamiento único, cuya punta de lanza es, sin duda, la globalización económica. Sólo así evitaremos esa uniformidad impuesta disfrazada de diversidad.
Se trata, por tanto, de “proteger la personalidad de los pueblos –como lo expresa el escrito español Alfonso Sastre- frente a la homogeneidad que propone el pensamiento único”. Si no son frenados los planes de dominación de las grandes potencias industrializadas, ningún pueblo del mundo podrá mantener íntegra su identidad cultural, al igual que lo ocurrido a nuestros ancestros indoamericanos a la llegada de los conquistadores europeos. Por ello, coincidiendo plenamente con Ramón Fernández Durán, “todas las experiencias de transformación alternativa de la sociedad al margen del mercado y de la lógica patriarcal dominante (…), tienen un gran valor como semillas y polos de referencia de lo que puede llegar a ser una transformación a mayor escala. En ese proceso hay que dar una enorme importancia a la reconstrucción de nuestras mentes, tan colonizadas por el pensamiento occidental dominante, para recomponer nuestro yo escindido. (…) Es preciso descolonizar nuestro imaginario, individual y colectivo, para poder cambiar verdaderamente el mundo”. Tarea, dispersa y difusa aún, que permitirá, indudablemente, que nuestros pueblos no sufran una distorsión de sus valores constitutivos ante la avalancha uniformadora de quienes tienen centrado su único interés en la libertad de empresa y en la obtención de ganancias.
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