EEUU: fábrica de monstruos

Los últimos 9 años electorales de la historia de Estados Unidos se
vieron signados por el Frankenstein de los Bush: Osama Bin Laden. El
termómetro electoral es el que dicta el uso del terrible “villano”.
Los niveles de la fiebre (del voto) ascienden con “casi lo atrapamos”,
se entibian cuando “se nos escapó”, se enfrían cuando se “nos volvió a
escapar” y enardecen cuando “lo matamos”. Pero a rey muerto, rey
puesto.

El “pueblo” y tipos como Alberto Federico Ravell suspiran cuando el
premio Nobel de la paz de los sepulcros se rasga la camisa para
descubrir la bandera de las barras y las estrellas que decapitaron al
“árabe-asesino”. Por cierto, estas dos últimas palabras significan lo
mismo para el discurso mediático y político gringo. Así que la muerte
de Osama o de Gadafi, da lo mismo.

Hoy, el pueblo (engañado) baila sobre los restos del World Trade
Center en New York como lo hacían sus ancestros para matar “el alma de
sus enemigos”, como en los filmes de Hollywood. Mañana bailarán sobre
el acueducto más grande del mundo hecho por Gadafi, o ¿Qué haran?
¿Entenderán que tienen un gobierno asesino, se deslastrarán del miedo
y no le votarán más?

La figura del fundamentalismo vuelve a teñir de amarillo las paǵinas
de los principales motores de la opinión: Obama sería el superman y
Osama, el Frankenstein. No se inventan nada nuevo: terroristas,
injerencistas, asesinos, mentirosos, son medallistas de oro en las
olimpiadas de la muerte. Nada nuevo, todo tributa a un mismo objetivo:
el trono de la nación que comanda el imperialismo mundial, la
presidencia de USA.

Cada vez que hay elecciones, EEUU crea una nueva guerra, una victoria
y un súperhéroe. Su carta bajo la manga esta vez es la muerte del
supuesto terrorista más buscado y escondido a la opinión pública
internacional por sus aliados y formadores de la Agencia Central de
Inteligencia, la CIA.

9 años mediante, 9 muertes mediante, el circo que acompaña la muerte
del photoshop de Osama Bin Laden sólo está confirmado por Obama, es
decir, el único argumento, la única prueba del deceso, la única fuente
de información es la palabra del presidente negro más impopular del
mundo.

Asimismo, siempre que cae la aceptación pública de los políticos
usamericanos, entonces o se le aniquila de un balazo en la sien o
asesinan a uno de sus “terroristas” favoritos. Hace 5 años fue a
Saddan Hussein. Esta vez le tocó el turno al afgano, amigo de la
familia de los presidentes Bush y enemigo público número uno de la
nación norteamericana. Mañana ¿será Muamar Al Gadafi?

Muerto 9 veces, más arrecho que un gato, Osamita ¿estará realmente en
el más allá? El ahorcamiento de Hussein fue transmitido por los
grandes medios. Esta vez ni el cuerpo del hijo de Alá quisieron
mostrar. Lo tiraron al mar, “porque los marines gringos son muy
respetuosos de las tradiciones árabes”, dijeron.

Algunas teorias afirman que estaba muerto hace rato por padecimientos
hepáticos y que los norteamericanos se cogieron ese muerto para
obtener laureles y hacer el “mayor acto de relaciones públicas de la
historia”, según el sociólogo estadounidense James Petras.

La pregunta de los dólares: ¿Se acaba la guerra contra Afganistán
después de lograr la muerte del “terrorista”? La Organización del
Tratado del Atlántico Norte -OTAN- dijo que la misión debía continuar.
Bin Laden ha sido suplido por el gas y el opio afgano. Y por Gadafi en
Libia.

Ronald Reagan calificó a Bin Laden el “luchador por la libertad” en
1979. El ex-agente de la CIA era la cabeza visible de la organización
Al-Qaeda. Surgió como figura pública mundial al ser acusado de
perpetrar, en nombre de Alá, el atentado a las torres gemelas de Nueva
York y al Pentágono, el 11 de septiembre de 2001.

Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que el propio aparato
gubernamental de la nación estadounidense organizó la muerte de 2.973
ciudadanos, más de 6.000 heridos, 24 desaparecidos y 19 kamikases
árabes en el atentado.

Vale destacar que en la guerra contra Libia, la misma Al-Qaeda
terrorista y asesina de estadounidenses es ahora aliada de EEUU para
asesinar a Gadafi y entrenar la resistencia contra el presidente de la
Jamahiriya.

La razón oculta detrás del ataque a su propio pueblo es la económica.
80% de la energía mundial proviene de los hidrocarburos y USA es el
mayor consumidor de petróleo per cápita del mundo, lo que se traduce
en 20,8 millones de barriles diario, más que la suma total de los 5
mayores consumidores del mundo que le siguen en el ranking.

La justificación de la Guerra contra el terrorismo le costó la vida a
más de dos mil de sus ciudadanos. Es así como ocuparon militarmente
Afganistán (por Gas, 2001), Irak (por petróleo, 2003) y ahora Libia
(por agua y petróleo, 2011) desangrando tanto a los pueblos invadidos
como a los invasores.

Sólo en Afganistán, los gloriosos (EEUU) han gastado alrededor de
104.000 millones de dólares al año, unos 2.000 millones de dólares a
la semana. A través de una simple ecuación matemática podríamos
darnos cuenta de que la cifra resultante podría ayudar a acabar con el
hambre en el mundo, por ejemplo.

El 19 de abril reciente, EEUU lanzó 112 misiles Tomahawk contra los
libios. Cada uno cuesta medio millón de dólares, la suma: 56 millones
de dólares en un sólo ataque. Todavía no matan a Gadaffi, pero ese es
el objetivo, otro trofeo para la parca disfrazada de águila.

Este aparato militar es el mismo que critica la “escalada
armamentística de Venezuela”, la milicia bolivariana y todo lo que les
hieda a la defensa de la soberanía del pueblo con mayores reservas de
petróleo en el mundo.

Ese mismo aparato militar suma para el ejercicio fiscal del año 2012
un total de 728.400 millones de dólares, el presupuesto bélico más
grande del mundo, de los cuales 118.000 millones son destinados para
las invasiones en Afganistán e Iraq.

Mientras gastan el dinero en asesinar, en su país su gente se queda
sin casa, hay 40 millones de pobres, les llenan la cabeza de demonios
supuestamente capaces de acabar con el mundo, osea con EEUU; pero como
en la historia del científico loco, el moderno prometeo hecho pueblo
deberá volverse contra su creador, sin tanta ciencia ficción.

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Indira Carpio Olivo

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