Este nuevo enfoque tomó fuerza al final de la guerra fría, con el reacomodo de las grandes potencias que gobiernan el Consejo de Seguridad (CS) de la ONU, compelidas por las políticas intervencionistas impulsadas por EEUU con sustento en su poderío mediático y militar global. El imperio estadounidense y sus aliados, suelen actuar unilateralmente cuando no logran imponer su voluntad por la vía del chantaje político o económico, tal como ocurrió en el caso de la invasión a Irak, en el contexto de una intensa campaña de desinformación de la opinión pública mundial. En la realpolitik, la “Comunidad Internacional” que aplica sanciones, avala guerras, genocidios e intervenciones tras la mampara de la “seguridad humana”, se personifica en los cinco del CS.
La ampliación de los DDHH al ámbito socioeconómico y ambiental, propulsado en el seno de la ONU por los países del sur, buscando un equilibrio mundial a través de la cooperación, terminó siendo metabolizada por el imperialismo neocolonial, quien hipócritamente la exhibe como emblema de su política intervencionista. La brutal intervención militar de la OTAN a Libia bajo el liderazgo de EEUU, con el estandarte de garantizarles la “seguridad humana” a los ciudadanos de ese país, además de responder a un plan para recolonizar África y frustrar la revolución democrática árabe, busca crear un precedente para consolidar la “legitimación” de ésta novel doctrina imperial.
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