La revolución de febrero
no se limitó al derrocamiento del trono sino que actuó poderosamente
sobre las ideas, haciendo subir a la superficie aquellas que estaban
ocultas en las profundidades del pueblo. El socialismo, hasta entonces
teoría económica y pacífica, se presentó como partido político;
por primera vez, después del 91, la revolución no se detuvo en el
trono, en cambios de dinastía y de formas de gobierno, sino que atacó
de frente la constitución misma de la sociedad burguesa.
La primera impresión
en los medios oficiales de la vieja Europa fue de verdadero pánico.
A decir verdad, la mayor parte de los progresistas no pensaban en revoluciones
de ese alcance. Sólo su sector más avanzado, así como los demócratas
y los núcleos republicanos, se lanzaron a un movimiento que sin gran
arraigo popular, no podía pasar de motín.
Después del fracaso
de las revoluciones de 1848, todas las organizaciones de partido y todos
los periódicos de partido de las clases trabajadoras fueron destruidos
en el continente por la fuerza bruta. Los más avanzados de entre los
hijos del trabajo huyeron desesperados a la república de allende el
océano, y los sueños efímeros de emancipación se desvanecieron ante
una época de fiebre industrial, de marasmo moral y de reacción política.
Debido en parte a la diplomacia del gobierno inglés, que obraba a la
sazón, guiada por un espíritu de solidaridad con el gabinete de San
Petersburgo, la derrota de la clase obrera continental esparció bien
pronto sus contagiosos efectos por toda la Gran Bretaña. Mientras la
derrota de sus hermanos del continente llevó el abatimiento a las filas
de la clase obrera inglesa y quebrantó su fe en la propia causa, por
otro lado, devolvió al señor de la tierra y al señor del dinero la
confianza un tanto quebrantada. Estos retiraron insolentemente las concesiones
que habían anunciado con tanto alarde.
Todos los intentos
de mantener o reorganizar el movimiento cartista fracasaron completamente.
Los órganos de prensa de la clase obrera fueron muriendo uno tras otro,
por la apatía de las masas, y de hecho, jamás el obrero inglés había
parecido aceptar tan enteramente un estado de nulidad política. Así,
pues, si no había habido solidaridad de acción entre la clase obrera
de la Gran Bretaña y la del continente, había en todo caso entre ellos
solidaridad de derrota.
Después de la agitación
de marzo de 1848, los burgueses liberales se apoderaron inmediatamente
del poder y lo utilizaron para hacer retroceder a los obreros, sus aliados
de la víspera, a su antigua situación de oprimidos.
La burguesía sólo
ha podido alcanzar este propósito aliándose al partido feudal absolutista
y hasta abandonándole por fin, de nuevo, el poder; pero, por lo menos,
ha tomado garantías que, a la larga y gracias a las dificultades financieras
del gobierno, le pusieron el poder en las manos y les garantizaron todos
sus intereses si, cosa poco posible, el movimiento revolucionario pudiera,
desde ahora, dejar la plaza a una evolución llamada pacífica. La burguesía
no necesitaría provocar el odio con medidas de violencia dirigidas
contra los pueblos para asegurar su poder, visto que todas estas medidas
las hubiera tomado ya la contrarrevolución feudal. Pero la evolución
no seguirá este camino pacífico. La revolución que la debe acelerar,
por el contrario, era inminente, sea que la provoque la sublevación
autónoma del proletariado francés o la invasión por la Santa Alianza
de la Babel moderna.
Y el papel que jugaron
en 1848 los burgueses liberales alemanes ante el pueblo, ese papel tan
completamente traidor, lo desempeñarán en la próxima revolución
los pequeños burgueses demócratas que ocupan actualmente en la oposición,
la misma situación que los burgueses liberales antes de 1848.
Ese partido, el partido social-demócrata, mucho más peligroso para el pueblo que el antiguo partido liberal, se componía de tres elementos:
1º Las fracciones más avanzadas de la gran burguesía que se daban como propósito la caída inmediata y completa del feudalismo y del absolutismo. Esta tendencia la representaban los hombres de Berlín, que antes recomendaban la unión y no pagar los impuestos.
2º Los pequeños burgueses demócratas y constitucionales que habían
perseguido, sobre todo, en el último movimiento, el establecimiento
de un Estado confederado más o menos democrático, tal como lo querían
realizar sus representantes, la izquierda del Parlamento de Fráncfort,
y más tarde, el Parlamento de Stuttgart; tal como lo buscaban ellos
mismos en su campaña a favor de una constitución de imperio.
3º Los pequeños burgueses republicanos, cuyo ideal es una república
federativa alemana parecida a la Confederación helvética y que tomaban
la etiqueta de rojos y de social demócratas, porque vivían en la dulce
ilusión de suprimir la opresión del pequeño capital por el gran capital,
del pequeño burgués por el gran burgués. Los representantes de esa
fracción fueron los miembros de los congresos y de los comités democráticos,
los dirigentes de las asociaciones democráticas, los redactores de
los periódicos democráticos.
Después de su derrota,
todas estas fracciones se llamaban republicanas o rojas, igual que los
pequeños burgueses republicanos en Francia se llaman hoy socialistas.
En los países como Wurttemberg y Baviera, etc., donde podían tener
la posibilidad de perseguir sus propósitos dentro de la vía constitucional,
aprovechaban la ocasión para limitarse a su antigua fraseología de
nombre no modifica en nada la actitud de ese partido con respecto a
los obreros; pero demostraba simplemente que en la actualidad se veía
obligado a enfrentarse con la burguesía, aliada del absolutismo, y
a apoyarse en el proletariado.
En este momento en
que los pequeños burgueses democráticos están oprimidos por todas
partes, ellos predican en general al proletariado la unión y la reconciliación;
le ofrecen la mano y se esfuerzan en constituir un gran partido de oposición
que abarca los matices del partido democrático; en otros términos,
intentan alistar los obreros en una organización de partido donde dominan
los lugares comunes generales de la socialdemocracia que sirven de mampara
a sus intereses particulares y donde está prohibido, para no turbar
la buena armonía, poner en un primer plano las reivindicaciones precisas
del proletariado.
Una unión de este
tipo, pronto resultaría únicamente en provecho de los pequeños
burgueses democráticos y en perjuicio completo del proletariado. El
proletariado perdería completamente su situación independiente, obtenida
con tantos sacrificios, y recaería en la situación de simple dependencia
de la democracia burguesa oficial.
Sin embargo, este período transcurrido desde las revoluciones de 1848 ha tenido también sus compensaciones.
Después de una lucha
de treinta años, sostenida con una tenacidad admirable, la clase obrera
inglesa, aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores
de la tierra y los señores del dinero, consiguió arrancar la
ley de la jornada de diez horas.
“En marcha, pues, pueblo. Y ten en cuenta no se te metan en el sagrado escuadrón de los cruzados bachilleres, barberos, curas, canónigos o duques disfrazados de Sanchos. No importa que te pidan ínsulas; lo que debes hacer es expulsarlos en cuanto te pidan el itinerario de la marcha, en cuanto te hablen del programa, en cuanto te pregunten al oído, maliciosamente, que les digas hacia dónde cae el sepulcro. Sigue el camino. Y haz como el Caballero: endereza el entuerto que se te ponga delante. Ahora lo de ahora y aquí lo de aquí.”
manueltaibo1936@gmail.com
¡Gringos Go Home!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Y…, aquí seguimos,
con esta Venezuela burguesa y consumista, la economía, la salud y la
educación están en poder de las mismas mafias de siempre. ¿Cuál
socialismo?