El filósofo judío-alemán Herbert Marcuse escribió la crítica más mordaz de la sociedad capitalista del siglo XX, El hombre unidimensional, en Estados Unidos (EUA). Residente en ese país desde 1933, dio clases en muchas universidades y llegó a ser una de las «M» de la «santísima trinidad comunista»: Mao, Marx, Marcuse.
Que el propio sistema capitalista, EUA, permita una crítica tan bien enhebrada desde su interior, sin sufrir ningún cambio ni en sus estructuras ni en sus ciudadanos, no hace más que corroborar la verdad de las afirmaciones de Marcuse en el libro.
El hombre unidimensional es un ser impotente y desarmado (alienado) en la sociedad moderna capialista. Víctima de su impotencia se mueve por necesidades que cree propias. Éstas son todas creadas desde el exterior por la «industria cultural» que es la forma en la que EUA camufla al enterteiment. Pero estas necesidades, que Marcuse divide en reales y ficticias, se vuelven sólo una en individuos alienados, sin conciencia.
Para Marcuse la principal necesidad real es la libertad que muchos hoy ni reconocen ni anhelan, a no ser que estribe entre comprar una consola o un ipad. Sin embargo, a pesar de esa lobotomía masiva operada en Estados Unidos, hay un pequeño reducto en el que hombres secuestrados y torturados saben distinguir entre las necesidades reales y ficticias, y coinciden con Marcuse, aunque es probable que no lo conozcan, en el diagnóstico de los síntomas que padecen los carceleros que los secuestran, torturan, maltratan y vigilan.
Ese reducto se llama Guantánamo, en Cuba, una extensión del mundo alienado, donde el terror y la tortura del hombre industrializado unidimensional, en el hombre en vías de cosificación del cálido sur, es una tare cotidiana. El primero somete al segundo por la fuerza, el segundo espera pacientemente su momento, que estoy seguro que llegará algún día.
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