Decía Carlos Rangel que el imperialismo norteamericano en América Latina no es ningún mito. Que sólo es una consecuencia y no una causa del poder norteamericano y de nuestra debilidad.
Carlos Rangel hablaba por todos los de su clase que acabaron viendo como única patria y como única razón de vida política el destino que nos marcara Estados Unidos.
Yo recuerdo que en la década de los setenta, ochenta y noventa, se machacaba como algo muy natural el que el dinero no tuviera patria; no tuviera patria el petróleo, el hierro, nuestros recursos naturales, que era muy conveniente para todos nosotros que EE UU dispusiera de todo eso como le viniera en gana.
Que el dólar aplastase como quisiera a nuestra esmirriada Nación.
Que debíamos convencernos además que carecíamos de historia, de pasado, de ciencia, de saber, de condición propia para reclamar nada en este mundo.
Esa posición nos quitaba los dolores de cabeza, entre ellos y sobre todo el de tener que enrolarnos en una guerra por nuestra identidad, por nuestros valores, costumbres, historia y cultura.
Y fuimos en América Latina los que mejor supimos barrer con casi todo nuestro patrimonio histórico; con nuestros indígenas, tal como proclamara el mismo Carlos Rangel que quedaron convertidos en un cáncer, de los peores lastres para nuestro desarrollo o progreso.
Para los refinados intelectuales como Carlos Rangel, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner, nosotros no teníamos otra cosa qué hacer en este continente sino entregarnos inerme ante el avasallador determinismo del imperio norteamericano.
Sostienen los intelectuales de la derecha latinoamericana que en EE UU en 1825, hubo simpatía “por una lucha emancipadora tan obviamente inspirada en su ejemplo, y conducida teóricamente en nombre de los mismos principios.”
Algo que es totalmente falso.
Como el propio Libertador lo decía, nunca Estados Unidos nos ayudó en algo. Sólo, como los típicos cobardes que son, cuando el 1819 vencimos a los godos en Boyacá y en 1821 triunfamos en Carabobo, los gringos comenzaron a manifestarse a favor, pero muy débilmente, de nuestra causa. Antes, por el contrario ayudaron en todo a los realistas.
Por eso, Bolívar decía de los detestables gringos en 1821:
“Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quien sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimidar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses. El secreto del Presidente (de los Estados Unidos) es admirable. Es un chisme contra los ingleses que lo reviste con los velos del misterio para hacernos valer como servicio lo que en efecto fue un buscapié para la España; no ignorando los norteamericanos que con respecto a ellos los intereses de Inglaterra y España están ligados. No nos dejemos alucinar con apariencias vanas; sepamos bien lo que debemos hacer y lo que debemos parecer.”
“Yo no sé lo que deba pensar de esta extraordinaria franqueza con que ahora se muestran los norteamericanos: por una parte dudo, por otra parte me afirmo en la confianza de que habiendo llegado nuestra causa a su máximo, ya es tiempo de reparar los antiguos agravios. Si el primer caso sucede, quiero decir, si se nos pretende engañar, descubrámosles sus designios por medio de exorbitantes demandas; si están de buena fe, nos concederán una gran parte de ellas, si de mala, no nos concederán nada y habremos conseguido la verdad, que en política como en guerra es de un valor inestimable.”
“Ya que por su anti-neutralidad la América del Norte nos ha vejado tanto, exijámosle servicios que nos compensen sus humillaciones y fratricidios. Pidamos mucho y mostrémonos circunspectos para valer más...”
Los intelectuales como Carlos Rangel justifican como natural que EE UU se apropia de todo el continente, centro y sudamericano, porque comparten la posición en defensa de los intereses gringos, quienes sostenían: “Hispanoamérica es libre, y si nosotros manejamos demasiado mal nuestros asuntos, será inglesa”…
Más aún, Carlos Rangel y su cohorte de lacayitos, como Guillermo Morón, Manuel Caballero, Teodoro Petkoff, se darían a la tarea de justificar las amenazas gringas contra nuestro territorio, porque en 1823 Francia invadió España por cuenta de la Santa Alianza para invalidar la constitución liberal que Fernando VII había sido obligado a aceptar.”
Entonces para Rangel y familia era de suponer que el próximo paso de Francia sería poner pie en Hispanoamérica, bajo pretexto de restaurar allí la soberanía del Rey de España. Y entonces esto hizo coincidir los intereses estratégicos de los norteamericanos con los de los ingleses, y al sondear estos últimos a Washington (octubre de 1823) sobre la posibilidad de concertarse la gran potencia marítima del mundo y la única potencia del hemisferio occidental para Cerrar el paso a los franceses, el Presidente Monroe y su Secretario de Estado John Quincey Adams (en consulta con los ex-Presidentes Jefferson y Madison) astutamente esquivaron la proposición, pero no dejaron de tomar nota de la disposición inglesa de interponer la fuerza naval británica entre Francia y las repúblicas hispanoamericanas. Y que entonces el resultado fue la llamada “Doctrina de Monroe”, inserta como una expresión unilateral de intención en el mensaje anual del Presidente al Congreso (2 de diciembre de 1823).
Las palabras fueron las siguientes: “Los continentes americanos, en vista de la condición libre e independiente que han asumido y que mantienen, no podrán de ahora en adelante ser considerados objetos de una (re) colonización futura por ninguna potencia europea... El sistema político de las potencias coaligadas (la Santa Alianza) es esencialmente diferente del americano... Consideraremos cualquier intento (de la Santa Alianza) de extender su sistema a cualquier parte del Hemisferio (Occidental) como peligroso para nuestra paz y nuestra seguridad... (A la vez) no interferiremos con las colonias o dependencias existentes”.
Dice Carlos Rangel que la reacción de los hispanoamericanos fue jubilosa.
No existe un solo documento en toda la inmensa memoria del Libertador en el que se vea alegría alguna por esa decisión de Monroe.
El único que se alegró por semejante decisión fue Francisco de Paula Santander, y efectivamente lo recoge Carlos Rangel quien escribe: “El Vice-Presidente de la Gran Colombia, Santander, expresó sentimientos prácticamente unánimes cuando dijo en 1824: “Semejante política (la Doctrina de Monroe), consoladora del género humano, puede valer a Colombia un aliado poderoso en el caso de que su independencia y libertad fuesen amenazadas por las potencias aliadas (la Santa Alianza)".
Es entonces cuando el mismo Carlos Rangel, padre del intelectualismo derechista latinoamericano del siglo XX, acepta que solamente Bolívar tuvo dudas, expresadas sibilinamente en las palabras: “Los Estados Unidos, que parecen destinados por la providencia a plagar América de miserias en nombre de la libertad”…
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