A Capriles Radonski, desde el principio de la campaña le advirtieron sus asesores gringos, que era poco agradable verlo solo sin una compañera hermosa a su lado. Le hablaron de Peña Nieto, quien logró calar profundamente en el electorado mejicano porque hoy se encuentra muy adicto a las telenovelas. Quizá, pensaron, eso todavía tenga algún efecto en las jóvenes venezolanas. Como Henrique se negara rotundamente a ir con una joven preciosa, porque a su entender “ese no es mi estilo”, se le pidió entonces que al menos adoptara una mascota. Él siempre, desde niño, había tenido pets, incluso, siendo adolescente, una de esas mascotas le acompañó durante todo un viaje que hizo por Europa: Una de ellas se llamó “Pupcake”, otra “Smarti” y una tercera “Snicker”.
En el cierre de campaña de este domingo pasado Capriles lo hizo con su mascota “progreso”. En un principio se iba a llamar “Liberty”, pero finalmente aceptó el consejo del asesor gringo, James Wiiliam Brooks y le colocó el mismo nombre de su autobús.
Pero esta adopción no tiene nada de inocente, teniendo en cuenta que en la historia de occidente, muchas perritas han formado parte de una gran estrategia de manipulación política. El uso de animales para dominar en el terreno de los partidos fue una creación de los norteamericanos.
La perrita Fala, de Franklin Delano Roosevelt, hizo que ganara la reelección y Rómulo Betancourt fue quien introdujo esta adoración de perritos en sistema de los partidos nuestros.
Roosevelt pronunció su famoso «Discurso de Fala», el 23 de septiembre de 1944, en el que dijo: “Ah, bueno. Ahora los líderes republicanos no sólo atacan mi persona o a mi esposa o mis hijos. No pudiendo contentarse con eso, ahora incluyeron a mi perrita Fala. Por supuesto que yo no resiento los ataques y a mi familia no le importa, pero a Fala le resiente. Ustedes saben que es escocesa, y al saber sobre el chisme de quedar abandonada, su furioso espíritu escocés se ha enojado. No ha sido la misma perra desde entonces. ¡Y yo me abrogo el derecho de resentirme por tales ataques contra mi inocente perrita!”
Así, Fala se garantizó un lugar de honor en el corazón de los votantes, y F.D. Roosevelt pudo ser electo por cuarta vez gracias a su buen rendimiento como presidente, pero también ayudado por Fala.
Más tarde, esta candorosa historia habría de ser aprovechada por uno de los hombres más farsantes, más tristes, deprimentes y desgraciados que pudo haber tenido Estados Unidos: Richard Nixon. Esta historia la vivió íntegramente Betancourt y la discutió durante largas noches en su apartamento de Nueva York con Gonzalo Barrios, Raúl Leoni y José Figueres.
Nixon, como sabemos, no tenía escrúpulos de ningún tipo para hacerse con recursos mediáticos y lograr la Presidencia, y encontró un día una gran mina manipulando la sensibilidad de sus compatriotas mediante el uso de una perrita como la de Roosevelt. Nixon encontró su salvación en un animalito que llevaba el nombre de Checkers.
Qué tierna es la sociedad norteamericana, tan maravillosamente protectora de los animales, el reino de las mascotas.
Checkers fue el principal aliado de Nixon en Washington, en los trepidantes días de 1952. El joven político, con las manos algo manchadas de tanto hacer negocios sucios con McCarthy, tenía dificultades para darse un apretón de manos con Ike Einsenhower, el presidente, y así lograr la candidatura a la vicepresidencia. Checkers fue la toalla con la que se limpió. Una intervención en televisión, con su cariacontecida mujer al lado —tuvo que soportar que millones de chismosas y ricas americanas supieran que no tenía abrigo de visón pero sí uno republicano, según lo definió su tacaño marido, con una adecuada y medida mención a su querido Checkers— que le ganó el cariño de millones de futuros votantes. Esta alocución que fuera llamada My side of the story, aparece en el sexto puesto entre los 100 discursos de mayor impacto en la historia de los Estados Unidos de América.
Así era Nixon, y Rómulo Betancourt ya no veía nada malo ni antiético en esta clase de manipulaciones para pendejos y estúpidos.
Marquina estuvo entre los que le aconsejó a Capriles que adoptara un perrito siguiendo el ejemplo de Betancourt quien tuvo varias mascotas, el último de ellos fue Tutú. Durante su exilio en Nueva York, en la década de los cincuenta tuvo su más adorable perrito llamado Gay.
En su último viaje a Nueva York, Betancourt salió del país acompañado además de su mujer, por su perrito «Tutú».
Era aquella una época en que los petrodólares estaban provocando en los venezolanos una fiebre por adoptar perros y perras, y a esos animales los llevaban a recorrer el mundo. Era casi una vergüenza, perteneciendo a la aristocracia criolla, presentarse sin un animal de cierto pedigrí. La gente de caché le preguntaba a los de su clase cuando los encontraba en las grandes urbes y metrópolis: «¿Y tu perra?, ¿dónde la dejaste?» Y cuenta la señora de Betancourt, doña Renée Hartmann: «Nos dimos cuenta de que la perrita sangraba, es sumamente nerviosa y creo que los arreglos del viaje le adelantaron el primer celo». ¡Dios mío, quién podía llegar a imaginarse que «Tutú» fuera un día a hacer pipí en Central Park! «Los americanos que tienen debilidad por los perros, la piropeaban, llovían (sic) los ‘nice’, ‘pretty’, ‘beautiful’ y Rómulo se sentía lleno de orgullo».
¡Qué cosa más tierna!
El 10 de septiembre los escoltas de la pareja pasaron el día buscando a «Tutú» quien se perdió en Central Park. Fue algo terrible. Arroyo, uno de los guardaespaldas decía: «Si no la alcanzo me asilo en la embajada de la Unión Soviética, porque yo no me presento delante del presidente sin ella».
En fin, Capriles, la pegaste…
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