La OMC: el comercio más allá del tiempo y del espacio

En las reuniones de Bretton Woods se consideró la necesidad de crear un tercer organismo económico mundial, que iba a llamarse Organización Internacional de Comercio, pero no se concretó. Sus funciones las asumió, en 1948, el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), que luego se convertiría en la hoy todopoderosa Organización Mundial del Comercio (OMC). Esta organización no sólo regula el comercio mundial bajo la hegemonía de los EEUU, sino todas las actividades económicas y sociales del mundo, incluyendo, obviamente, la educación, las telecomunicaciones, la informática.

También desde los otros organismos como la UNCTAD (Conferencia comercio y desarrollo para los países en desarrollo), la OMPI (Organización mundial de propiedad intelectual) y la FAO (Organización para la alimentación y la agricultura), la ONU garantiza la imposición de políticas comerciales y económicas al servicio del orden mundial manejado por los EEUU. Todo cuanto hacen estos organismos desborda el tema comercial e invade el de las políticas de desarrollo económico, social, político e ideológico-cultural.

El GATT fue impulsado como un organismo orientado a recomponer la política y economía mundial sobre la base de la estabilidad de los mercados y un sentido de “comunidad mundial”. De este modo se evitarían los errores del proteccionismo económico de los años 20 y 30 (OMC, 1998). Pese a ser suscrito por sólo 23 países, fue asumido como el elemento clave para la seguridad económica mundial, junto al FMI y al BM.

Cincuenta años después y tras varias rondas y reuniones para su adecuación, el GATT se convirtió en la actual Organización mundial del comercio (OMC) en abril de 1994, en la asamblea de Marrakech (Marruecos-África del norte) absorbiendo todas las funciones del GATT, pero dejando que éste sobreviva, como en efecto ocurre.

La OMC lleva realizadas ocho “conferencias mundiales ministeriales” desde la primera que se realizó en Singapur entre el 09 y 13 de septiembre de 1996. La octava y última, en lo que va desde su creación, ha sido la Conferencia mundial de Ginebra (Suiza) entre el 15 y 17 de diciembre del 2011. En esta Conferencia el ministro de Comercio de Perú, en actitud sumisa y obsecuente, suscribió una declaración instrumentalizada por los bloques EEUU, Canadá, México y Australia; la Unión Europea; Japón y la alianza del pacífico que integran además de Perú, Colombia, Chile, Panamá. Esta declaración “invita” a todos los otros miembros de la OMC, a efectivizar los compromisos de apertura de mercados. Como si un país como el Perú, estuviera en las mismas condiciones que los bloques económicos y con una total y absoluta ignorancia de lo que significan los mercados de las grandes potencias y la crisis que los agobia en la actualidad.

El análisis de las declaraciones finales de cada una de las conferencias ministeriales de la OMC, permite dar cuenta del rol que ejerce eta organización en la configuración de la llamada nueva economía mundial junto al FMI, al BM, al GATT, GATS y PIDS. Para la OMC la nueva economía y el comercio se configuran bajo las regulaciones que establecen estos instrumentos: producción y comercialización de bienes y servicios a nivel mundial, producción, productividad y competitividad centradas en la información y el conocimiento, organización y gestión del comercio de bienes y servicios a nivel mundial, a través de la red (OMC, 2010).

La OMC entiende el mundo como un todo y sus acciones tienen un ámbito de aplicación sin límites. En esta lógica, no existe incompatibilidad alguna entre liberalización del comercio y protección del medio ambiente que tanto preocupa a los países dueños de la mayor riqueza natural en el planeta. Se trata, asegura, de “dos estrategias para alcanzar el desarrollo sustentable a nivel mundial” (Op. cit).

Dicho de otro modo, nuestros países, los más ricos del planeta, en cuanto a recursos naturales y biodiversidad, no tienen por qué preocuparse de la protección y defensa de sus recursos naturales, sino de liberalizar su explotación y exportación, para asegurar que estas prácticas se hagan permanentes en el tiempo y satisfagan las necesidades –no de nosotros, ni de nosotros con los latinoamericanos y caribeños-, sino de quienes manejan la economía mundial. Esto, dicen, hará “sustentable la economía mundial”. (La idea de “sustentabilidad” alude a una concepción de mercado, contrariamente a la de “sostenibilidad” que implica protección de los recursos naturales para su uso racional de una generación a otra).

La OMC se arroga el derecho de garantizar la “sustentabilidad”, es decir el mercado de la economía mundial, que la maneja y controla EEUU, a través de normas que se adoptan “por consenso” entre los representantes de los gobiernos que integran la OMC. Dos terceras partes son actualmente países “en vías de desarrollo”, lo cual podría llevar a pensar que son estos los que “consensúan” las decisiones y, por lo tanto, quienes con sus decisiones afectan la sostenibilidad del planeta. Pero no. Quienes “consensúan” son las instituciones financieras y de cooperación técnica que manipulan la voluntad de gobernantes con el “chantaje” de la ayuda a los “países menos favorecido” (pmn).

El hecho de ser considerado “pmn” abre la ilusión de los países pobres de hacerse merecedores de alguna “ayuda” especial. Las instancias para ver estas situaciones son las “conferencias ministeriales” que sucesivamente se han pasado expresando su “preocupación” por la situación de pobreza y depredación que sufren los “pmn”, sin adoptar solución alguna en lo que va de los diecisiete últimos años de chantaje de la OMC desde su instalación formal en 1995. Lo que sí han conseguido es imponer la inexistencia de barreras económicas en esos países para favorecer la expansión de sus respectivos comercios y la protección de sus respectivos mercados, asegurando un flujo de intercambio desigual, e incrementando la “deuda ecológica”. (Denomínase así a la asimetría en los volúmenes de flujos de recursos naturales y materias primas provenientes de los países subdesarrollados (minerales, recursos energéticos, madera, productos agrícolas, pecuarios, pesqueros y otros) necesarios para mantener los altos niveles de consumo de los países desarrollados, y sus procesos de exploración y explotación con cargo a “prestamos” que condenan a esos países a una deuda externa impagable).

b) Para la OMC, como para el FMI y el BM a través de los cuales se instrumentaliza el poder comercial y financiero capitalista, la educación, información y telecomunicación cumplen una función clave en el desarrollo y expansión dinámica de su modelo y contribuyen positivamente al crecimiento económico y al “bienestar mundial”. Las tres instituciones, hacen posible que “el tiempo y la distancia se contraigan favoreciendo el comercio global y la creación de capacidades” (OMC, 1996).

La “globalización” y su instrumento mediático “la red”, desmaterializan las fronteras, los territorios, los Estados-nación (incluso para los que no tuvimos oportunidad de construirlo). Al hacerlo, y gracias al control que ejercen sobre el mito de la educación y el poder de las redes, aseguran el manejo del conocimiento y de la innovación para el incremento creciente de sus productividades, la ampliación de los ciclos económicos expansionistas y la imposición de procesos agresivos de desregulación económica y de nuevos mercados, a fin de evitar efectos inflacionarios. Otra vez, pero ahora desde esos mitos, la OMC impone la racionalidad pragmático-funcionalista a nuestros pueblos, para eternizar la dependencia económica y el comercio desigual. Esto no sólo evoca los fundamentos del funcionalismo de Merton y Parsons, sino que los debe regocijar en sus tumbas.

Dentro del nuevo orden mundial, advierte la OMC, los países que lo integran (el Perú es miembro desde su establecimiento el 01 de enero de 1995) deben cuidarse de producir “fricciones” respecto de las normas que son establecidas por estricto “consenso” entre “todos” sus integrantes. El elemento clave que según la OMC evita las fricciones, es “olvidar” que la economía tiene lugar en el espacio y en el tiempo. En este sentido, las actuales transacciones económicas que tienen lugar a través de la “red” reducen considerablemente la fricción que produce la intermediación de espacios (físicos entre países) y de tiempo (presente y futuro). La “red” no sólo “desaparece las distancias”, sino que al hacerlo, “desmaterializa la economía”, la vacía de contenido espacial y temporal. “Nadie es dueño de nada”. Esta es la condición ineludible para incorporarse al orden mundial capitalista (OMC, 2010).

Esta triple racionalidad fomenta la idea de que hoy, como nunca antes, la economía mundial se encuentra cada vez más “inter-relacionada” y que todos nos debemos al propósito del crecimiento económico y de la “sustentabilidad mundial”. Para asegurar esto, los mercados necesitan mayores logros de flexibilización y apertura, de deslocalización de la producción y de alianzas y fusiones de empresas para asegurar la creciente competencia mundial (Kevin, 1996). Un soporte insustituible para vender estas ideas, es la educación (sobre todo en su modalidad a distancia). De ahí, la cada vez más creciente injerencia de la OMC en las políticas de educación, conjuntamente con el BM, la OCDE y UNESCO.

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Rubén Ramos

Sociólogo y educador peruano, postdoctorado en Filosofía, Política e Historia de las Ideas en América latina por la universidad del Zulia-Venezuela

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