El candidato del imperio

A veces nos da la impresión de ser un verdadero poseso: los ojos enrojecidos, el aspecto afiebrado; seco, cortante, pronto a desbordarse en improperios; dispuesto siempre a apoyar cualquier tumulto, desafuero o violencia. En una de sus novelas Díaz Sánchez nos hace una excelente descripción clínica de este sujeto: “Este Juan Segundo era una especie de diablo malo, cuya presencia hacía estremecer a la gente. Sombrío, irritable, ponía empeño en conservar su fama de matón. Siempre iba armado de garrote o machete, y miraba de reojo con sus inyectados ojos de jabalí…”

En estos trances es capaz de realizar los hechos más insensatos. Es lento en su discurso, prolijo y minucioso en sus descripciones, pedestre en sus apreciaciones, tremendamente perseverante. Tiene un orden determinado de narrar y de hacer las cosas. Es inútil interrumpirlo en sus minuciosísimos informes, adornados de toda clase de pormenores; siempre comienza de nuevo desde el principio o, por lo menos, repite un período largo, refiriendo la historia reproducida por centésima vez con las mismas palabras, las mismas interjecciones y las mismas imágenes, intercalando las mismas consideraciones generales.

Tiene dificultad para la síntesis. No distingue fácilmente lo fundamental de lo accesorio, ni en selección del objeto de su discurso, ni en la medida en que intervienen los hechos y los razonamientos para arribar al objetivo final. No es capaz de desprenderse del tema que trata en un momento dado. Al cabo de media hora, cuando sus interlocutores ya han cambiado el giro de la conversación, torna de nuevo a su antiguo tema, insistiendo tozudamente acerca de una circunstancia trivial.

Es tardío para comprender. El chiste sutil se le escapa. La grosería, fácil, objetiva y procaz es la que logra su efecto. Por ende, amolda el lenguaje a su propia experiencia. Si necesita de imágenes concretas para darse cuenta de una situación, supondrá que a los demás les sucede otro tanto; por eso las prodiga en abundancia y con detalles, como su forma de apercepción le dicte. Aun así, siempre tendrá la duda de haber sido entendido, interpelándonos constantemente a este respecto. Al ver a este sujeto, siempre nos impresiona la incidencia que alcanza entre nosotros un tipo de personalidad taciturna, indiferente y, a veces desalmada, a la que se designa con el término de psicópata. Este se caracteriza por su extremada frialdad y por su incapacidad de sentir afecto en la medida y calidad en que lo hace la gente corriente.

Este modo de ser se traduce necesariamente en los hábitos y la conducta de este individuo. Es por eso taciturno, serio o indiferente. Ante él se tiene la impresión de estar frente a un objeto, objeto que a su vez nos percibe sin alma ni resonancia efectiva. Es un tipo frio, sin espíritu de superación, que, antes que vivir, parece adherirse a la vida, sin la más leve curiosidad o interés por los hechos más significativos de la existencia, es pleitista, susceptible y quisquilloso. Su narcisismo llega a tales extremos que no le hace mella la crítica más leve y justificada, lo mismo que la más ridícula de las lisonjas.

Al alcanzar posiciones privilegiadas, será magnánimo con sus incondicionales y feroces con sus detractores. Su egocentrismo no acepta el derecho a disentir, es desleal y envidioso. Su tendencia natural es la Dictadura. No puede soportar el éxito ni el bien de los demás. Víctima de su egoísmo, no tolera la más mínima dependencia o jerarquía. Donde se encuentre este personaje, difícilmente hay coexistencia pacífica. Consecuencia de este orgullo sin límites es su extremada susceptibilidad: un saludo no contestado a tiempo, un retardo en una cita, una negativa a sus demandas, puede transformarlo en tu enemigo más irreconciliable. Durante años rumiará la afrenta, no escatimando gastos ni hechos para lograr la retaliación. Lo que más llama la atención es la evidente desproporción que existe entre la pretendida afrenta y la dimensión de su venganza.

Sí observamos con cuidado a este sujeto, indiferente y desalmado, no tardaremos en percibir la pobreza ideológica de su discurso, la ausencia de esprit, la carencia de brillantez y tersura, privando, por el contrario, el ripio, la frase hecha, el lugar común, dicho como un loro, sin la menor noción de su sentido. Si se profundiza en su conocimiento veremos con terror cómo los sentimientos y las concepciones abstractas de patria, honor y lealtad, no son convicciones comprendidas hasta su raíz, sino palabras hueras sin significación ni huella.

Mantiene confuso el límite entre lo bueno y lo malo, lo cierto y lo falso, lo conveniente y lo peligroso, siendo por ello fácilmente víctima del primer aventurero político que sepa estimular sus infantiles deseos. Protegido por la ignorancia y la impreparación de la gran mayoría de sus congéneres de grupo social, asciende hasta niveles elevados, entorpeciendo todavía más nuestra accidentada maquinaria moral. Quizás por esta razón vemos en el desempeño de cargos que exigen cierto grado de preparación y de inteligencia, a individuos que en otras partes tendrían una posición menos destacada.

La proporción de débiles mentales entre la burguesía es increíble. Teresa de la Parra los describe de la siguiente forma: “Son pretenciosos, ignorantísimos, no tienen ninguna gracia al hablar, la miseria de sus inteligencias da compasión, el vocabulario que emplean para expresarse es tan pobre como pobres de ideas son sus cerebros y usan superlativos sin piedad, con una monotonía y prodigalidad horrible. Sí, para ellos todo lo agradable es ‘bello’ o es ‘divino’, todo lo desagradable es un ‘desastre’, un pavor o una ‘lata’. No tienen noción de los términos medios, ni de las gradaciones. Moralmente se parecen los unos a los otros como granos de maíz, porque poseen la uniformidad de la mentecatez”.

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cinco cubanos héroes de la Humanidad!

¡Te Juro Mi Lealtad Eterna Comandante Chávez!

¡Bolívar Vive!


manueltaibo1936@gmail.com


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Manuel Taibo


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