La elección de Barack Obama como nuevo presidente de Estados Unidos llenó de entusiasmo y de expectativas a mucha gente, tanto de su propia nación como del resto del planeta, incluso de personas con una clara formación de izquierda, a tal punto que fue merecedor del altamente prestigioso premio Nobel de la Paz en reconocimiento anticipado del importante papel que habría de cumplir en el aseguramiento de un orden mundial que se destacaría por permitirle a toda la humanidad -finalmente- disfrutar de un clima permanente de paz y de absoluto respeto al derecho internacional y a los derechos humanos. Mucho de ello se debió al hecho que Obama es el primer presidente estadounidense con ascendencia africana, lo que algunos interpretaron (y continúan interpretando) ingenuamente como el cumplimiento del discurso del líder de la lucha por los derechos civiles de la población negra estadounidense, Martin Luther King, en el cual reflejaba su sueño de ver sentados a la misma mesa, sin discriminación alguna, a los descendientes de los esclavistas y a los descendientes de los esclavizados.
Sin embargo, transcurrido el tiempo, tal ilusión de armonía se ha desplomado ante las acciones gubernamentales y militares ordenadas por Obama, a tal grado que muchos coincidimos en que las mismas podrían precipitar una situación catastrófica de guerra mundial que haría añicos todo el nivel de desarrollo alcanzado a lo largo de los siglos por la humanidad, incluyendo su capacidad de sobrevivencia, al igual que en lo que respecta a la naturaleza en general. Así, Obama se ha revelado igual o peor que su antecesor en la Casa Blanca, el presidente de la guerra, como alguna vez se jactó públicamente de sí mismo: George W. Bush. Pero esto no es simplemente parte de un engaño bien urdido sino que responde a los intereses de ese poder tras el poder que domina a Estados Unidos, el cual está conformado, principalmente, por los dueños y señores de los grandes bancos estadounidenses, cuyo control (por vía legal) de la Reserva Federal les permite manejar a su antojo los hilos de la economía interna y externa, provocando quiebras, reajustes económicos draconianos y guerras por doquier que les garantice el dominio exclusivo del planeta, en lo que sería entonces una dictadura de signo global que –hasta ahora- sigue siendo imperceptible para una gran mayoría de ciudadanos de Estados Unidos y de otras naciones.
En este caso, Barack Obama es el peón ejecutante de una conspiración que viene tomando cuerpo visible desde hace varias décadas atrás y que, ulteriormente a la implosión de la URSS, se ha hecho suficientemente evidente luego de la declaratoria de Bush de guerra permanente contra el terrorismo. De este modo, la élite gobernante yanqui ha ido imponiendo los intereses de “seguridad nacional” de Estados Unidos para justificar las agresiones militares a otros Estados soberanos, al mismo tiempo que instalan gobiernos más dóciles a la voluntad de quienes rigen a Washington y Wall Street, sin que los pueblos, los organismos multilaterales y la opinión pública puedan -por ahora- contenerla y anularla, evitando su impío resurgimiento.-