Carta abierta al Profesor Jorge Giordani

Vienen de atrás en triunfo con los colores de la farsa

No hay que creer mucho en las multitudes, son débiles e impresionables En menos de media hora pueden cambiar del sí al no: del ¡abajo! al ¡viva!: de la sumisión al motín Y en especial si son manipulados por agentes provocadores. La felicidad no suele ser la compañera del genio.

¡Y cómo holgará Usted mí Comandante con esos anchos amaneceres llaneros! Imaginará que ya apunta el nuevo día ¡que todos esperamos! Nuestra gran oferta a Tú memoria es sentirnos colectivamente dignos del sacrificio que te llevó a la muerte. Ustedes saben que a la hora del sacrificio hay necesidad de romper muchas cosas. Y nosotros debemos desbaratar, para romper la piñata de verdad, las empalizadas de silencio construidas con intención permanente por quienes se empeñan en revivir la farsa de la comedia puntofijista.

Nuestra misión presente, nuestra obra de balance moral con el Legado de nuestro Eterno Comandante, es promover un viraje en ese tipo de navegación. Que hasta el último pasajero ayude a templar las jarcias para mejor resistir el empuje del viento en la plena mar y, con rumbo valiente, no temer el momento de navegar a orza, con el rostro fatigado por la aspereza de los vientos contrarios, que curten, con la piel, él ánimo de los navegantes.

A nuestra realidad la hace intransformable el mezquino practicismo de una densa mayoría que huye esas farsas políticas. La sal que anime los ánimos para estas jornadas de energía es sal de idealismo. Porque nos falta fe, esperanza, desinterés, espíritu de verdad y de sacrificio social. Cualidades que no se adquieren por medio de cánticos de ballenas. Situaciones que se avienen más con el idealista que con el hombre práctico y calculador, incapaz de renunciar a nada. Con dinero los hombres podrán hacer un camino pero no una aurora. Y estamos urgidos de hombres y mujeres probos(as) que luchen por amaneceres.

A nosotros nos corresponde remover piedras y estorbos, y contra los farsantes hemos de lanzar agudas y cortantes voces que los horaden y destruyan. Nuestra generación tiene una deuda que saldar con el futuro. Detrás de nosotros vienen jóvenes que esperan nuestra voz curtida de experiencia. Sí, debemos decirles a los cuatro vientos y desde todas las cimas: ¡Sed mejores que nosotros y, si aspiráis sinceramente a servir a la Patria, no os conforméis con imitar nuestra insuficiencia! Nuestro deber con el futuro, nuestra obligación con los hombres y mujeres que han de sustituirnos en los planos representativos de mañana, es enseñarles nuestros defectos, es mostrarles nuestra pobreza, nuestra falla, nuestro propio dolor torturante. Así ellos podrán mejorar y superarnos. Así aprenderán, por nuestra experiencia sin remedio, a llenar los vacíos que nosotros no pudimos salvar.

Nuestra generación debe saldar esa deuda que viene de atrás. Debemos liquidar la herencia que recibimos sin beneficio de inventario. Acaso así gocemos mañana la satisfacción de sentirnos sin compromisos. Podríamos hasta conquistar una nueva alegría. Dejaríamos de ser hombres y mujeres en continuo trance de acechanza. Porque ese es y ha sido nuestro mejor ejercicio social: cuidarnos de los otros para no dejar al descubierto nuestra flaqueza, y, claro, embestirles de primeros. Nuestra táctica social, por esta desviación de actitudes, no ha consistido en buscar, para hacerlas útiles, las virtudes de los otros: por lo contrario, hemos indagado los defectos de los demás a fin de ver la mejor manera de aprovecharlos en beneficio propio. Toda carencia, a que nos ha conducido nuestra pobreza y nuestra carencia de sentido colectivo de responsabilidad. Es el momento de echar por la borda este lastre que dificulta la marcha de nuestra nave. Ante la imposibilidad de reconstruir el pasado y de enmendar en forma definitiva las deficiencias presentes, digamos a quienes esperan de nosotros palabras responsables, la verdad de nuestra tragedia. Así sabrán que nuestra incapacidad no los habilita para imitarnos, menos aún para intentar superarlas. Debemos enseñar a las nuevas generaciones, no el inventario de nuestros pocos aciertos, sino las caídas que han hecho imperfecta nuestra obra personal y, consiguientemente, impedido que ésta aflore en el campo colectivo. Enseñémosles que el sentido social de la Patria no pide la labor aislada de figuras que trabajan por su propio beneficio para superar al del grupo vecino, sino una obra metódica y común, animada de un mismo espíritu creador, que tanto beneficia con el genio de los unos cuanto con la experiencia que da el fracaso de los otros.

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!

¡Mí Comandante: Te inmolaste en defensa de Tú amado Pueblo. Y todo, ¿para qué?

¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!



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Manuel Taibo


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