En las páginas 354, 355 y 356 de la obra La casa de los espíritus, la autora, la chilena Isabel Allende describe la guerra económica desatada por la oligarquía criolla, con ayuda importante de El Imperio estadounidense, en contra de su primo segundo, Salvador Allende, presidente de Chile, que desencadenó en el derrumbamiento de su gobierno, su asesinato y el bombardeo del Palacio de La Moneda, sede del Poder Ejecutivo. Veamos.
-“La organización era una necesidad, porque “el camino al socialismo” muy pronto se convirtió en un campo de batalla. Mientras el pueblo celebraba la victoria dejándose crecer los pelos y las barbas, tratándose unos a otros de compañeros, rescatando el folklore olvidado y las artesanías populares y ejerciendo su nuevo poder en eternas e infantiles reuniones de trabajadores donde todos hablaban al mismo tiempo y nunca llegaban a ningún acuerdo, la derecha realizaba una serie de estratégicas destinadas a hacer trizas la economía y desprestigiar al gobierno. Tenía en sus manos los medios de difusión más poderosos, contaba con recursos casi ilimitados y con la ayuda de los gringos, que destinaban fondos secretos para el plan de sabotaje. A los pocos meses se pudieron apreciar los resultados.
El pueblo se encontró por primera vez se encontró con suficiente dinero para cubrir su necesidades básicas y comprar algunas cosas que siempre deseó, pero no podía hacerlo porque los almacenes estaban vacíos. Había comenzado el desabastecimiento, que llego a ser una pesadilla colectiva. Las mujeres se levantaban al amanecer para pararse en las interminables colas donde podían adquirir un escuálido pollo, media docena de pañales o papel higiénico. El betún para lustrar zapatos, las agujas y el café pasaron a ser artículos de lujo que se regalaban envueltos en papel de fantasía para los cumpleaños. Se produjo la angustia de la escasez, el país estaba sacudido por aleada de rumores que alertaban sobre los productos que iban a faltar y la gente compraba los que hubiera, sin medida, para prevenir el futuro. Se paraban en las colas si saber lo que se estaba vendiendo, sólo para no dejar pasar la oportunidad de comprar algo, aunque no lo necesitaban.
Surgieron profesionales de las colas, que por una suma razonable guardaban el puesto a otro, los vendedores de golosinas que aprovechaban el tumulto para colocar sus chucherías y los que alquilaban mantas para las largas colas nocturnas. Se desató el mercado negro. La policía trató de impedirlo, pero era como una peste que se metía por todas partes y por mucho que revisaran los carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo podían evitar. Hasta los niños traficaban en los patios de las escuelas. En la premura por acaparar productos se producían confusiones y los que nunca habían fumado terminaban pagando cualquier precio por una cajetilla de cigarros, y los que no tenían niños se peleaban por un tarro de alimentos para lactantes. Desaparecieron los repuestos de las cocinas, de las maquinas industriales, De los vehículos. Racionaron la gasolina y las filas de automóviles podían durar dos días y una noche, bloqueando la ciudad como una gigantesca boa inmóvil tostándose al sol. No había tiempo para tantas colas y los oficinistas tuvieron que desplazarse a pie o en bicicleta. Las calles se llenaron de ciclistas acezantes y aquello parecía un delirio de holandeses. Así estaban las cosas cuando los camioneros de declararon en huelga.
A la segunda semana fue evidente que no eras un asunto laboral, sino político, y que no pesaban en volver al trabajo. El ejército quiso hacerse cargo del problema, porque las hortalizas se estaban pudriendo en los campos y en los mercados no había nada que vender a las amas de casa, pero se encontró que los choferes habían destripado los motores y era imposible mover los millares de camiones que ocupaban las carreteras cono carcasas fosilizadas. El presidente apareció en la televisión pidiendo paciencia. Advirtió al país que los camioneros estaban pagados por el Imperialismo y que iban a mantenerse en huelga indefinidamente así es que lo mejor era cultivar sus propias verduras en los patios y balcones, al menos hasta que se descubriera otra solución. El pueblo, que estaba habituado a la pobreza y que no había comido pollo más que para las fiestas patrias y la Navidad, no perdió la euforia del primer día, al contrario, se organizó como para una guerra, decidido a no permitir que el sabotaje económico le amargara el triunfo. Siguió celebrando con espíritu festivo y cantando por las calles aquello de que el pueblo unido jamás será vencido, aunque cada vez sonaba más desafinado, porque la división y el odio cundían inexorablemente”.
Si esto le sumamos el paro cívico, el paro petrolero y el golpe de estado del 2002. Y después la guarimba devenida en terrorismo de 2014 observaremos que no es coincidencia es el Imperio. Es una de las cartillas que usa el Tío Sam, para destronar gobiernos progresistas, para ecoñetar a los pueblos que un día decidieron ser libres, dignos, soberanos y dueños de sus riquezas.
TINTERO
El chorizo es original. No me agradan los párrafos largos como los de Saramago. Me gustan cortos, máximo cuatro líneas o a la sumo 12. Pero respeto, es respeto.