Es paradójico afirmar que Estados Unidos está desarrollando abiertamente una política subversiva hacia las naciones situadas al sur de sus fronteras, en especial en aquellas cuyos gobiernos se han apartado ostensiblemente de la sumisión tradicional a los dictados e intereses imperialistas de Washington, como han sido los casos emblemáticos de Bolivia, Ecuador y Venezuela; cuestión que se viene cumpliendo a través de la CIA, la NED y la USAID de manera sistemática, contando con la incondicionalidad de sus colaboradores locales. A ello se suman Argentina y Brasil, cuyas economías emergentes podrían alterar significativamente la hegemonía capitalista estadounidense, si se considera que ambas naciones forman parte vital de MERCOSUR, de la CELAC y de UNASUR, por lo que serían amenazas potenciales que deben conjurarse a tiempo.
Así, ante el fracaso estrepitoso del ALCA, Estados Unidos tuvo que recurrir a la puesta en vigencia de tratados de libre comercio con algunos gobiernos de nuestra América, al mismo tiempo que acrecentar su presencia militar en el continente, en puntos estratégicos que apuntan al control directo de los recursos minerales e hídricos que acá existen. Esto ha hecho que la Estrategia del Comando Sur de Estados Unidos 2018 “Amistad y cooperación por las Américas” enuncie que la “misión del Comando Sur sigue la dirección nacional, con un énfasis especial en la Estrategia de Seguridad Nacional y la Estrategia Militar Nacional”. De ahí que no sea algo casual que existan bases militares de control y monitoreo diseminadas en Aruba (Reina Beatriz), Colombia (Malambo, Palanquero, Apiay, las bases navales de Cartagena y el Pacífico; el centro de entrenamiento de Tolemaida y la base del Ejército de Larandia), Costa Rica (Liberia), Cuba (Guantánamo), Curazao (Hato Rey), El Salvador (Comalapa), Honduras (Soto Cano) y Puerto Rico (Roosevelt); todas con el suficiente apresto operacional para invadir cualquier país latinoamericano y caribeño en un tiempo relativamente corto, según lo decida el inquilino de la Casa Blanca.
Hoy en día se habla de la excepcionalidad y del “destino manifiesto” auto-atribuidos por Estados Unidos, pretendiendo ser los únicos autorizados por “Dios” de extender los supuestos valores de la “civilización occidental y cristiana” a todos los confines del planeta, cuestión que les hace desconocer cualquier normativa internacional que obstruya el logro de sus objetivos geopolíticos y económicos, contando con la complicidad tácita de regímenes y grupos políticos-empresariales que acatan sin protesta sus directrices imperiales. A ello apela ahora Obama, escudándose tras una presunta defensa de los derechos humanos y de la democracia, aplicando su propia legislación a otros gobiernos y personas, juzgando además a las demás naciones en temas esenciales como tráfico de drogas, terrorismo y proliferación de armas nucleares, a lo que se añade lo relativo a la libertad religiosa, según coincidan o no con los valores y prácticas estadounidenses; así no ocurra lo mismo fronteras adentro. Más allá de lo anterior, prevalece la misión de promover y de resguardar siempre los grandes intereses de las corporaciones transnacionales con sede en suelo estadounidense.
Como queda expuesto, la aparente paradoja imperial estadounidense tiene mucho que ver con los cambios vividos en nuestra América y al hecho cierto que Estados Unidos requiere imponer un desorden a escala mundial que responda a su visión hegemonista respecto al resto del mundo, teniendo a su entera disposición el oligopolio tecnológico y mediático, el dominio del mercado financiero internacional, la propiedad creciente de grandes reservorios de recursos naturales (incluyendo cuantiosa agua y biodiversidad), planteándose el desplazamiento forzoso de grandes masas, y una dotación abundante de armas de destrucción masiva que le permitan marcar territorio frente a sus rivales potenciales (China y Rusia). Esto ha obligado a la Casa Blanca y al Pentágono a rediseñar su estrategia imperial hacia los países de nuestra América, sin obviar la militarización de su política exterior exclusiva, con tácticas y estrategias de tipo conspirativo que le faciliten alcanzar la añeja aspiración neocolonialista contenida en la doctrina Monroe.-
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