De estirpe monárquica y conquistadora, es ambicioso, guerrero, explotador, racista y machista. En nombre de la providencia y de la mano invisible del mercado, ha convertido la tierra prometida en tierra conquistada.
Vive para acumular poder y dinero. Desarrolla tecnología militar, energía destructiva y complicados mecanismos mercantiles y bancarios para atender las necesidades insaciables de sus bárbaros engendros financieros trasnacionales. Expolia y explota recursos ajenos. Se alimenta de tierras, trabajo, sangre y talento de los no blancos, de los no anglosajones.
Amparado en el mito de su destino manifiesto, esconde sus orígenes e intenciones tras una cruzada mundial a favor de la libertad y la democracia. Desarrolla una parafernalia pseudo civilizatoria, anticomunista y antiterrorista, difundida mundialmente por sus medios comerciales, religiosos, educativos, de comunicación y de entretenimiento.
Promueve, crea y controla instancias de derecho internacional pero no se compromete con los derechos humanos, ni con los de las mujeres, los de pueblos originarios o los de la Tierra. Omnipotente y orientado hacia el crimen y la muerte, coloca sus juguetes bélicos en todo los rincones del mundo, invade países, arrasa pueblos enteros y destruye culturas milenarias.
Mantiene a la mayoría de sus compatriotas en la oscuridad a través del terror, la religión, la desinformación y la parrilla dominical. Sumerge a los más metropolitanos y a sus servidores en otras partes del mundo, en una corrosiva espiral de moda, consumo, deuda, obsolescencia, superficialidad y desperdicios. Todo ello encubierto por luces de neón y efectos especiales.
Pero el Gran Depredador está perdiendo los papeles, sus contradicciones lo están carcomiendo. Se ha quitado la careta. Le han salido rivales importantes y hasta sus aliados lo miran con desconfianza. Sus estrategias monetaria, financiera y bélica no están dando resultados. No obtiene riqueza suficiente de la destrucción y el caos, ni logra controlar lejanas regiones depredadas.
No se detiene. Es un enemigo sistémico, estructurado, fuerte y peligroso. Necesita recuperar su tutoría sobre los gobiernos y los pueblos de Latinoamérica para poder seguir luchando con tranquilidad por su hegemonía mundial.
Hay que conocerlo y entenderlo. Hay que enfrentarlo, no podemos dejar que se convierta en nuestra pesadilla. La tarea no es nada fácil, pero no estamos solos.