Los grandes grupos capitalistas que sobrevivieron a la crisis buscan amoldar el MERCOSUR a sus intereses. Aplican con mayor pragmatismo los mismos criterios de librecomercio que provocaron el deterioro económico de los 90. Garantizan el pago de la deuda externa, que solventa la mayoría popular, para afianzar su integración al circuito financiero internacional.
No existen divergencias irresolubles entre el MERCOSUR y el ALCA, pero los subsidios norteamericanos al agro traban una eventual confluencia. Los gobiernos del Cono Sur han intervenido coordinadamente en la región para auxiliar a sus socios más débiles y exhibir capacidad de acción política frente al mandante norteamericano. Bush expresa satisfacción e incomodidad frente a estas acciones, que tienden a reforzar el liderazgo brasileño del MERCOSUR.
Las clases dominantes de la región se asocian pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo. Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de transnacionalización. El proyecto de retomar un modelo regional industrialista enfrenta las mismas dificultades que frustraron al desarrollismo. Se reproducen las tensiones que en el pasado enfrentaron a los funcionarios, los políticos y los capitalistas.
Se debe discutir no solo la viabilidad, sino también la conveniencia del MERCOSUR. Un proyecto de integración popular requiere otro programa y otros artífices. Es poco realista la expectativa de gestar un “MERCOSUR social”.
El futuro del MERCOSUR está sujeto al giro que procesan las clases dominantes de Sudamérica. Los grupos capitalistas locales que emergieron con mayor poder de las últimas crisis intentan amoldar la asociación a sus intereses específicos. Agrupan a las fracciones concentradas del empresariado regional, mantienen fluidas conexiones con las grandes empresas extranjeras y ejercen una significativa influencia en las finanzas y la agroexportación.
Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. Como aspiran a conseguir un lugar en la competencia global han archivado el viejo esquema de sustitución de importaciones e industrialización hacia adentro.
Estas orientaciones explican la actitud de las clases dominantes frente al librecomercio y el endeudamiento externo. Pero plantean un serio conflicto de intereses con Estados Unidos, colocan a Brasil ante un inédito rol y empujan a los gobiernos del MERCOSUR hacia una intervención política más directa en la región.
El dogma del librecomercio
El giro exportador de las clases capitalistas se expresa en su defensa del librecomercio y la aplicación de este criterio para construir internamente el MERCOSUR. Por un lado, propician acuerdos de reducción arancelaria con otros bloques (Europa, China, Sudeste Asiático) y conciben la protección consensuada como una medida transitoria hacia el comercio global irrestricto. Por otra parte, convocan a erradicar los aranceles entre países de la región estimando que servirá para especializar a cada economía en sus ventajas comparativas.
Este apego al librecomercio contrasta con las tesis proteccionistas que alentaban hasta los años 70 las clases dominantes de la región. La idea de construir industrias nacionales resguardadas frente a la competencia externa ha perdido peso frente a la prioridad de encontrar mayores beneficios en el intercambio comercial liberalizado.
Este viraje resucita la vieja tradición librecambistas de las oligarquías latinoamericanas. La idea de forjar acuerdos con Estados Unidos y Europa para ingresar exportaciones a los mercados metropolitanos se ha impuesto nuevamente como gran criterio de la política comercial. Pero como los gobiernos del MERCOSUR ya conocen el riesgo de una masiva invasión de importaciones foráneas, tratan de aplicar con mayor cautela los esquemas de librecomercio. No olvidan la nefasta experiencia de los 90.
Durante la década pasada rigió el neoliberalismo comercial extremo. Los gobiernos sancionaron un recorte de los aranceles que redujo la protección promedio en Latinoamérica del 40 al 11%. Estas podas se instrumentaron con brutales rebajas, en breves períodos de dos o tres años. Por eso la dispersión de las tarifas cayó del 30% (mitad de los 80) al 9% (fines de los 90). Bajo el estandarte del “regionalismo abierto” y la promesa de alcanzar un nivel de prosperidad semejante al Primer Mundo se introdujo un nivel de apertura superior al prevaleciente en los países avanzados. (1)
Esta desprotección acentuó el impacto de las crisis, afianzó el retroceso de la región en el mercado mundial y multiplicó las deformaciones de la estructura fabril. La relación industria-PBI se ha mantenido en los niveles de los 80, la creación de empleo formal fue bajísima, el crecimiento de las exportaciones fue erosionado por un incremento superior de las importaciones y la tasa de inversión no asegura la expansión sostenida del producto. (2)
Este fracaso obedece en parte a la propia falacia del librecomercio. Los tratados nunca sancionan el intercambio irrestricto, sino la combinación de liberalización y proteccionismo que requieren las economías dominantes. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea promueven reducciones de tarifas en los segmentos que les interesa (servicios) y preservan altos aranceles en los sectores que necesitan proteger (acero, agro).
El librecomercio otorga libertad a las grandes potencias para descargar sus excedentes sobre los países pobres. Reafirma la libertad de las grandes empresas para lucrar con fuerza de trabajo abaratada y afianza la libertad de los bancos para especular con monedas, títulos y acciones. (3) Como acertadamente subrayó un novelista, la división internacional del trabajo define que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Y en esta asignación de roles, América Latina se ha especializado en perder desde los tiempos más remotos. (4)
El intercambio con menores aranceles favorece a las grandes corporaciones del centro y a sus socios de la periferia, pero golpea a la población de ambas regiones. No produce las ventajas de la especialización complementaria, ni tampoco permite la satisfacción de necesidades recíprocas. Cómo las empresas metropolitanas cuentan con mayor nivel de productividad, industrialización y desenvolvimiento tecnológico, obtienen en el mercado mundial beneficios extraordinarios, a costa de sus frágiles competidores de la periferia.
Estas ganancias no provienen de la localización, los atributos del suelo o las peculiaridades de cada población. Surgen de las brechas de productividad que caracterizan al capitalismo contemporáneo. El librecomercio renueva la vieja fractura internacional entre países exportadores de insumos básicos y economías productoras de bienes elaborados. Si las clases dominantes de Sudamérica propagan la ideología del librecomercio a pesar de estos resultados, es porque esperan obtener algún espacio comercial dentro de un esquema que afecta a la mayoría popular. (5)
Los líderes actuales del MERCOSUR defienden este modelo con mayores prevenciones que en la década pasada. Afirman que aprendieron la lección y prometen no reproducir el librecambismo ingenuo de los 90. Postulan una versión pragmática de esta doctrina, advirtiendo que imitarán la conducta de sus pares de Estados Unidos y Europa. Pero en este juego de liberalización hipócrita las cartas están desigualmente distribuidas, porque el librecambismo periférico tiene escasa capacidad de acción en una economía mundial dominada por las potencias centrales.
Convalidación de la deuda
El problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar individualmente.
Las razones de esta actitud son evidentes. Las burguesías locales propician honrar el pasivo porque no pagan la factura y además, son acreedoras de una porción de la hipoteca, que solventa la mayoría popular. Esta conducta se ha reforzado al cabo de una crisis que empobreció a la población, aumentó el poder de los prestamistas y agravó el endeudamiento de los estados.
La idea de resistir en bloque el pago de ese tributo ha sido abandonada incluso por sectores de centroizquierda que en el pasado promovieron cierta resistencia. Algunos funcionarios lamentan el endeudamiento y otros objetan su manejo precedente, pero todos asumen la carga como un dato de la realidad. Por eso han sepultado todas las sugerencias favorables a la constitución del frente de los deudores que se debatieron en los años 80.
Para los capitalistas locales es indispensable cumplir con los compromisos de la deuda para mantener aceitada su integración al circuito financiero internacional. Estos grupos participan activamente de ese sistema como depositantes de rentas y como perceptores de intereses. Reciclan una porción significativa de sus ingresos hacia el exterior y mantienen parte de su patrimonio fuera de sus países de origen. El resultado de esta integración es particularmente perverso. Mientras las capas dirigentes de Latinoamérica apuntalan financieramente al estado norteamericano (comprando bonos del tesoro), la población de la región solventa la gran transferencia de fondos al exterior que impone el pago de la deuda pública. (6)
Las naciones periféricas mantienen colocados en los bancos de los países centrales grandes montos de efectivo. Estos depósitos duplican las sumas de los préstamos que esas entidades giran a las regiones subdesarrolladas. Los gobiernos de estas zonas también acumulan reservas multimillonarias en divisas y bonos del Tesoro y destinan parte del ahorro local a sostener las monedas y los títulos de las principales potencias. (7) Este tipo de asociación no podría perdurar si los países periféricos resolvieran declarar una moratoria de la deuda externa.
Las clases dominantes de Sudamérica preservan el pago de la hipoteca para asegurarse también el cobro de los bonos que han suscripto con sus propios estados. Cierta porción de la deuda externa y el grueso de la deuda interna están en manos de este sector capitalista, que incrementó sus acreencias en las últimas crisis mediante la conversión de muchos pasivos a moneda nacional.
Este proceso aumentó la gravitación de la deuda interna en desmedro de la externa sin generar ningún beneficio para los países. El costo financiero de la hipoteca no se reduce y la vulnerabilidad de las finanzas públicas persiste. Pero al reforzar su papel de acreedor del estado, las clases dominantes también han ampliado su capacidad para exigir disciplina fiscal y lograr el cobro puntual de sus préstamos. Por eso se han generalizado en toda la región el nuevo dogma del superávit fiscal, que compromete a los estados a realizar ahorros forzosos para garantizar el pago de intereses.
En este terreno los gobiernos actuales de centroizquierda son más ortodoxos que sus antecesores derechistas. Por un lado, extreman los ajustes para cumplir con las acreencias corrientes y por otra parte, generan excedentes suplementarios para reducir los pasivos con los organismos multilaterales. Lula y Kirchner han comandado este anticipo de pagos y por eso dispusieron la cancelación total de las obligaciones con el FMI. Esta decisión obliga a reforzar el ajuste y la solvencia fiscal.
Aunque se ha presentado esta decisión como un acto soberano, es evidente que la medida empalma con la pretensión del Fondo de reducir su exposición financiera. Pero el principal objetivo de la medida ha sido aliviar los controles que ejercen esos organismos sobre el rumbo cotidiano de la política económica de cada país. Por esta vía se busca incrementar la autonomía de los negocios que realizan las clases dominantes sudamericanas. Pero este reforzamiento de los grupos capitalistas locales también deteriora el ingreso popular y bloquea cualquier modalidad de redistribución.
El cambio en la coyuntura financiera internacional ha reducido las tensiones creadas por la administración de la deuda que prevalecieron en los últimos años. Actualmente predominan tasas de interés bajas y una corriente de afluencia de capitales hacia la región. Pero este cuadro es problemático, porque la drástica liberalización del movimiento de capitales que implementó el neoliberalismo ha reforzado la dependencia del ciclo regional del vaivén de ingresos y salidas del capital especulativo externo. Cuándo la rentabilidad decrece en los circuitos bancarios o bursátiles de las economías avanzadas estos fondos arriban a la zona. Pero cuándo se revierte la tendencia, los mismos capitales retornan abruptamente a sus lugares de origen, provocando agudas turbulencias.
Actualmente no se percibe gran preocupación por estas oscilaciones. Prevalece el ingreso de capital, la estabilidad económica y la recuperación del PBI. La tasa de crecimiento en la región fue 5,7% en el 2004, 4,2% en el 2005 y se espera otro incremento semejante durante año en curso.
Pero bajo la superficie de esta calma, la deuda externa continúa creciendo en forma descontrolada y este aumento crea las condiciones para recrear la imposibilidad de continuar los pagos. Cuándo las condiciones vuelvan a tornarse adversas, el monumental default que protagonizó la Argentina podría repetirse en otros países de la región.
El cumplimiento con los acreedores acentúa en lo inmediato el sufrimiento popular, porque algunos gobiernos de centroizquierda hacen lo imposible para congraciarse con los banqueros. El ejemplo de Lula es contundente, ya que con las sumas que ha destinado a cumplir con la deuda se podría haber garantizado en Brasil vivienda para 15 millones de familias y tierra para 4 millones de asentados o duplicado el gasto en salud y educación. (8) Situaciones semejantes se registran en otros países del MERCOSUR. El pago de la deuda es una penuria popular que convalidan las clases dominantes para gestar el tipo de integración regional que favorece sus negocios.
La controversia agrícola
Con actitudes de librecomercio pragmático y conductas de buen pagador de la deuda, las clases dominantes de Sudamérica encaran la intrincada negociación de los subsidios norteamericanos al agro. Estos auxilios constituyen el punto de mayor conflicto entre el MERCOSUR y han bloqueado todas las iniciativas norteamericanas para sumar a los países del Sur al proyecto del ALCA.
El choque creado por estas subvenciones es muy severo porque este apoyo estadounidense afecta la competitividad de las exportaciones que Argentina y Brasil realizan sin ningún sostén estatal. Distintos gobiernos norteamericanos han propuesto contrapartidas a la aceptación de estas subvenciones. Pero ninguna compensación contrarrestaría las pérdidas que le ocasiona a Argentina y Brasil rivalizar con una potencia que solventa sus exportaciones con fondos públicos.
El mismo choque se extiende también a los aranceles, porque a pesar de su discurso librecambista Estados Unidos recurre a fuertes tarifas para proteger de la competencia externa distintos cultivos locales. Esta situación ha provocado el estancamiento de las negociaciones del MERCOSUR con los funcionarios estadounidenses. Los representantes norteamericanos exigen legitimar una concurrencia desigual que los gobiernos del Sur no pueden aceptar.
Todas las administraciones del Norte han compartido esta dura posición en el tema agrícola. Este sector representa solo el 8% de las exportaciones y el 2% del PBI, pero cuenta con una influencia económica y política enorme. Por eso consigue asegurar la continuidad de subvenciones que son acaparadas por las grandes compañías. La protección estatal alcanza proporciones mayúsculas, porque los mismos productos subsidiados gozan además de altos aranceles. Este doble auxilio abarata las exportaciones y encarece las importaciones. (9)
Mientras que los aranceles son crecientes en función del grado de elaboración de cada producto, los subsidios han sido sucesivamente incrementados por disposiciones gubernamentales (Fair Act de 1996 y Farm Bill del 2002). Los gobiernos norteamericanos exaltan las virtudes del librecomercio, pero aplican esta descarada protección. Esa dualidad revela hasta que punto las propuestas de integración comercial que plantean el ALCA y los convenios bilaterales son coberturas de un proyecto de pura dominación. (10)
Estados Unidos argumenta que no puede remover los subsidios mientras sus rivales europeos conserven el mismo tipo de auxilios. Por eso proponen que los países sudamericanos acepten transitoriamente esta restricción, mientras se batalla en común por la reducción paulatina y concertada de todas las subvenciones. Los gobiernos norteamericanos sugieren que Argentina y Brasil serían los grandes beneficiarios de un bloque de presión conjunta sobre Europa, conformado junto a otros países exportadores que enfrentan la misma adversidad, como Australia y Canadá.
Pero los países del MERCOSUR nunca tendrán voz ni voto en las tratativas agrícolas que realizan los dos grandes bloques. Estados Unidos y Europa manejan los hilos de estas negociaciones. En las últimas conversaciones de la OMC, por ejemplo, este debate giró en torno a una propuesta norteamericana de bajar 90% los aranceles y 60% los subsidios, frente a la contrapropuesta europea de reducir exclusivamente las protecciones aduaneras en un 60%. Lo que se discuten son porcentajes de disminución de los auxilios estatales y no la eliminación de los subsidios que reclama el MERCOSUR.
Las clases dominantes de Sudamérica siempre han oscilado entre el endurecimiento y la resignación frente a la supremacía estadounidense y la gravitación europea en las negociaciones agrícolas. El fracaso provocado por la indulgencia de los años 90 ha dado lugar actualmente a una postura más crítica. Esa actitud se verifica en el apoyo que el establishment argentino brindó a los cuestionamientos planteados por Kirchner a Bush en Mar Plata. Este mismo aval capitalista recibe Lula cuándo reclama la reducción de las subvenciones.
Pero los gobiernos de centroizquierda buscan alguna salida a este conflicto, para intentar un mayor ingreso de sus exportaciones al mercado norteamericano. Esperan retomar en algún momento las tratativas para lograr un acuerdo continental del librecomercio. Las subvenciones al agro traban estas negociaciones e impiden la confluencia del MERCOSUR con el ALCA. (11)
Es importante registrar que las divergencias del MERCOSUR con el ALCA giran en torno a esos subsidios para tomar nota del tipo de discrepancias en juego. Bastaría que se acordara un horizonte de reducción de esas subvenciones para abrir una convergencia. Los funcionarios actuales en Brasil y Argentina no plantean la eliminación total de los auxilios estatales, sino garantías de un recorte progresivo. Esta visión ha sido explícitamente enunciada por un ex canciller argentino. (12)
Notas:
1) Una defensa de este librecomercio plantea: Delvin Robert. “El área de libre comercio de las Américas. Expectativas de largo plazo”. La integración económica y la globalización. Nuevas propuestas para el proyecto latinoamericano. Plaza y Janes, México, 2003.
2) Puyana Alicia. “Introducción”. La integración económica y la globalización. Nuevas propuestas para el proyecto latinoamericano. Plaza y Janes, México, 2003.
3) O´Neall Siv. “Los acuerdos de libre comercio. Hipocresía e ilusión”, BECM n 161, 15-1-06
4) Eduardo Galeano .Las venas abiertas de América Latina. Introducción, Catálogos, Buenos Aires, 2006.
5) Hemos analizado este problema en: Katz Claudio. “Los efectos del libre comercio”. VII Encuentro internacional de economistas sobre globalización y problemas del desarrollo”. ANEC, La Habana, 8 de febrero de 2005.
6) Dumenil Gerard. “EEUU compró a las clases dirigentes”. Página 12, 6-2-05, Buenos Aires.
7) Toussaint Eric. “Entrevista”. El Economista de Cuba, reproducido por CP n 5039, 1-8-05.
8) Jubileo. Auditoria de la deuda-América Latina y el Caribe. Folleto al FSM-Caracas enero 2006.
9) Morgenfeld describe el carácter del conflicto entre el Cono Sur y Estados Unidos. Morgenfeld Leandro. “ALCA: ¿a quién le interesa?”. Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2006.
10) Estay detalla este problema. Estay Jaime, Sánchez Germán. “Una revisión general del ALCA y sus implicaciones”. El ALCA y sus peligros para América Latina, CLACSO libros, Buenos Aires, 2005. Estay Reyno Jaime. “América Latina en las negociaciones comerciales multilaterales y hemisféricas”, en Estay Reyno Jaime. La economía mundial y América Latina, Clacso libros, Buenos Aires, 2005.
11) Este análisis plantea: Gudynas Eduardo. “Regresa la sombra del ALCA” Correspondencia de prensa n 9039, 10-11-05
12) “No hay ningún impedimento o condicionamiento que nos haga imposible avanzar en el ALCA, como no sea el desequilibrio (de los subsidios). Bielsa Rafael. “Un ALCA con principios puede tener un buen final”, Clarín, 2-5-05.
* Claudio Katz es economista, investigador del Conicet y profesor de la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).