No le gusta a los fascistas locales ciertas actitudes de la militancia revolucionaria, esa inveterada victoria que le camina por los costados y que le inflama los discursos. Hemos visto ejércitos enteros cercados por el adversario, pasando indecibles penurias y sin embargo sus líderes proclamaban triunfos fantásticos ante el escepticismo de sus enemigos y la incredulidad de la opinión pública internacional.
Para muestra de ello puedo poner de ejemplo a Lénin, que cuando la Antante –esa gavilla internacional de malandros– invadió la Unión Soviética, al punto de reducirla al 30% de su territorio, el insuperable camarada Lénin, con toda confianza y énfasis aseguró a las tropas del Ejército Rojo, la pronta victoria.
Y así fue, la historia da testimonio de cómo los soldados rusos y de las 120 nacionalidades que conformaron la Unión Soviética echaron al mar a las tropas, norteamericanas, inglesas, francesas, alemanas, etc, que confomaron esa especie de Santa Alianza del capital contra los campesinos y obreros que habían tomado el poder y barrido la monarquía de la madre Rusia.
Igual que Lénin, Ho Chi Minh, en los momentos más aciagos nunca perdió su sonrisa, la misma con que humilló a los asesinos de Washington y al execrable Nixon, que murió ahogado en un charco de mentiras.
Otro de los revolucionarios que sirve de ejemplo para ilustrar esa extraña “deformación” del alma de los luchadores revolucionarios es el Comandante Fidel Castro, de quien dijo García Márquez: “Nunca como entonces parece de mejor talante, de mejor humor”. “Las cosas deben andar muy mal porque usted está rozagante”, le dijo una vez.
En lo que corresponde a nuestro país, cuenta con figuras revolucionarias cuya impronta hasta el sol de hoy le roban el sueño a la reacción internacional: Simón Bolívar, el hombre de las dificultades y Hugo Chávez, que advertía –en momentos en que la revolución se hallaba enredada en los más perversos complots–, sobre la próxima derrota que le infligiría al imperio a y su podrida agentura interna.
Pero no son solo Chávez y Maduro, sufren de esa “manía de victoria”. El pueblo en la calle ha comenzado a ver lo inútil que han sido las acciones emprendidas por la burguesía, sus políticos y sus amos del norte para doblegar su voluntad. Al parecer después de las largas filas, la gente ha empezado a llevarse a sus casas no solo los productos más necesarios, sino la certeza de que todo será superado.
No contaban los gringos con el estoicismo venezolano expresado en dos frases sencillas, la primera: “Somos del tamaño del compromiso que se nos presenta”, y la otra, más críptica pero igual de definitiva: “Colcha y cobija”...
elmacaurelio@yahoo.es