El pueblo palestino, indignado y harto de las agresiones del Estado de Israel, ha hecho dos intifadas, una en 1987 y la segunda en el año 2000. En la última intifada el pueblo palestino, lejos de lograr sus objetivos de independencia, ha comprobado como el ejército de ocupación israelí tiene un solo fin: acabar con quienes viven confinados a la Franja de Gaza y Cisjordania.
Las cifras hablan por sí solas: “Desde el comienzo de la Intifada de Al-Aqsa, el 28 de septiembre de 2000 y hasta el 28 de febrero de 2006, fueron asesinados 4.298 palestinos. Mientras que la cantidad de heridos llegó a 46.353 palestinos. El número de prisioneros y detenidos que aún están en prisión llegó a los 9.200. El número de estudiantes universitarios y escolares detenidos es de 1.389; de ellos, 319 están bajo custodia. 205 prisioneros son maestros y empleados del Ministerio de Educación Superior. 1.200 prisioneros padecen de enfermedades crónicas. El número de mujeres prisioneras llegó a 116: de ellas, 67 están procesadas, 43 están detenidas y 6 son detenidas administrativas. 350 niños se encuentran presos en las cárceles israelíes” (Tomado de www.rebelion.org).
Otras cifras revelan un dato que denuncia el estado de indefensión en el que viven los palestinos. El Ministerio de los Asuntos de Presos y Liberados informó que desde 1967 hasta el pasado mes de marzo, más de 650 mil ciudadanos, es decir, uno de cada cuatro palestinos mayores de 10 años, ha sido arrestado.
Y el Estado de Israel, haciendo gala de un cinismo insólito, siente una gran indignación por la captura de uno de sus soldados, Gilad Shalit, de 19 años. La “última” que aplica el ejército de ocupación para lograr la liberación del recluta, es una “táctica” de guerra que consiste en que los cazas israelíes crean explosiones al romper la barrera del sonido cuando vuelan a baja altura sobre Gaza.
Esto le ha valido al Estado judío la demanda de una organización no gubernamental israelí, pro defensa de los derechos humanos. Los militares judíos han dicho que “es un arma no letal que causa desorientación y confusión. Es mejor que entrar por la fuerza y destruir casas. La demanda califica a las explosiones sónicas como una forma de tortura psicológica. Los habitantes las sienten como unas explosiones que causa el temblor de la tierra y puede llegar a romper ventanas y desquiciar puertas. Es especialmente traumático para los niños”. (Tomado de www.20minutos.es)
Miren pues. Los israelitas no aceptan canjear a Shalit por prisioneros palestinos, pero en venganza torturan psicológicamente a miles de seres humanos. Perversa utilización de un fenómeno físico. Todavía recuerdo aquellas explosiones de la intentona golpista en Venezuela el 27 de noviembre de 1992. La barrera del sonido fue rota y por aquel estruendo todavía se paga “plusvalía política”.
Historia local aparte, la actitud de Israel es un síntoma de las graves contradicciones que surgen en quienes dicen luchar por los derechos humanos, por la paz y contra la guerra. Los misiles norcoreanos no pueden explotar en el mar, pero los niños palestinos sí tienen que sobrevivir al espanto de creer que en cualquier momento le caerá una bomba en la cabeza. Una bomba que, en un masivo juego de ruletas rusas, un día será realidad. ¿Y el concierto de naciones? Bien, gracias. Tras seis años de intifada, un millón cuatrocientos mil palestinos padecen el terror del Estado judío, cada vez más represor y asesino. Pero eso no importa. Hay que luchar para que siga reinando la unipolaridad. El sonido y su barrera, no siempre se rompen.