De cómo los asesinos han civilizado al mundo

La llamada civilización Occidental "evoluciona" hacia el infierno, y nosotros los latinoamericanos nos hemos visto compelidos a seguir el curso de esta auto-aniquilación (en un eterno kindergarten del que todos los días salimos reprobados). Cada vez que intentamos acercarnos a ese mundo (abstracto de sus filosofías y ciencias), palpamos el abismo, el limbo espiritual y moral en que nos han embarcado. Todo se nos ha dado, todo nos llegó sin buscarlo y aún nos quieren obligar a vivir condenados a comer ese maldito manjar podrido y recalentado.
No hacemos sino admirarnos de nuestra "ignorancia" cada vez que profundizamos en la historia de nuestros pueblos, la cual no se puede entender sin estudiar la historia de Europa, sus tradiciones políticas, su filosofía, su literatura.

Esto lo he meditado luego de leer la obra de Indalecio Liévano Aguirre: "Los grandes conflictos de nuestra historia", y vemos que España pudo realizar el descubrimiento y la exploración del Nuevo Mundo, gracias al sistema de "Capitulaciones", mediante el cual el Estado cedía a sus vasallos parte considerable de sus facultades políticas y jurisdiccionales, a cambio de ciertos beneficios. Estas concesiones condujeron a una rápida feudalización de América: fue el origen desbocado de la rapiña, robos, de los "rescates", el saqueo de templos y sepulturas.
Uno cae en la cuenta, de que cuanto hoy nos desquicia en sociedad, como son las perturbaciones terroristas, los secuestros, la intriga frenéticas de los bandos y la desbordada corrupción, fueron elementos que, ya en los primeros diez años de la conquista, causaban estragos dondequiera que se plantara un español, es decir un europeo. Estos crímenes debían ser justificados moral y espiritualmente, y fue cuando se echó mano de la "guerra justa" contra los infieles o paganos, heredada de la prolongada lucha de la Reconquista contra moros y sarracenos. Entonces América se convirtió en un mercado de esclavos.
Es decir, los padres del terrorismo de siempre, que lo santifican con sus leyes de exterminio, reeditando hoy en el 2006 las prácticas más abominables para seguir dominando y explotando al mundo.

En 1528, Carlos V expidió la famosa Cédula del 9 de noviembre de 1528, prohibiendo la esclavitud de los aborígenes, Cédula que en verdad nunca se llegó a aplicar. La Corona tenía además que verse obligada a cumplir a la institucional medioval de la encomienda, mediante la cual los indios debían prestar servicios gratuitos a los españoles. Este aberrante sistema condujo a una serie de luchas para defender a los indígenas, dirigida por el dominico Fray Bartolomé de Las Casas.

Luego nos explica don Indalecio en qué consistió el asunto de la rebelión de los encomenderos, producto precisamente de la negativa de los primeros conquistadores de acogerse a las disposiciones de la Corona sobre el trato brutal que se le daba al indígena. Y comenzamos a notar un fenómeno propio de nuestras repúblicas: para impedir que se cumplieran las leyes los regidores optaron por no reunirse con la debida regularidad a fin de dejar sin solución los problemas más apremiantes y crear penosas contrariedades a las autoridades del reino. He aquí otra de las bellas prendas que heredamos de la conquista y que se ven muy bien retratadas en nuestros funcionarios públicos.

¿Pero ante este estado de aberración jurídica que hicieron los altos prelados de la Iglesia? Pues, colocarse del lado de los encomenderos. Las protestas de don Bartolomé de Las Casas habría de ser la razón de una densa y pavorosa guerra civil en la cual llevaría la peor parte los indígenas. Nos dice don Indalecio, que todo el poder de la riqueza, del prestigio y de las instituciones tradicionales: nobleza, el Alto Clero y los Cardenales españoles, apoyaban al famoso Juan Gines de Sepúlveda (quien había estructurado un monstruoso panfleto para dar legitimidad moral y política a la función criminal de los encomenderos) contra la posición de Las Casas.
Aunque a la final pareciera que moralmente triunfó Las Casas, lo cierto fue que el indígena nunca pudo desprenderse de esa condición miserable a la que lo habían sometido los primeros colonizadores: siguieron siendo incluso hasta el presente, seres en "los cuales apenas encontramos vestigios de humanidad" -Sepúlveda. Uno leyendo a don Liévano queda paralizado, helado, ante el enfrentamiento desigual que tuvo que darse para traer un poco de humanidad a una horda de carniceros, asesinos, ladrones y brutos que además contaban con el apoyo de poderosos sectores del clero y de la Corona. José Martí reconoce el esfuerzo sobrehumano de este noble personaje y lo eleva a la del primer prócer de América.

Como ocurre con todos los genios de la humanidad, se le atribuyó al carácter de don Bartolomé el defecto de ser colérico y de que trataba ofensivamente a los poderosos. Y uno más bien ve en esto un carácter digno, verdaderamente cercano al Jesús que ama el humilde y que nos muestra los Evangelios.
Cuando llegaron a nuestra América funcionarios honestos y decididos a hacer cumplir las leyes que protegían al indio, se desató contra ellos una soterrada y pertinaz guerra. Volvemos a encontrarnos cómo los encomenderos y sus secuaces, utilizaban la parte más sagrada para degradar, ensuciar y destrozar la reputación de estos funcionarios: se apelaba a la injuria, a la calumnia más atroz, y claro se recurría a herir lo más íntimo: a la honorabilidad de la mujer, a los hijos. Manchar la reputación, era lo primordial para convertirlos en blanco de los peores ataques y así la Corona se viera en la obligación de relevarlos de sus cargos. Otra funesta prenda que heredamos de la conquista.

Uno se pregunta: ¿cómo podríamos ser hoy en día ciudadanos dignos, conscientes de nuestros deberes, cuando desde la fundación misma de estos pueblos se nos inoculó lo más inmoral, lo más deshonesto para descalificar, dañar y destrozar a nuestros enemigos.
Los encomenderos ganaron aquella guerra y aún la ganan. Así como se veía a los indios de ayer, aún así es visto por las sociedades de hoy; peor todavía: se le mima con hipocresía, se le protege con repugnancia, con desprecio. Los poderosos también han hecho de la filantropía un negocio.
¿En España realmente había instituciones sólidas y serias, con un profundo y noble conocimiento del hombre? No lo creo porque lo que nos llegó no fue Derecho sino ultrajes; y de ultrajes se ha vivido hasta el día de hoy. Los cristianos que llegaban a nuestras tierras no querían ser pobres como lo mandaba el mesianismo que dominaba a toda la Edad Media; estaban sin duda fuertemente impregnados del veneno del oro. Ningún colonizador quería practicar la frase de San Agustín: "Seamos pobres y entonces seremos saciados".
Y entra luego don Indalecio a explicar el grave problema de la Reforma y de la Contra-Reforma, que produjo el extraordinario fenómeno de las misiones jesuitas. Analiza con cuidado y profundidad la filosofía que se gesta a partir de Martín Lutero quien torna más dramática la dependencia espiritual del hombre y que lo atan al cuerpo material de la Iglesia. El pensamiento religioso sufre una escisión mortal y la mente del hombre busca otros asideros espirituales, donde el dinero viene a ser casi un sucedáneo fatal.

Calvino dará realidad a los llamados Santos Visibles, que luego habrán de constituir la plaga de los burgueses. Los jesuitas intentan dotar a la Iglesia de una concepción moderna que supla la realidad práctica y fascinante para los ricos que adquiere la Reforma.
Cuando se declara a la usura como legítima, comienzan a levantarse los primeros pilares del llamado Estado Democrático, cuya estructura descansa sobre las teorías de Calvino y los filósofos ingleses, como Locke en Inglaterra y Madison, en los Estado Unidos, y donde el fin esencial del Estado es proteger a los propietarios contra los desposeídos y, en manera alguna defender a los oprimidos contra los abusos de las clases acaudaladas. De aquí nacen las premisas del Estado burgués de Derecho. James Madison resumió ese Estado de Derecho en la siguiente frase: "El gobierno debe constituirse de manera que proteja a la minoría opulenta contra la mayoría... Poco afecto tengo a la majestad de la multitud y renuncio toda pretensión a su apoyo...! ¡El pueblo! ¡El pueblo es una gran bestia!"- dijo Madison en su famoso discurso en la Convención Constituyente de Filadelfia.

La obra de don Indalecio debería ser de estudio obligatorio no sólo en nuestros liceos, sino en todas las universidades. Es el trabajo más serio, más completo y a la vez más ameno que se ha escrito sobre la filosofía con la que se nos ultrajó, se nos torturó y se nos estafó, desde el Descubrimiento.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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