"Para usted hay cerveza, para su amigo, no", sentenció el hombre detrás del mostrador. Éramos dos suboficiales de la Armada venezolana que paseábamos por las calles de Key West, Florida, mientras nuestro barco, el destructor ARV-Zulia, descansaba en uno de los muelles. Mi amigo, tal vez se calentó más que yo. Siempre me ha acompañado una suerte de compasión, o de serenidad, como que es más apropiado. No es publicable lo que mi compañero dijo, mientras salíamos del bar. Me tocó tranquilizarlo. No merecía la pena amargarse la vida, por una negativa a ultranza de un ciudadano que nació en un país racista. Que fue creado con esas ideas locas contra la gente de color. Y que creció viendo cómo se maltrataban a los negros de su propia tierra. No era de extrañar que me negara servirme la cerveza, y a mi amigo, que era de tez más clara, sí. Tal vez, si él hubiese entrado al bar con alguien de color blanco, el "negreado" hubiese sido él. Así funcionaban las cosas en los Estados Unidos, en aquella época. Década de los 60.
Pero, ¿ahora qué? Después que Martín Luther King, luchó por la igualdad racial en ese país. Después de tantos sacrificios y tantas muertes. Después que el propio líder negro fue asesinado, aún sigue vivita la segregación racial. Tenía que llegar un Donald Trump, para que se moviera el avispero y se alborotaran las avispas. Quedó al descubierto alto que parecía desterrado. Otra historia, de esa estadía en los Estados Unidos. Una noche disfrutábamos un buen grupo de suboficiales, oficiales y sargentos de nuestro ARV-Zulia, en un bar. Conmigo no se metieron, tal vez, porque el grupo era grande, y cada quien, cuando le tocara, pedía una ronda. Y una ronda, significaba un montón de dólares, en esa época. Pero, de pronto, alguien me señaló algo. "Mira lo que hace el barman". Obedecí. En efecto, cada vez que le llegaban los vasos vacíos de una mesa continua a la de nosotros, agarraba uno, en especial, y lo quebraba. Era el vaso del Sargento Machado. Un hombre de color intenso.
Casi que estoy de acuerdo lo que escribió Lou Marinoff, en su libro "El poder del Tao". En su página 52, dice: "… Los estadounidenses, en concreto, se han convertido en un pueblo ansioso y desgraciado, y las industrias de la psicoterapia y de los medicamentos para mejorar el estado de ánimo están floreciendo como nunca… La depresión y los trastornos alimenticios van en aumento… La disfunción eréctil y otros problemas sexuales son endémicos. Así las cosas, no es de extrañar que los estadounidenses también se encuentran entre los pueblos más infelices del mundo".
Tan infelices son que eligieron como presidente a un señor multimillonario y racista, llamado Donald Trump. No tengo la menor duda de que la sociedad estadounidense está enferma. Sumamente enferma. Absolutamente enferma y demente. Por eso vemos lo que está pasando en estos momentos en aquellos lados. Por eso no es de extrañar que vuelvan los "vasos rotos" tocados con los labios de un hombre o una mujer de color. Y así, y todo, hay venezolanos y venezolanas que andan pidiendo de rodilla, no sólo al tal Almagro, sino al propio Donald Trump, que apliquen la Carta Democrática, y después se cojan este país para ellos. Pregunto: ¿Es eso lo que quiere esta derecha apátrida? ¿Es eso lo que quiere Ramos Alllup, Julio Borges y su combo? Ellos serían los primeros que los gringos aplastarían, de concretarse una invasión, por ser tan cobardes y tan vende patria… ¡Se cansa uno!