Claro está que los sucesos del 11 de septiembre de 2001, con las Torres Gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono en la capital estadounidense, sean ellos realizados por un complot interno o por un atentado planificado en el exterior y llevado a cabo por gente de ascendencia musulmana, hace que el presidente George W. Bush dicte una serie de actos administrativos, entre los cuales se encuentra uno llamado; guerra preventiva. Los opositores y críticos de algunos aspectos de la guerra contra el terrorismo, aumentan a medida que la guerra de Iraq se alargaba. En 2006, una agencia encuestadora concluye que la guerra de Iraq se había convertido en una causa célebre para los yihadistas. Desde su comienzo también se cuestionó la moralidad, eficacia y legalidad de la guerra contra el terror, al invadirse países y luchar contra un enemigo disperso y difícil de identificar como es el terrorismo internacional, y por tanto poco probable que pueda ser derrotado por medios militares convencionales. La presencia militar estadounidense en el exterior desde el inicio en 2001 de esta guerra global se incrementó, aunque esta ya era elevada, y según el Departamento de Defensa en diciembre de 2007, durante la mitad de la segunda presidencia de Bush, Estados Unidos tenía presencia militar en 150 países con unos 510 000 soldados desplegados en diversos países del globo terráqueo. El contingente más importante era el asentado en Iraq, con 196 600 soldados, seguido de las guarniciones de Alemania, Japón, Corea del Sur y Afganistán. Bien, dejemos por ahora de narrar las acciones de guerra propiciada por el halcón mayor, George W. Bush, y volvamos a la narrativa de episodios de nuestra guerra independentista.
Simón Bolívar hizo una escala en los Estados Unidos por cinco meses, ello sucede cuando el retorno a su patria al venir la segunda vez de Europa. Bolívar nunca, en sus escritos, hizo referencia detallada de esta visita y la influencia que haya tenido esta escala en sus actitudes posteriores por lo que se diga o escriba sobre ello seguirá siendo de forma de especulativa. Sin embargo, hay razones para suponer que sus impresiones fueron en general positivas, tal mencionó años después a un diplomático estadounidense. Bolívar nunca más volvió a poner pie en Estados Unidos, pero como líder del movimiento de independencia en Hispanoamérica, inevitablemente conoció y trató con muchos ciudadanos y representantes del gobierno de los Estados Unidos. Incluso se ha insinuado, en base a evidencia discutible, que una de sus amantes podría haber sido Jeannette Hart de Connecticut, a quien conoció en el Perú en 1824. El oficial naval Hiram Paulding, que visitó el campamento de Simón Bolívar en las montañas peruanas durante su campaña de 1824, lo describió posteriormente como "el hombre más extraordinario de la época" Además, tal elogio coincidía con el tratamiento que recibía rutinariamente en la prensa norteamericana que lo consideraba como: "El Washington de América del Sur", particularmente durante el apogeo de su carrera político-militar. La carrera exitosa de Simón Bolívar se define entre la Batalla de Boyacá en 1819, que aseguró la independencia de Colombia, y hasta la fundación de Bolivia en 1825, cuyos más altos representantes toman su nombre para ponérselo a la nueva república. Era por tanto apropiado que los descendientes de George Washington participaran del entusiasmo general y le entregaran a Bolívar un medallón y otros recuerdos de Mount Vernon, en un gesto que afectó al Libertador; según lo expresara él mismo.
La buena opinión que tenía el pueblo norteamericano de Simón Bolívar nunca llegó a su fin, pero durante los últimos años de su vida a menudo esta opinión fue opacada por una corriente de crítica emanada de los burgueses norteamericanos que cuestionaban la sinceridad de su compromiso con los principios republicanos. En gran medida, esta reacción fue el eco de la crítica creciente a la iniciativa política de Bolívar en la misma América Latina. Allí, como la panacea para el malestar social y político de las nuevas naciones, Bolívar en 1825 había revelado el concepto de un presidente vitalicio con derecho a elegir a su sucesor, concepto que pronto sería tildado de propuesta disfrazada de monarquía. Un presidente vitalicio era la piedra angular de la constitución que personalmente redactó para Bolivia y que tenía la esperanza de que eventualmente sería un modelo para otros países incluyendo la Gran Colombia; pero ello no captó la simpatía de la mayoría de publicistas liberales. Ni tampoco fue recibida favorablemente por la opinión pública en los Estados Unidos, una nación que se consideraba el baluarte del republicanismo en un mundo aún dominado por monarquías, y que era particularmente sensible a los avances monárquicos reales o imaginarios en este hemisferio. La preocupación de Estados Unidos fue magnificada por una tendencia a atribuir tales proyectos en América Latina a la influencia de Gran Bretaña, por entonces el principal rival político y económico de Estados Unidos.