El protagonista de la película AVATAR (2009), “Jake Sully”, es un ex infante de marina estadounidense, veterano de guerra, parapléjico por heridas recibidas “en la guerra de Venezuela”. Esta referencia no es casual, en Hollywood nada lo es, ni es la primera o la última: en cine, series de TV o juegos de computadora, la pacífica Venezuela es utilizada como escenario terrorista o bélico. Se trata de una operación de guerra psicológica para acostumbrar al mundo a la idea de lo que viene. Después de todo “la preparación del terreno es el primer acto del combate”.
Yo vivo en Caracas y resiento, como todos, los efectos del bloqueo financiero, la escasez y la inflación; enfrento, como todos, el temor a la inseguridad; pero el suelo que piso no tiene minas que me dejen sin piernas, y por mi cielo pasan garzas y guacamayas, no bombas ni cohetes ni proyectiles de mortero. La ciudad está contaminada, pero no huele a cadáveres bajo los escombros, nos preocupamos por la comida de los niños, no porque puedan ser destrozados por la metralla. Nos disputamos en política y hay gente que odia, pero la gran mayoría no pasa del insulto y la amenaza. A nadie sacan de su casa en la madrugada para pegarle cuatro tiros, y a diferencia de otros países, aquí no hay fosas comunes.
Pero como “el cielo encapotado anuncia tempestad”, la guerra proyecta su siniestra sombra sobre Venezuela. Es la factura que nos pasan, me digo, por 18 años de “revolución bonita”, es el castigo por el mal ejemplo de utilizar 70 por ciento del presupuesto en inversión social, por no vivir en la democracia “representativa” que no representa al pueblo, por ensayar una nueva sociedad, imperfecta y defectuosa, pero que da prioridad a la mayoría. Nos están cobrando el creer y defender, al pie de la letra, que somos república soberana e independiente.
A mi edad sería ridícula resignación decirle a una mujer, o a los defensores de la Patria, “si yo tuviera 40 años menos” porque, como cantaba Jacques Brel, “hemos visto muchas veces resurgir el fuego del antiguo volcán que creíamos demasiado viejo”, y caballo viejo siempre sirve para una última carga de lanceros. Pero no se trata de mí, ni de nadie en particular. Se trata de que nos quieren obligar a lanzar, diría Pio Baroja, “medio millón de jóvenes a los lobos para que la Nación no sea devorada por los cerdos”.
Pero lo más triste, en esta triste perspectiva que intereses bastardos nos imponen, no es la conspiración de Estados Unidos y Europa contra Venezuela, sino la complicidad de los gobiernos de algunos países latinoamericanos. En particular la oligarquía de la “hermana república” de Colombia que pretende –una vez más- resolver o retardar sus contradicciones mediante la violencia institucional, esta vez contra Venezuela.
La muerte prepara su cosecha porque la paz firmada con las FARC-EP no significa para Bogotá el fin de la guerra que, junto con la droga, es su gran negocio. El conflicto colombiano habían llegado a un punto en que ninguno de las partes podía triunfar ni sostener el costo creciente de la escalada: para Santos firmar el acuerdo significó un alivio, pero no significó renunciar a la gigantesca ayuda militar de Washington, la mayor parte de los casi 20 mil millones de dólares empleados en la supuesta “lucha anti-drogas” en Latinoamérica, en gran parte utilizados para comprar armamento a Washington. Hoy esa entrada de dinero (el llamado ‘Plan Colombia’) no está garantizada, porque la lucha antidroga es vista como perdida o “ineficiente” por un número creciente de estadounidenses. Cualquier día la Casa Blanca o el Congreso gringo la pueden suspender o reducir drásticamente. Una intervención en Venezuela permitiría la continuidad del gran negocio.
De esto se ocupa hoy la clase dominante colombiana, que nunca tuvo escrúpulos en materia militar. Me viene a la mente el “Batallón Colombia” luchando “contra el comunismo” en la guerra de Corea, o el General Rojas Pinilla pidiéndole a Washington “6.000 bombas de napalm” (que le negaron) para acabar con la insurgencia campesina. El 9 de abril se conmemoran los 70 años del asesinato del gran líder Jorge Eliécer Gaitán y el “Bogotazo”. Mucha sangre ha corrido desde entonces, mucha crueldad se ha cometido, mucho futuro se ha perdido, sin terminar de saciar a los ricos y sin resolver los problemas de los pobres. Y ahora Venezuela está en su mira.
Es tiempo de preguntar ¿Acaso la oligarquía cree que un conflicto con Venezuela no tendrá consecuencias para ella? ¿Acaso la juventud militar colombiana, fogueada en mil combates, tendrá miedo de reflexionar sobre la agresión a un país hermano patrocinada por los Estados Unidos?
Pero sin esperar la respuesta debemos estar preparados para combatir por nuestra soberanía, nuestras conquistas. nuestros derechos y nuestras libertades. La historia nos enfrenta a una dolorosa epopeya como la que formó la República, y si queremos seguir llamándonos bolivarianos debemos estar preparados a combatir en la Guerra de Venezuela.
A menos que, una vez más, el pueblo haga un milagro y sigamos el camino en paz.