Enfocado en lo que sería el “nuevo siglo (norte) americano”, el gobierno neoconservador de Washington incrementa su presencia militar en todo el mundo, de tal modo que cualquier manifestación de soberanía considerada lesiva a sus intereses geopolíticos podría ser sofocada, eventualmente, invocándose para ello una hipotética preservación de la libertad y de la paz internacionales a manos de los tropas estadounidenses. Este designio -concebido en las dos últimas décadas del siglo XX a propósito de la implosión de la Unión Soviética- se asienta también en el apoyo económico y político, además del equipamiento, el entrenamiento y la asesoría en materia militar a regímenes dispuestos a aplastar la resistencia interna de sus pueblos a la implantación de los TLC´s u otro mecanismo de dominación enmarcado en la globalización económica neoliberal.
No es de extrañar que, como sucede en Colombia, uno de los enclaves más importantes de Estados Unidos en nuestra América, se prefiera la ayuda militar para, supuestamente, neutralizar al narcotráfico, siendo evidente que se pretende contener el avance de la lucha guerrillera que allí tiene lugar, lo que -combinado con lo que ocurre en Venezuela bajo el liderazgo de Hugo Chávez- representa una grave amenaza al secular dominio yanqui y a la estabilidad de gobiernos y elites afectos a Washington. Pero, al margen de ello, el binomio Washington-Bogotá desarrolla una política de exterminio de poblaciones enteras, resultando un hecho cotidiano trágico su desplazamiento a sitios seguros bajo la simple sospecha de simpatizar con las FARC o el ELN, o de tener la desgracia de morar en alguno de los territorios apetecidos por las corporaciones transnacionales estadounidenses y europeas, las cuales ya anticipan grandes ganancias en complicidad con las elites gobernantes de este país. Es un trabajo de reingeniería social que algunos denominan caos constructor, siendo aplicado en otras regiones del planeta, como el Medio Oriente y parte de Asia.
Según los teóricos de este caos constructor, es fundamental que el poder se ejerza de manera diligente, venciendo por cualquier medio todo tipo de resistencia y sometiendo a los pueblos a la más grande inestabilidad, de forma que los sectores dominantes aseguren su status, permitiéndose un reordenamiento de las fronteras conocidas. Esto, en el caso de la agresión sionista al Líbano, según la afirmación hecha por Condoleeza Rice, sería “el comienzo de las contracciones del nacimiento de un nuevo Medio Oriente y tenemos que estar seguros de que todo lo que hagamos vaya en el sentido del nuevo Medio Oriente, no hacia el regreso al anterior”. Así resultan entrelazados los intereses del Tío Sam con los de Israel, prefigurados en 1996 en un vasto proyecto de colonización de esta convulsiva región elaborado por los neoconservadores ahora en el poder. En éste, se contemplaba la eliminación física de Yasser Arafat, la anexión israelí de los territorios palestinos, el desmembramiento de Irak, las amenazas a Irán, Siria y el Hezbollah, y la utilización de Israel como base complementaria del programa militar Guerra de las Galaxias que se iniciara en Estados Unidos durante la Guerra Fría. Este caos constructor afectaría seriamente las fronteras, los Estados y los gobiernos, llegándose a fomentar conflictos bélicos entre los mismos que redundarían en el realineamiento imperialista de Estados Unidos, secundados por los gobiernos de Europa.
Para los neoconservadores de la Casa Blanca ello encaja perfectamente en sus propósitos de ejercer un control más directo y efectivo sobre aquellas regiones ricas en biodiversidad, agua y, sobre todo, en petróleo en lo que constituiría su dominio del espectro mundial para el año 2020. En esto no han escatimado esfuerzos, aún en contra de la opinión pública estadounidense, de la ONU y del Derecho Internacional. En este caso, Bush y sus aliados representan un serio peligro para la paz mundial, a pesar de la reiterada propaganda que vierten en contra de otros gobiernos a quienes acusan de serlo.-