Dos cosas han puesto de nuevo sobre el tapete el lenguaje geopolítico: la primera es la evidencia de que nos hallamos, desde hace por lo menos una década, en una nueva época en lo que se refiere a las confrontaciones internacionales en el seno del sistema mundo imperialista; por el otro lado, la euforia oficial alrededor de los recientes acuerdos económicos y políticos entre el gobierno de Maduro y el de la República Popular China, que expresan, o bien unas ilusiones nostálgicas, y bien desubicadas, de que volvimos a la guerra fría del siglo XX, o bien (o también) el oportunismo de conseguir un nuevo amo para mantenerse en el poder, después de haber demostrado una incompetencia criminal, frente al otro gigante político-militar imperial. No falta quien se llena la boca justificando lo que es, por lo menos, un juego peligroso y, en otra dimensión, una nueva entrega del país, una desviación profunda, hipócrita, del camino de la independencia nacional a nombre de esa misma consigna.
Hay saberes, "ciencias" completas, que nacen sesgadas por la posición política de sus fundadores y, aunque den cuenta de hechos objetivos, marcan todos sus enunciados con ese enfoque ante el cual hay que afilar el sentido crítico. La economía, la antropología, entre otras disciplinas, tienen esas características, aunque han sufrido un significativo proceso de cambio de perspectivas. En el caso de la geopolítica, el sesgo de ultraderecha se nota mucho más. Su concepto central, "espacio vital" (Lebensraum, en alemán) remite ya al discurso justificador de la política de Hitler. El teórico fundador, el general Ernst Haushofer, estableció como premisas de su "disciplina" los vínculos deterministas entre la geografía y la política, y la inevitabilidad del conflicto entre las potencias imperialistas, precisamente por ganar y resguardar su "espacio vital" que la mayoría de las veces implicaba el dominio territorial de nuevas colonias. En resumidas cuentas, la geopolítica no es sino una ideología justificadora del imperialismo con pretensiones científicas.
El estudio del sistema mundo capitalista y el desarrollo de la teoría del imperialismo, debieran dar los elementos suficientes para la comprensión de esas realidades internacionales, sin el peso de la perspectiva imperialista que tiene la geopolítica, con su lenguaje lleno de "potencias", "espacios vitales" o "de influencia". Pero ocurre que hoy la geopolítica tiende a ser la ideología predominante en los ambientes diplomáticos del mundo. Esto no es casual. Es, en gran parte, resultado de la derrota histórica del internacionalismo la cual, a su vez, es un largo proceso histórico, que se remonta a la subordinación de la Internacional Comunista a los intereses de gran potencia de la URSS, y tiene sus hitos en la disolución de esa misma Internacional por parte de Stalin a instancias de Churchill en 1942, el reparto del mundo entre las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial, los conflictos con los movimientos revolucionarios autónomos como Yugoslavia, en 1945, y después China, a partir de los cincuenta. Los Partidos Comunistas se habían convertido en clubes de admiradores de la URSS, como destaca José Ignacio Cabrujas. Por eso, cuando se producen revoluciones como la cubana, la dirigencia soviética, o bien los sofoca, o bien los manipula en beneficio de sus negociaciones con la potencia norteamericana. Así, la revolución mundial en el siglo XX devino en un asunto geopolítico, la disputa entre las grandes potencias por "esferas de influencia" y "espacios vitales", más que una cuestión del internacionalismo de clase.
De modo que hubo más geopolítica en la medida en que hubo menos internacionalismo. Si esto ocurrió en el siglo XX, cuando todavía engendros ideológicos como el "marxismo leninismo", era esgrimido por igual para insultarse los rivales soviéticos, yugoslavos o chinos, imagínense ustedes, pacientes lectores, qué ocurre en el siglo XXI, cuando las "potencias emergentes" como las de Eurasia (o sea, Rusia y China) levantan las banderas militantes del libre mercado y el neoliberalismo en el mundo, defienden sus sacrosantas instituciones como la Organización Mundial del Comercio y fomentan las fortunas de los supermillonarios, que incluso son destacados miembros del Comité Central de un "Partido Comunista" que defiende un autoritarismo que garantiza la explotación por el gran capital, de una inmensa población proletaria de bajo costo.
Por supuesto que nos encontramos, como dijo hace unos pocos años el Papa, en medio de una nueva "Guerra Fría". Pero ésta, la del siglo XXI, no es el enfrentamiento entre dos sistemas político-ideológicos. En todo caso, es el enfrentamiento de unos inmensos estados imperiales, donde se unen los intereses del gran capital financiero internacional, los nuevos millonarios del aparato de poderes autoritarios, de discursos nacionalistas, una burocracia y una cúpula militar con la disposición de un armamento capaz de hacer estallar el mundo varias decenas de veces. Para nada aquí se está jugando la "revolución mundial", ni mucho menos. Se está jugando solamente (¡solamente!) la supremacía mundial comercial y financiera, además de la militar.
Por supuesto, la pugna entre imperios ha sido un contexto en el cual se han tenido que realizar los movimientos emancipadores desde hace siglos. Britto García llamaba una vez la atención acerca del hábil aprovechamiento de estas complejas pugnas entre las potencias, por parte de la lucha independentista en el siglo XIX. Primero, la invasión de Francia a España le abrió el camino a la emergente clase criolla para iniciar el camino de la independencia. Luego, los intereses del Imperio inglés que quería sacar sus ventajas del fin del Imperio Español, se manifestaron en algunos financiamientos y ayudas para el movimiento. Pero de esto, de aprovechar sabiamente las circunstancias para poder ampliar el margen de maniobra de un movimiento revolucionario, a comprender la política a la manera de Tarzán, "avanzando" guindando de una u otra liana, hay mucho trecho.
Por eso, cuando observo a los maduristas llenos de euforia por la pompa con que recibieron y se despidieron a Maduro en Beijing, después de haber firmado contratos donde prácticamente se entrega a los chinos la reactivación de nuestra industria petrolera, reviviendo maneras de explotación que habían sido criticadas por la izquierda antiimperialista en su momento y hasta por Chávez habían sido repudiadas, no puedo dejar de manifestar mi protesta nacionalista y antiimperialista.
En esto no hay "internacionalismo"; hay geopolítica. Hay una nueva potencia capitalista, financiera, política y militar, que busca expandir sus dominios y que, efectivamente, ha venido desplazando a la otrora única potencia mundial: los Estados Unidos. Esto, después de casi un siglo de hegemonía norteamericana es algo muy bueno, por supuesto, y más desde el punto de vista de los pobladores de lo que ha sido siempre su "patio trasero", el espacio de sus crímenes y abusos, América Latina. Pero de ahí a caer en un oportunismo geopolítico, hay un trecho largo, el que va de una posición auténticamente antiimperialista, a otra oportunista, una suerte de oportunismo geopolítico. He leído a algunos que han llegado hasta a proponer, en lugar del fortalecimiento de nuestra moneda, una "yuanización" del país. La misma dolarización, pero con yuanes. El mismo entreguismo, pero ahora tratará de hablar en mandarín.