Permítame el lector ocasional una nota autobiográfica. Es que últimamente he vuelto a toparme con el nombre de cierto tipo que se mete con mi vida y la vida de los míos. Y, como canta Serrat, "entre esos tipos y yo hay algo personal". Me refiero a Mr. Elliot Abrams.
Comencé a tener algo que ver con él en 1980. Todavía estudiando Comunicación Social en la Universidad, el jefe de redacción de "Ultimas Noticias" me encomendó hacer un reportaje sobre el "Libro Blanco" de la política internacional del flamante presidente de Estados Unidos en aquel año, Ronald Reagan. Era mi primer análisis para un periódico de circulación nacional y me esmeré. No recuerdo bien lo que escribí, pero recuerdo que me llamaba mucho la atención (para no decir que me sorprendía) la sarta de sandeces que aparecía en aquel documento que intentaba revivir el lenguaje imperial de los altos funcionarios del nuevo gobierno de Estados Unidos, donde destacaba la atención hacia Centroamérica, especialmente Nicaragua y el Salvador, sin dejar de nombrar los molestos indígenas guatemaltecos.
Nadie entonces suponía que ocurriría Gorbachov y, posteriormente, el derrumbe soviético. El "Libro Blanco" de la política de Reagan, lo que sugería era que el nuevo presidente norteamericano agudizaría sus amenazas a lo que caracterizaba como "El Imperio del Mal" (la URSS), o sea, que las tensiones se intensificarían hasta llevar al mundo a una "guerra caliente" global. Tal vez el matiz discursivo que más recuerdo: las definiciones geopolíticas se convertían en teológicas. Nada que ver con la frialdad analítica de un Brzeshinsky o un Kissinger. Reagan parecía ser el ángel vengador de una muy próxima guerra nuclear. O un simple bravucón irresponsable con un poder destructivo enorme.
Poco después, ese mismo año 1980, me tocó ir a Nicaragua a apoyar como periodista la recién victoriosa revolución sandinista. Una revolución que destacaba por muchas cosas novedosas: en su programa se proponía pluralismo político, economía mixta y, sobre todo, la defensa de la soberanía nacional y el no alineamiento frente a la URSS y a los Estados Unidos, los polos de la Guerra Fría que en aquellos años llegaba a nuevos picos de violencia. La Revolución Popular Sandinista seducía desde lejos por su carácter popular, alegre, democrático, poético, candoroso. Mucho más cuando la tenías de cerca, en Managua y luego en León, donde inicié de inmediato mis actividades.
Trabajé en la UNAN de León, ciudad universitaria, y en la radio. Me alojé en la llamada "residencia internacionalista", junto a médicos y otros profesionales, de varias nacionalidades: venezolanos, dominicanos, franceses, alemanes, mexicanos, colombianos. Allí estaban dos miembros franceses de "Médicos sin Fronteras" (MSF), esa ONG internacional, que envía profesionales de la salud a todo el mundo, adonde había desastres debidos a la Naturaleza o al mismo Hombre. Somoza había descargado ya su ira genocida contra las ciudades, en las cuales lanzó miles de bombas, pero ya empezaba a sentirse la acción terrorista de los "contras", los restos de la tenebrosa Guardia somocista, que los Estados Unidos armaban, organizaban y entrenaban. Las masacres en los poblados campesinos cerca de la frontera con Honduras, eran cosa diaria. Fue duro saber que Cristophe, uno de los médicos franceses de MSF, amable, capaz incluso de intentar cantar y bailar, en fin, integrarse a la intensa cantadera y jodedera de los venezolanos internacionalistas en algunas noches en la residencia, con su torpe e inhábil movimiento para seguir la poderosa meneadera de caderas de las venezolanas cuando les mostrábamos a nuestros compañeros internacionalistas el ritmo de los tambores de las costas venezolanas, ese mismo Christophe de ojos azules, mirada dulce y torpe español, fuese una de las víctimas de la "contra" en una de esas incursiones asesinas que se multiplicaban a lo largo de la frontera.
Bueno, aquí fue mi primer encuentro personal con Elliot Abrams, el gran organizador y proveedor de armas, entrenamiento y organización para las bandas asesinas de la "contra". El "boss" de la matanza.
El encuentro con Abrams se repetiría: estudiantes, maestros, profesionales, con quienes había compartido alguna intensa conversación, alguna lectura de poemas o canciones, volvían a León dentro de una caja de madera, procedentes de aquella frontera sangrienta, tan cercana. Las escenas de dolor de la recepción popular y familiar, se repetirían con cada vez mayor frecuencia, al tiempo que el efecto de los sabotajes a los centros productivos (bombas, matanzas) se intensificaba. Hubo hiperinflación y escasez. Desesperación con la guerra. Llantos inconsolables. Pronto aquella voluntad de hierro popular se habría de quebrar ante la despiadada guerra de Reagan y Abrams.
Por supuesto que era criminal aquello. Lo de menos fue saber que aquellas armas fueron compradas con el dinero obtenido por la colocación, en los barrios pobres y negros de las ciudades norteamericanas, en el mercado de las drogas, de una nueva sustancia quebranta neuronas: el crack. Lo de menos fue la aparente indignación en el parlamento norteamericano ante el crimen (un simple procedimiento por debajo de lo reglamentario, para ellos) que había cometido uno de sus más altos funcionarios ejecutivos. Lo de más para mí, en lo personal, fueron esos centenares de muertos, torturados y desmembrados, a manos de los secuaces de ese tipo, Abrams.
Ahora me lo vuelvo a encontrar; ahora que fue designado por Trump para dirigir las operaciones norteamericanas en Venezuela, acciones que, indudablemente, son su especialidad, y que incluyen atroces asesinatos y torturas, cortes de mano y cabezas como campaña de terrorismo, como aquellas pequeñas lomas de manos y cabezas amontonadas en Zinica ¿Te acuerdas, Elliot? Por supuesto que no. Mirar eso es enturbiar tu almuerzo o tu rica cena con imágenes de lo que mandas a hacer. Para ti se trataban de sólo sucios perros centroamericanos, latinoamericanos, venezolanos, nicaragüenses. No nos distingues, sólo te interesan los detalles para refinar tus crímenes. Nada más. Y mira que te tengo consideración y no te veo haciéndolo con tus propias manos. Para eso eres un alto funcionario de mucha experiencia, de esos por los claman algunos connacionales que confiesan así la diminuta autoestima nacional que les queda.
Entre ese tipo y yo hay algo personal.