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Se sabe que una guerra la deciden la moral de los pueblos y de los ejércitos en combate. A raíz de la muerte del Libertador y la desintegración de la Gran Colombia, en 1830, el territorio de la Nueva Granada quedó en mano de una banda criminal liderada por Francisco de Paula Santander, y entre los que se encontraban los homicidas José María Obando y José Hilario López, asesinos de Sucre, y que posteriormente llegarían a ser presidentes de ese desgarrado y descuartizado territorio. La Nueva Granada a partir de 1830, volvía a su al formato de su antiguo virreinato (buscando además de la protección de España, un imperio que la tutelase), pero ahora en manos de traidores de la estirpe de Santander.
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El canalla y traidor Florentino González, furibundo seguidor de las ideas liberales del filósofo inglés Jeremías Bentham, y quien llegó a escribir un tratado de Derecho que fue texto de obligada lectura en nuestras universidades (de Venezuela y Colombia), participó en el atentado contra el Libertador en 1825. A partir de 1830, Florentino González esbozó el proyecto de que la Nueva Granada debía entregarse en brazos de la Norteamérica gringa, porque, argumentaba, que como nación independiente NO TENÍA FUTURO… El otro ideólogo liberal neogranadino de nombre Francisco Soto, sostenía desde entonces que Panamá debía cedérsele a los gringos. Es decir, que desde 1830, comenzó un proceso de entrega por pedazos, ideológica, territorial y políticamente de la Nueva Granada al imperio norteamericano.
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Ahora bien, en el actual conflicto con Venezuela, ante todo, el ejército colombiano está profundamente corrompido con altos oficiales mercenarios, entrenados en la Escuela de las Américas, que han trabajado por contratos para empresas militares privadas como la BLACKWATER (EPSD o PMC), y que funcionan exclusivamente como fuerzas represivas, de ocupación, en su propio país. Colombia lleva casi doscientos años, desde que asesinaron a Sucre en Berruecos, en una pertinaz guerra intestina sin posibilidad, mientras gobierne la oligarquía, de una solución.
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Las fuerzas militares colombianas, esencialmente formadas para servir a los intereses norteamericanos, están concentradas exclusivamente en atacar a las guerrillas, y todo sus equipamiento, entrenamiento y logística tiene que ver con estrategias para desenvolverse en la selva y preparados para ataques por sorpresa de grupos llamados "irregulares". No están entrenadas para un enfrentamiento directo y multidimensional de fuerzas de todo tipo con otro país.
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Colombia quiere ir a una guerra contra Venezuela contando con el TIAR y la OTAN, y fundamentalmente apoyado por las once bases norteamericanas en su territorio, y además con fuerzas brasileñas y guyanesas, mercenarios peruanos, venezolanos, ecuatorianos, argentinos y chilenos.
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Lo primero que debe entenderse es que Colombia nos es una unidad político-territorial como tal. Colombia no puede responder integralmente, política y moralmente ante un ataque bélico, porque es un estado desarticulado, desencajado, con multitud de fuerzas contrarias que en una guerra no podría controlar. Al contrario, entraría en una fase desintegradora muy peligrosa ante fuerzas guerrilleras y paramilitares, debilitándose gravemente sus fuentes de riqueza concentradas casi exclusivamente en el negocio del narcotráfico, y en general con una población altamente descreída de la política, de una historia que ahora tratan de adaptar a la estrategia de dominación estadounidense.
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El estado de desintegración de Colombia ha sido desde principios de siglo de tal magnitud, que sólo entregándose totalmente en manos de Estados Unidos ha podido sobrevivir a duras penas en los últimos ochenta años. Es importante que nuestros militares analicen los trabajos del investigador y militar colombiano Julio Londoño Londoño (1901 - 1980) quien fue uno de los pioneros de la ciencia de la geopolítica en Latinoamérica y Colombia. "Tuvo clara conciencia de la importancia de la Historia, la Geografía y la Geopolítica como armas ideológicas en las luchas internas y los conflictos internacionales"1.
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No debió llamarse jamás "Colombia" sino república de la Nueva Granada, tal cual como sucedió poco después de la muerte del Libertador en 1832. El nombre de "Colombia" se le debe al Precursor Francisco de Miranda, que luego Bolívar, con su elevada visión geopolítica y estratégica, con su alta genialidad de estadista y con su gloria militar, logró englobar a todo lo que hoy son las naciones de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.
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Así pues, el nombre de esa porción de lo que fue la Gran Colombia se le encasquetó el remoquete godo de "Nueva Granada" entre 1832 (con la presidencia de Santander) hasta 1861. De 1862 a 1863, reafirmando su adoración por sus esclavistas y conquistadores, se auto-catalogaron "Confederación Granadina". Luego, en 1863, inventaron un adefesio con el pomposo nombre de "Estados Unidos de Colombia" (buscando ahora a un amo gringo, ya que España como imperio iba cayendo en desgracia), hasta que en 1886 fue cuando vienen a adoptar a regañadientes el nombre de "República de Colombia".
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Aquella Nueva Granada, aún y siempre, nació entre ríos de sangre y volcanes de angustias y horrores: sus tres grandes fundadores fueron habrían de ser engendradores de tipos como Hitler, Francisco de Paula Santander, José María Obando, José Hilario López, Pinochet, Duvalier, Chapita, Juan Vicente Gómez, Álvaro Uribe Vélez, Juan Manuel Santos y Francisco Franco, Iván Duque: Nicolás Federman, Sebastián de Benalcázar y Gonzalo Jiménez de Quesada. Estos últimos tres homicidas por naturaleza, llegan por distintas vertientes de lo que va a ser el virreinato de la Nueva Granada, y convergen en Bogotá en 1539, luego de haber empalado, quemado y descuartizado cientos de miles de indígenas en su largo recorrido.
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Federman entró desde Venezuela (Coro) sembrando toda clase de atrocidades; Benalcázar penetró por el sur (arrasando a Popayán) y Jiménez de Quesada por Santa Marta y luego remontando el Magdalena en una borrachera de sangre y fuego. En Bogotá, estos tres grandes homicidas sientan las bases de lo que será la meca del crimen de América Latina. Un centro godo, abominablemente fascista y vilmente artero y traicionero de su propia gente, de su propia raza
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No hay manera de describir la historia de Colombia sin ahogarse en el mefítico hedor de sangre. Todo es monstruoso en Colombia, y no hay un ápice de su territorio en el que se hayan descuartizado a seres inocentes, en el que bajo los pies no se esté pisando terrenos con fosas comunes…; sin padecer el vértigo de cientos de miles de desplazados; sin verse rodeado por miles de hectáreas calcinadas por el odio y la guerra, con niños, mujeres y ancianos empalados por el vendaval de la furia de los partidos en inextinguibles conflagraciones y confrontaciones.
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Colombia es la única nación de la tierra con una proliferación de brujos y vírgenes que amparan y aman con fruición a sicarios, castradores, mutiladores, narcos y violadores. El territorio perfecto para que los gringos hayan podido montar sus experimentos y laboratorios para el estupro, el pillaje, la desolación, la división y el martirio.
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La guerra civil en la ambigua y ambivalente república de Colombia (más Nueva Granada que otra cosa) comenzó con un MAGNICIDIO: el asesinato de Sucre. Pero ya en 1828 se había dado en Bogotá el primer intento de magnicidio contra el Libertador Simón Bolívar. Apenas aparece Santander como el máximo representante de la godismo neogranadino, comienza la matazón en nombre de las leyes y de la defensa de la nación: lo primero que hace el recién nombrado Vicepresidente de la Gran Colombia es asesinar a Barreiro y sus 38 oficiales que prisioneros después de la batalla de Boyacá. Este fue el primer caso de Falso Positivo de nuestra historia latinoamericana. Como Santander nunca en su vida había podido eliminar a un solo godo en todas las batallas en las que había participado (siempre como segundón) opta por matarlos pero mediante el fusilamiento, y para ello inventando de que trataban de escapar.
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Al crimen de Barreiro y sus 38 oficiales, siguió el fusilamiento del coronel venezolano Leonardo Infante, que lo hizo Santander por pura vil venganza. El odio de Santander contra Infante provenía del conocimiento que éste tenía de sus debilidades como militar. Refiere la historia que durante la batalla de Boyacá, en pleno ardor de la batalla, Santander se ocultó en un puente que había en el lugar. Hasta allá fue Infante y quiso hacerle sentir su superioridad y, tomándole por la solapa, le gritó: "¡Ven y gánate como nosotros las charreteras!".
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Fue Santander el primero en encender el odio entre granadinos y venezolanos, fue él quien desde el Congreso impulsó un proceso viciado y plagado de mentiras (otro FALSO POSITIVO) para soliviantar al general José Antonio Páez, y que se desatara una guerra civil. Pretendía Santander juzgar a Páez (igual como lo había hecho contra Leonardo Infante) y que se le fusilara. La locura del vicepresidente lo llevaba a tratar de eliminar a todo aquel que pudiera hacerle alguna sombra.
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Santander acuñó la frase "malditos follones llaneros" para estigmatizar a los venezolanos. A partir de 1827, cuando Bolívar "perdona" a Páez, se desata el horrible odio entre granadinos y venezolanos impulsado vesánicamente por el vicepresidente de la Gran Colombia. Con este odio Santander se eternizaba en el poder a costa de desintegrar a la Gran Colombia, lo cual deseaba ardientemente.
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El siguiente paso de Santander será intentar asesinar a Bolívar, lo cual consigue el 25 de septiembre de 1828, otro magnicidio más de este abominable estado asesino por naturaleza. No logra el magnicidio pero sí la desintegración de la Gran Colombia y por tanto el reforzamiento de una ebullición homicida en todo el territorio neogranadino contra los venezolanos.
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El 4 de junio de 1830 se produce el magnicidio contra Sucre; posteriormente un pertinaz enervamiento por parte de los santanderistas, alentando un enfrentamiento entre granadinos y venezolano el cual alcanza su cenit con una batalla en el campo del Santuario, cerca de Bogotá, provocándose allí una gran mortandad.
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El asesinato de Sucre y la muerte de Bolívar dan paso a la desintegración de la Gran Colombia y a la hegemonía absoluta de los asesinos santanderistas en la Nueva Granada. El 29 de febrero de 1832, fue sancionada la Constitución de la Nueva Granada, y el primer presidente de la Nueva Granada se llamó José María Obando, el asesino del Gran Mariscal de Ayacucho.
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El 9 de marzo de 1832, queda electo Santander presidente de la Nueva Granada. Al poco tiempo de su mandato, Santander comete dos grandes magnicidios, el asesinato de dos próceres de la independencia, en la personas del general José Sardá y del general Mariano París. Los esbirros de Santander que buscaban afanosamente al general París, lo hirieron y siendo que lo notaban todavía convulso, y para que "no penara", lo remataron de un tiro por la cabeza. El infeliz fue echado sobre una bestia y, como "res muerta" y ensangrentada, lo presentaron por algunas céntricas calles de Bogotá.
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Durante el gobierno de Santander se impusieron las más severas leyes contra los conspiradores. Decía el artículo 26 de estas leyes, establecidas el 3 de junio de 1833: "A los que por medio de tumultos o facciones tomen las armas para destruir las autoridades constituidas o cambiar las formas de gobierno; a los que tengan comunicación con el enemigo, tumulto o facción; a los que aconsejen, auxilien o fomenten la rebelión, traición o conspiración, serán condenados al último suplicio".
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El 12 de octubre de 1833 se pidió la pena capital para diez conspiradores, entre ellos: Sardá. Se recomendó clemencia para treinta y seis de los "conspiradores", pero Santander sólo conmutó la pena a veinticinco, enviándolos a distintas cárceles del país. Pensaba el presidente que matar únicamente a nueve era un número muy pequeño para que se escarmentara. El propio Santander escogió a dedo de la lista los que debían ser pasados por las armas.
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Un silbato irrumpe como una llaga en el cielo. El señor presidente se ha asomado a la ventana desde uno de los gabinetes de la antigua casa de los virreyes, colocada —estratégicamente— para ver con claridad los fusilamientos. Acababa de desayunar Santander: des biscottes, du pain, du beurre, de la confiture...
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El general José Hilario López (de los asesinos de Sucre) hizo desfilar las tropas por frente a los cadáveres, aún palpitantes, los que fueron enseguida retirados por la hermandad del Monte Piedad y por los parientes, yendo a la cabeza de la lúgubre procesión el Cristo de los Mártires, que a tantos mártires ha acompañado... Despejada la plaza, el general Santander se retiró al palacio, por el mismo camino que trajo, es decir, por frente a los banquillos, deteniéndose algunos minutos a examinarlos, y le acompañaban los ayudantes generales del Estado Mayor general, llamados por el secretario de Guerra. Por consiguiente, todo esto lo vi yo, que era uno de ellos, y lo vieron miles de hombres, de los que muchos viven aún, y fue por varios días objeto de conversaciones, de críticas amargas, de defensas acaloradas, en fin, de cuestiones odiosas; por consiguiente, las pasiones políticas se iban exaltando para estallar más tarde. Ni Bolívar dictador, ni Urdaneta comandante general, ni Córdoba secretario de guerra, jamás fueron a ver fusilados a los conspiradores del 25 de septiembre...
1 Tal como nos lo explica en un interesante trabajo José Linares, publicado en el portal ENSARTAOS, titulado "Julio Londoño, un proyectil de largo alcance".