La verdadera historia: A Pérez Jiménez lo derrocó EE UU

A mediados de 1953, Rómulo Betancourt tuvo un encuentro con agentes encubiertos muy cercanos a Allen Dulles. De este encuentro Dulles quedó gratamente impresionado por la habilidad política y el gran conocimiento de la región de Centroamérica y del Caribe que tenía Betancourt. Para finales de 1953, viajaron a Washington, a entrevistarse con Allen Dulles, Pedro Estrada y Régulo Fermín Bermúdez. Allen Dulles les dijo a estos dos caballeros que si el gobierno venezolano continuaba con su anarquía, iba a surgir una nueva fuerza que los derrocaría. Esto produjo una honda impresión en Pedro Estrada, lo que le permitió suponer “que ya para entonces se movían hilos de un movimiento contra Pérez Jiménez en los Estados Unidos y seguramente Rómulo Betancourt y otros políticos venezolanos estaban al tanto de la situación y se acercaban a los centros de poder norteamericano.[1]”

¿A qué anarquía se refería Allen? La anarquía consistía en que EE UU estaba molesto porque el gobierno venezolano estaba construyendo sus buques de guerra en Inglaterra e Italia, también le compraba aviones a Inglaterra y comprándole armamentos a Bélgica; Pérez Jiménez estaba al tanto de que EE UU nos quería vender chatarra para las Fuerzas Armadas. Pero no sólo era en este terreno donde estaban irritados sino también con el asunto de la siderúrgica y la compañía de teléfonos porque el gobierno había rechazado una propuesta de Eugenio Mendoza para desarrollar la industria del acero y los teléfonos por la vía privada, en sociedad con poderosos consorcios norteamericanos, y en cambio lo hizo con la firma italiana “Inocente”, y los teléfonos siguieron en manos del Estado[2].

Pero la molestia, como ya se vio venía desde el momento en que Delgado Chalbaud se negó a enviar tropas a la guerra de Corea a cambio de armamentos, lo que Betancourt llegó a ver con muy malos ojos, porque no estábamos siendo solidarios con la política globalizadota y defensiva de los gringos. Peor aún, Delgado Chalbaud envió la primera misión para tomar contactos con las iniciativas nacionalistas petroleras en el Medio Oriente.

Para julio de 1956, se produce un hecho trascendental, que Rómulo Betancourt consideró de extrema gravedad, y que podía resultar un muy mal ejemplo para los países del hemisferio. Betancourt que siguía paso a paso las acciones de Pérez Jiménez redactó un informe que hizo llegar a Frances Grant (encarnizada agente de la CIA). Para miss Frances no cabía la menor duda de que el próximo presidente de Venezuela debía ser Betancourt, y que ciertamente se estaban encontrando elementos de tipo nacionalistas en el régimen de Pérez Jiménez que podían poner en peligro la estabilidad política de la región.

El Presidente Dwight Einsenhower, había propuesto la celebración de una cumbre presidencial interamericana en Panamá. Los fines eran los de siempre: reiterar los compromisos de la unidad continental, de mantener la paz, la libertad y la cooperación económica y militar. El gobierno de Pérez Jiménez se enteró con antelación que el Presidente de EE UU se proponía plantear en el marco de la reunión la necesidad de instalar una base estratégica de misiles con cabeza atómica en la península de Paraguaná. Este proyecto estaba dentro de los planes de seguridad continental emprendidos por EE UU, y Einsenhower contaba con que los mandatarios presentes no le presentarían objeción alguna. Pero ocurrió lo insólito: Pérez Jiménez rechazó de plano tal propuesta por considerarla lesiva a la soberanía nacional y por tanto inaceptable para las Fuerzas Armadas Nacionales.

Esto causó mucha irritación entre los asistentes ciegamente plegados a los mandatos de Washington, sobre todo en nuestra oligarquía criolla que se estaba beneficiando de jugosos contratos con el gobierno. El general Pérez Jiménez había advertido que si Einsenhower planteaba el tema de los misiles él airadamente se retiraría de la cumbre[3]. Este mensaje se le hizo llegar al Presidente anfitrión Arnulfo Arias de Panamá, quien se lo hizo conocer al Presidente de EE UU, de modo que hubo que retirar la referida propuesta.

Pérez Jiménez, considerando que había hecho respetar a Venezuela, y que podía llegar un poco más lejos frente al monstruo del imperio, se arriesgó a proponer en esta cumbre la creación de un fondo económico para el desarrollo de los países de la región, cuyo capital provendría de los aportes de las naciones participantes, con un diez por ciento del presupuesto de cada una. Einsenhower consideró esto una verdadera afrenta e imprudencia a su política de control comercial en la región, y llamó a varios de sus asesores para que le hicieran saber a Pérez Jiménez que él no estaba siendo apoyado por EE UU para que estuviese haciendo planteamientos de esa naturaleza. Que esa no era su función, que las cuestiones de tipo económico en la región eran de la exclusiva incumbencia de tratados bilaterales entre las naciones. Frances Grant se frotó las manos, encontrando en esta irritación el posible comienzo del fin de Pérez Jiménez y el comienzo de un estado democrático con otra estrategia geopolítica, finamente dirigida a favor del imperio por la certera y experta mano de un estadista ejemplar como Rómulo Betancourt.

En esa conferencia en Panamá, Pérez Jiménez habló sólo cinco minutos, y entre otras cosas dijo: “Ya no es época de libraciones políticas. Los pueblos son dueños de sus destinos. Pero sí tenemos que hacer mucho en el campo económico, para lograr nuestra soberanía en ese campo[4]”. Fue cuando propuso crear el referido fondo común para la realización de importantes obras en Latinoamérica, y Venezuela comenzaría aportando cien millones de dólares, “que para los norteamericanos hubieran repercutido en unos 3.000 millones de dólares, y el fondo se habría situado en 4.000 millones.” Los norteamericanos lo rechazaron de plano y fue cuando comenzaron los planes para la creación de la Alianza Para el Progreso, y lo que allí supuestamente EE UU aportó fue 200 millones de dólares, y país que solicitara un préstamo tenían que prescindir de su soberanía, lo que Pérez Jiménez consideró “una dádiva humillante”.



La agitación militar a principios de 1958 se inicia en Maracay, pero fracasa. Wolfgan Larrazabal era un triste y anodino oficial de la Marina, mucho más inculto que Pérez Jiménez y nunca le había pasado por la mente, ni por asomo, que por una súbita convulsión social, podía repentinamente ser elevado al más alto sitial de la república. Aficionado al béisbol, a las revistas de moda y a las radionovelas, era frecuente verle llevar un radiecito de mano pegado a los orejas escuchando Radio Rumbos, Pérez Jiménez le había dado el cargo de Director del Círculo Militar, considerado en verdad todo un maitre de hotel por sus conocimientos en preparación de bebidas y comidas y como servirlas. Muchas veces le fue elogiada por Pérez Jiménez su presteza y acuciosidad en los pequeños menesteres protocolares, en ocasiones llevando la servilleta sobre la manga engalonada del uniforme azul. A decir de muchos que le conocieron de cerca todo un “grumete” del dictador, experto en los mejores vermouth en el Círculo Militar (no permitía que se lo llevaran los mesoneros sino él). Recuerda Vitelio Reyes lo siguiente: “nos divertíamos jugando dominó frente al lago artificial donde con galas de marino de altura dirigía la flota de barquitos deportivos del Círculo. Integrábamos la mesa Villegas Blanco, Veloz Mancera, tú (Larrazabal) y yo. La competencia era interesantísima. De pronto oímos el trepidar de la motocicleta guía del automóvil presidencial. Quien sepa jugar dominó sabe el estado de abstracción a que lleva el juego favorito de los venezolanos. Pues bien, en aquel preciso momento, desatendiste el juego, tiraste a la mesa las dos o tres piezas que tenías y echaste a correr como un loquito: te llamaba el deber. Ibas a preparar el jugo que antes de sus deportes cotidianos tomaba el Presidente[5]”.

Para Pérez Jiménez no hubo real resistencia militar el 23 de enero, y muchos de los alzados en cuanto se les acosaba se entregaban. Los sótanos de Miraflores se llenaron de jóvenes oficiales presos. Pérez Jiménez no tuvo ñeque para luchar por el poder, por ello optó por irse, para luego decir más tarde: “Yo acabé haciéndome enemigo de EE UU, de Colombia y de las compañías petroleras y fueron éstos los que me tumbaron”.

Si algo queda muy claro, es que por lo menos en lo que a la historia de Venezuela se refiere: pueblo, pueblo, tal como lo conocimos hasta 1998, no tumbaba gobiernos. No tumbó a Gómez. No tumbó a Medina. No tumbó a Gallegos. No tumbó a Pérez Jiménez.



[1] “Secretos de la Dictadura 1948-1958”, Gonzalo Ramírez Cunillán, Editorial Grego s.a., 1996, Caracas, pág. 84

[2] Ut supra, pág. 97-97.

[3] Véase “Secretos de la Dictadura 1948-1958”, Gonzalo Ramírez Cunillán, Editorial Grego s.a., 1996, Caracas, pág 90-91.

[4] “Pérez Jiménez se confiesa”, Joaquín Soler Serrano, Edilves, Barcelona, 1983, págs. 76-77.

[5] “Ustedes son los delincuentes”, Vitelio Reyes, Gráficas Egos, Madrid, 1969, págs. 90-91.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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