Bolívar, arrecho, en la senda socialista

Las naciones poderosas no conocen ni reconocen sino a las naciones de caracteres fuertes y decididos, porque en esencia su método es el sometimiento colonialista, la amenaza, la agresión el bloqueo. La invasión es el recurso que optan cuando se les hace oposición determinante a sus presiones.

Santander venía empapado de una extraordinaria admiración por el sistema federal estadounidense, admirado también por el eminente don Camilo Torres. El Libertador le refirió a Santaner sobre el peligroso coloso del Norte, y el propósito que tenía las colonias españolas, de ir absorbiéndolas una a una. Ya sobre esto hablaba con suma claridad Tomás Jefferson. De modo que el mayor peligro, después de la independencia sería España Estados Unidos.

España y Francia prestaron grandes servicios a la causa de la independencia de los EE UU. Venezuela, en los inicios de su revolución aspiraba contar con la ayuda del vecino del Norte. Es decir, considerábamos a los norteamericanos hermanos nuestros por haber sufrido también los efectos funestos de la colonización y por ser, después de todo, hijos del Nuevo Mundo.

EE UU contaba 35 años de haberse declarado independiente cuando nosotros firmábamos la declaración el 5 de julio de 1811. Desde un principio se mostraron reacios a darnos ayuda. Simón Bolívar, en un acto propio de un socialista, llevó la gesta libertadora bastante lograda en Venezuela al extenso territorio de la Nueva Granada, Ecuador, Perú, y fundó la República de Bolivia. No sólo eso, sino que hizo planes para liberar Cuba y Puerto Rico. Si EE UU permitía que nos debatiésemos en la más horrorosa escasez de recursos era sencillamente porque poco le interesaba el que fuésemos esclavos de España. Durante casi diez años mantuvo una inexcusable imparcialidad a pesar de los innumerables pedidos de ayuda de nuestros pueblos. Mientras así nos trataba EE UU, Haití, uno de los países más pobres del mundo, trastornado por toda clase de calamidades sociales, en condiciones económicas deplorables, tuvo la infinita nobleza y generosidad de ofrecer hombres, armas y dinero para nuestra libertad.

El coloso del Norte indudablemente coaligado con España hizo apresar numerosos ingleses que venían a servir bajo las órdenes del Libertador; promulgó leyes para impedir cualquier clase de auxilios a los patriotas. Una de ellas decretaba diez años de presidio y diez mil pesos de multa a todo ciudadano norteamericano que quisiera servir a nuestra causa. Según palabras del propio Bolívar, estas eran leyes que equivalían a una declaratoria de muerte a nuestra independencia. Estas leyes siguieron vigentes hasta el año 1819, ocho años después de haberse firmado nuestra declaración de independencia, y como los gobernantes gringos siempre reaccionan sólo frente a la fuerza y el cálculo, variaron su política como consecuencia del rotundo triunfo que obtuvimos en la Batalla de Boyacá.

Bolívar comprendió que aquel estrangulamiento por parte de los gringos no tenía otro propósito que facilitarles a los realistas todos los elementos para que nos ahogasen en sangre, para después ellos, en nombre de la libertad entrar en nuestra tierra y montar sus máquinas trituradoras de hombres, sus factorías.

En 1818, las goletas, “Tigre” y “Libertad”, provenientes de EE UU, entraron por el Orinoco, y bajaban por la región de Angostura para abastecer de armas y alimentos a los realistas. En esa zona se preparaban serios combates y el Libertador había decretado un bloqueo, el cual hizo público a las naciones del mundo. Las dos goletas haciéndose las inocentes pretendieron burlar nuestras fuerzas, pero fueron apresadas y se les confiscó cuanto llevaban. Debemos recordar que Bolívar era severo en cuanto concernía a nuestra soberanía y a nuestra dignidad. Incluso hubo momentos en que desafió al propio cielo, porque algunos creían ver en los fenómenos naturales la causa de alguna oposición a nuestros ideales de libertad. El honor y la gloria eran esenciales para su sentido de la existencia. La precaria condición de nuestros pueblos sometidos a siglos de yugo colonial no alcanzó a darle la fuerza necesaria para consolidar la hermosa confederación americana. En sus últimos años, viendo al país destrozado por las miserias y las estridencias de los partidos, exclamó: En América no hay dignidad y tengo vergüenza de llamarme americano.

Los yanquis al ver apresadas sus naves, cual odaliscas ofendidas, comenzaron a dar alaridos por haber sido gravemente ofendidos en sus derechos internacionales: pidieron a través de su agente en Venezuela una inmediata indemnización de sus dos goletas. Claro, se les estaba tocando donde más les duele, los dólares. El agente era de nombre Bautista Irving quien con un lenguaje quejoso y amenazante, acusó de ilegal y abusiva la confiscación.

El argumento que esgrime Irvine es que se le ha hecho daño a los neutrales. Bolívar no deja esperar su contundente respuesta: ¡Neutrales! quienes han intentado y ejecutado burlar el bloqueo y el sitio de las plazas de Guayana y Angostura, para dar armas a unos verdugos y para alimentar a unos tigres, que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana. ¡Sangre de sus propios hermanos!

Los yanquis jamás se han considerado hermanos de nadie, sino de sus negocios.

Irvine replica diciendo que ellos desconocían el bloqueo. Aquí Bolívar lo sorprende en flagrante mentira. Le aclara que en la “Gaceta de Norfolk” (en EE UU), del 6 de enero de 1817, había sido publicado dicho bloqueo. Que el buque Tigre no zarpó hasta el 17 del mismo mes y que este argumento -ratifica el Libertador- es por sí bastante para declarar a la Tigre como buena presa. Desde el momento en que este buque -le escribe- introdujo elementos militares a nuestros enemigos para hacernos la guerra. violó la neutralidad, y pasó de este estado al beligerante: tomó parte en nuestra contienda a favor de nuestros enemigos, y del mismo modo que, si algunos ciudadanos de los EE UU tomasen servicio como españoles, estarían sujetos a las leyes que practicamos contra éstos; los buques que protegen, auxilian o sirven su causa deben estarlo y lo están.

Casi al final de este documento -del 6 de agosto-, que consta de unas seis densas páginas, Bolívar arremete: ¿No sería muy sensible que las leyes las practicase el débil y los abusos los practicase el fuerte? Tal sería nuestro destino si nosotros sólo respetásemos los principios y nuestros enemigos nos destruyesen violándolos.

El agente Irving, a mediados de agosto, contesta que los comerciantes neutrales no deben abandonar su profesión por hacerse partidarios políticos. Bolívar estalla: Si es el libre comercio de los neutros para suministrar a ambas partes los medios de hacer la guerra, ¿por qué se prohíbe en el Norte que se nos ayude? ¿Por qué a la prohibición se le añade la severidad de la pena, sin ejemplo en los anales de la República del Norte? ¿No es declararse contra los independientes negarles lo que el derecho de neutralidad les permite exigir?

Los gringos se cierran a todo argumento que no les favorezca y se emperra Irving en declarar ilegal el apresamiento de los buques y en exigir una inmediata indemnización. Poco a poco el agente va perdiendo fe en sus reclamaciones; pero su terquedad y el verse humillado por la razón del jefe venezolano le hacen cae en un terreno de la vulgaridad y de las burlas. Dice que los independientes no tienen poder suficiente para imponer un bloqueo, que nuestras fuerzas militares son insignificantes, que no son sino sombras de sombra. En resumen, que nuestro ejército es incompetente, exiguo y hasta risible. Bolívar le contesta que no va a caer en ese terreno de insultos; que no habiendo acuerdo entre los dos era preferible someter el caso a unos árbitros. Que ha decidido suspender la correspondencia con él para que no degenere en farsa.

Entre las burlas del agente Irvine la que más llaman la atención está la expresión “caballería nadadora”, utilizada por nuestro ejército. Asegura el Libertador que en su ejército existe una división con ese nombre. El yanqui no sabe si le habla en serio o le toma el pelo. Esa caballería nadadora, según el propio Bolívar, había realizado proezas inauditas. Se lanzaban a caballo a ríos caudalosos como el Caura, el Caroní y el Apure para abordar y abatir buques enemigos.

Esas imposibles caballerías de río existieron e incluso fueron las que dieron una fama a nuestro caudillo José Antonio Páez. No era la primera vez que un extranjero pretendía burlarse de las hazañas realizadas por nuestros patriotas durante la independencia. Por ejemplo, el biógrafo de Bolívar, Loraine Petrie, nos dice que en la emigración de toda Caracas, el año 14, el Libertador, a pesar de su desesperada situación, consideró el envío de un agente para inaugurar las relaciones de Venezuela con Gran Bretaña. ¡Esto -dice Petrie- en un tiempo en que la República estaba en las últimas! Hay algo -añade-, mezcla de ópera cómica, que parece inseparable de muchas cosas suramericanas. No sabemos en qué ve este señor lo grotesco. Harán ópera cómica los que no están poseídos de una verdad total y absoluta como la de Bolívar, los que divagan y no hacen nada, los que amenazan sin fuerza moral, los que carecen de coraje, determinación y confianza en sí mismo.

El escritor inglés Cunninghame Graham refiere las proezas de nuestros llaneros que, con lanzas en los dientes desafiaban caimanes y abordaban buques y flecheras: probablemente es la primera vez en la historia que una caballería diese una escaramuza en el agua. Solamente hombres como los llaneros de aquellos días montados en caballos acostumbrados a las exigencias de seis meses de inundaciones de la región, podían echarse al agua como perros de Terranova para realizar semejante hazaña.

Bolívar concluye que si no somos tan poderosos en cantidad de armamentos y soldados, la habilidad y el valor suple con creces esas deficiencias. Que se ha visto con frecuencia un puñado de hombres libres vencer imperios poderosos. Que es lo mismo para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende.

Fue para el Libertador tan enojoso este asunto con los yanquis que jamás lo pudo olvidar. A finales de 1825 los llamaría regatones americanos. Regatón, vendedor al por menor, persona que regatea mucho. Esto es el mejor título que le queda al país de los best sellers, al que vende el amor, el que vende sus presidentes, que negocia mafias y con tiranos, y que trafica hasta con Dios en mil sectas o compañías diferentes. Aborrezco a esa canalla de tal modo -dirá el Libertador de los yanquis- que no quisiera que se dijera que un colombiano hacía nada como ellos.

jrodri@ula.ve




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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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