Cien compañías transnacionales con un mercado internacional de 300 000 millones de dólares bloquean las ventas de medicamentos genéricos que pueden ser adquiridos a precios mucho más barato por los países pobres en beneficio de sus pobladores.
Esa política mercantilista y enriquecedora de las firmas farmacéuticas choca con la intención y la práctica de muchas naciones del Tercer Mundo que tratan de curar y detener enfermedades o pandemias como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).
Esos medicamentos, por sus elevados precios, son difíciles de adquirir en grandes cantidades por la erosión que causan a las frágiles economías de esos estados.
Al tener esas compañías las patentes de la inmensa mayoría de las medicinas disponibles en el mercado internacional, prohíben por medio de una complicada armazón de leyes que instituciones científicas de otras naciones las puedan producir y comercializar.
El medicamento genérico cuenta con el mismo principio activo, la formula farmacéutica y la composición del producto original y por tanto se puede adquirir más barato.
Pero las multimillonarias compañías farmacéuticas aducen que para lograr el producto final, ellas tuvieron que invertir grandes capitales durante un largo período de tiempo y esos costos se los adjuntan a los precios de ventan en detrimento del consumidor, a la par que el productor obtiene enormes ganancias.
Las leyes de propiedad intelectual existentes le otorgan a las compañías un período de tiempo para la protección de la patente tras lo cual deben publicar las pesquisas para que otros laboratorios puedan fabricarlas sin tener que realizar nuevas investigaciones.
Para evadir esas legislaciones, las compañías aducen, entre otras excusas, que continúan investigaciones para desarrollar y mejorar esos productos en favor de la humanidad.
Un reciente informe del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA) de Panamá, indicó que el hecho de “comprometerse cada vez más a proteger a la propiedad intelectual de las industrias farmacéuticas en los países desarrollados, reduce los espacios para las competencias dando como resultados que los medicamentos se compren a precios altos y en consecuencia se registra menos accesibilidad para la población pobre”.
Ese organismo especializado de Naciones Unidas declaró que la entrada en vigor de Tratados de Libre Comercio (TLC) como el de Centroamérica, redundaría en erogaciones sanitarias más elevadas para los países en desarrollo pues estudios efectuados en naciones que ya han adoptado esos acuerdos neoliberales indican que “se han encarecido exageradamente los medicamentos para el tratamiento del VIH y otras enfermedades”.
ONUSIDA pone como ejemplo que un tratamiento con Amlodipino (genérico) puede costar 90 000 dólares, pero si se utiliza el medicamento patentizado el costo llega a la alucinante cifra de 7,2 millones de dólares.
Hace dos años en Pretoria se realizó un juicio contra el gobierno en el que los acusadores eran 39 compañías internacionales farmacéuticas. Estas firmas alegaron que una ley sudafricana de 1997, violaba las reglas comerciales mundiales de propiedad intelectual, al abrir vías a la importación paralela y a la producción local de sustitutos genéricos. La ley estuvo bloqueada durante años por la acción judicial hasta que después de erogaciones y discusiones penales las partes llegaron a acuerdos que benefició a la población de ese país afectada por esa enfermedad.
La intríngulis del problema estribaba en que las compañías tenían miedo de disminuir sus entradas de miles de millones de dólares anuales si otros competidores mundiales con menos fama, sacaban a la luz productos similares pero mucho más baratos. Un informe del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) acaba de divulgar que 1 000 niños se contagian diariamente con el VIH y que ya existen más de medio millón de menores con ese síndrome. Para paliar esa situación, indica, se necesitan hasta el 2010 la suma de 30 000 millones de dólares, cifra irrisoria si se compara con las ganancias que obtienen las transnacionales farmacéuticas.
La salud del continente africano, que según cálculos conservadores cuenta con más de 30 millones de enfermos del SIDA, no les interesa, pues lo primordial es el enriquecimiento. El mercado farmacéutico esta considerado como el cuarto a nivel internacional (después de las armas, las drogas ilícitas y el petróleo) y es controlado mayoritariamente por empresas estadounidenses.
Ese ha sido uno de los motivos por los que Washington se obstina a no firmar un acuerdo dentro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que facilite a las naciones pobres adquirir medicamentos genéricos por diferentes vías.
Estados Unidos y algunos gobiernos europeos se ha quedado en una posición difícil dentro de la OMC al insistir en limitar solo a grandes enfermedades como VIH-SIDA, malaria o tuberculosis, un acuerdo sobre la propiedad intelectual de medicamentos con el que se pretende que las naciones menos desarrolladas tengan acceso a fármacos con precios más asequibles.
Problemas cardiovasculares, renales, hepáticos, neurológicos o de diabetes, entre otros muchos serían más controlables si la voracidad por el enriquecimiento no primara.
La lucha contra esos monopolios continuará en todos los ámbitos internacionales porque como la gran mayoría del mundo comprende, la vida del ser humano debe estar garantizada por encima del dinero.